La imagen de Mateo no puede ocultar la erosión del tiempo. Rebolondo, casi sin pelo y con gesto de pocos amigos, está muy lejos de aquella otra de juventud cuando, con su larga melena, su guitarra y sin un duro, se marchó a conocer Europa.
Hoy se me ha acercado y, en tono reflexivo, me comentaba:
«Es curioso pero aquellos que vivieron una vida acomodada en su juventud hoy vuelven la cara atrás y se arrepienten. Mi amigo Jaime se metió de botones en un banco y hoy es director de zona; manejaba dinero como él sólo y fardaba de buen coche. Mi primo Perico no le iba a la zaga. Opositó a instituciones penitenciarias y es un alto cargo.
Ambos, ahora, me indican que no han vivido porque mientras yo me divertía ellos trabajaban. Uno dice que se ha pasado la vida en la cárcel y el otro encerrado en un despacho».
Ya lo señaló Epicuro: «quien un día se olvida de lo bien que lo ha pasado se ha hecho viejo ese mismo día».