Sermoneados
27.4.25
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Echar raíces
20.4.25
Hoy en día cuando alguien dice voy al quiosco no va a buscar ya periódicos ni chucherías. Busca sombra o pausa, sentarse un rato bajo aquel árbol frondoso en el centro de la plaza, ese cuyas hojas susurran noticias del ayer y cuyo tronco cruje como si leyera en voz baja. Los vecinos lo llaman el árbol de Marcelo, aunque no todos recuerdan por qué.
Nadie pudo explicarlo del todo, pero lo cierto es que una mañana el templete ya no estaba. En su lugar, un exuberante magnolio creció como si siempre hubiese estado ahí, con raíces profundas y ramas que se inclinaban suavemente sobre los bancos. Las revistas habían desaparecido, pero aún quedaba en el aire un leve olor a tinta y a papel viejo. Los pájaros cantaban nombres de noticias y los niños recogían hojas que contaban cuentos al tocarlas. Hubo quienes recordaban el principio. Julia, una vecina del barrio, que juraba haber sido la primera en notarlo: «¡Marcelo, te estás poniendo verde!», le gritó entre risas.
Pero no era broma, el quiosquero perpetuo,
empezó a sentir que algo en él se soltaba en el tiempo. Su piel se endureció
como corteza, y sus pies, acostumbrados a pisar siempre el mismo suelo,
comenzaron a hundirse con suavidad en el subsuelo, como si la tierra lo llamara.
De su pecho nacían ramas finas y de sus silencios brotaban hojuelas. Y sin
embargo no tuvo miedo. Solo una extraña paz, una certeza vegetal que lo
abrazaba desde dentro. Por primera vez en décadas, Marcelo no esperaba a nadie.
Solo crecía.
Antes de ese momento inexplicable, fue parte del paisaje. Desde su cubil vio crecer al barrio, hoja a hoja, año tras año. Recordaba a los críos que venían a por chicles y cromos de futbolistas, jubilados que repasaban titulares sin terminar nunca de leerlos, coleccionistas de promociones raras. Él estaba allí, día tras día, como un reloj que nadie mira y que a todos es necesario.
No hablaba mucho, ni salía del quiosco. Se hizo invisible a fuerza de estar ahí. Una figura más entre el cartón, el tabaco y los titulares. Y, sin embargo, desde ese pequeño cubículo de aluminio y cristal, Marcelo guardaba los secretos del barrio, como un archivo viviente. Nadie lo supo entonces, pero en él germinaba ya la semilla del árbol que habría de venir. Porque, a veces, quien permanece mucho tiempo en el mismo lugar, termina echando raíces.
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Bajo la lluvia
13.4.25
La noche es fría y lluviosa. Mientras conduzco veo cómo un perro, mojado y solitario, cruza la calle. ¿Por qué esa imagen me recuerda tanto al destino humano?
El animal no corre. Camina
lento como si ya no esperara nada de nadie, igual que si supiera que, al final,
cada uno se enfrenta a la tormenta que le toca vivir.
En su andar torpe y resignado hay algo que se parece a todos nosotros: esa búsqueda ciega de un refugio que no siempre está, de un lugar al que pertenecer.
Debería haber frenado pero no frené.
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Osmólogo
30.3.25
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La cena
23.3.25
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Atrapado
16.3.25
Me fingí muerto pero ya no resucité.
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Ciberflechazo
9.3.25
Las
máquinas se enamoraron de mi manera de pensar porque escribía relatos para
lectores inteligentes.
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Cuentista
2.3.25
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Transtemporal
23.2.25
Tras
darse la vuelta en la cama la abrazó fuertemente con ternura igual que la
primera vez. Venía desde muy lejos. Los viajes en el tiempo siempre lo dejaban
desamparado.
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Bucle narracional
16.2.25
Leyó
su nombre en el cuento y entendió que se protagonizaba a sí misma mientras se
leía.
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Flashback
9.2.25
Alexander
revisa las fotos de su teléfono móvil. Se da cuenta entonces que las
instantáneas que aparecen no las ha hecho él y que los personajes que
retratados le son irreconocibles, menos por un pequeño detalle: aquel tatuaje.
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Misterio
2.2.25
—Tengo
un secreto que me hace vivir feliz.
—¿Y
cuál es?
—Es
impronunciable porque desaparece cuando se cuenta.
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El encuentro
26.1.25
Rita
caminaba distraída por la orilla de la playa mientras ve como las olas
arrastran hasta el rebalaje una botella de cristal que gira por el impulso del
mar. Curiosa la recoge para ver el mensaje que contiene. Tras extraerlo, mira
el texto: «cuando leas este escrito sabrás que es tu letra y que te escribo
desde tu pasado». ¿El pasado? ¿Qué pasado? No haya respuestas en su mente de
quien pudo ser aquella mujer que ahora le escribía. Desconcertada volvió a leer
aquellas palabras: «Tuviste una vida ¿no la recuerdas? La de una joven que se
ató a un destino por un amor». Nada en su cabeza, no había nada que le
recordara a aquella historia. Entonces miró al cielo y al amplio mar como para
entender que le estaba ocurriendo, pero nada de aquello tenía que ver con ella
y con su vida actual. Temblorosa desenrolló de nuevo el papel pero su contenido
era distinto nuevamente: «No busques respuestas afuera porque están dentro de
ti. Cierra los ojos y escucha lo que siempre has sabido y nunca has querido
oír». Rita dejó caer el papel por un momento trastornada por un ligero vértigo
mientras se preguntaba cómo era posible que el mensaje cambiara frente a sus
ojos. Acariciada por la brisa del marina y llena de inquietud volvió a mirar el
aviso donde pudo leer: «Te olvidaste de ti y durante años viviste para otros,
para cumplir promesas que no eran tuyas». Una ráfaga de imágenes cruzó, en ese
instante, su mente como un relámpago, mezclando una risa olvidada, unas manos
escribiendo cartas a escondidas, un amor prohibido que la había cambiado para
siempre, hasta poder entender que aquel texto que se reescribía a sí mismo no
venía de otra persona, sino de una versión de ella que se reescribía. Una
última frase se litografió en el papel: «El mar siempre devuelve lo que crees
perdido. Si has encontrado esto, te has encontrado a ti misma».
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Espacio felino
19.1.25
A
Erwin Schrödinger le había desaparecido su gato y nunca llegó a saber si estaba
vivo o muerto.
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Calabaza frita
12.1.25
Mientras
la mujer cortaba, a duras penas, trozos de carne vegetal anaranjada para
meterla en la olla, la niña en un descuido introdujo el boletín de sus notas
escolares. Y al padre le supo a gloria aquella comida.
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La metamorfosis
5.1.25
Existen días que, cuando me levanto, tengo la extraña impresión de no reconocerme. No es que me haya cambiado el color del pelo o el timbre de la voz. Es más, si me miro al espejo me reconozco en todos los detalles de mi aspecto físico y, a pesar de ello, percibo una sensación distópica que zahiere mi alma. ¿El alma? ¿He dicho el alma? Eso es, siento como si una presencia inidentificada me hubiera robado mi sentido humano. Una especie de sustancia inmaterial infiltrada en mis células y en cada uno de mis órganos, pulsión, parpadeo y molestia sentimental. Algo informe que me ha colonizado y por lo que sospecho en qué me he convertido. Lo sé porque distingo, inequívocamente, cuando es otra máquina la que me habla desde su inteligencia artificial.
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El narrador plúmbeo
29.12.24
—Érase
una vez…
—¿Otra
vez?
—¿Otra
vez qué?
—Érase
una vez…
—Sí,
otra vez, érase una vez…
—Eso
ya lo sé que érase una vez, pero no sé si era la misma vez u otra.
—Y
colorín colorado, este micro se ha terminado.
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Espectral
22.12.24
Al
mirarse no encontró su reflejo. Y no, no es que fuera vampiro. Simplemente
estaba ante un espejo invertido.
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Chupasangres
15.12.24
Dorotea
arrastraba a diario su carrito de la compra por un itinerario invariable. Nadie
la vio nunca comprar nada en ninguna tienda o comercio del barrio. Su vecina
Adriana recelaba de ella y sospechaba que algo se traía entre manos. Bajo
aquella apariencia de mujer distraída y solitaria, latía algún asunto turbio.
Un día se plantó delante de Dorotea interrumpiendo su camino y la interrogó
sobre el contenido del carrito. Ella, con una tierna sonrisa, le contestó:
«cabezas». La palabra le rebotó dentro como si fuera un eco, mientras veía como
se alejaba la mujer. ¿Cabezas?, sería una asesina en serie que mutilaba los
cuerpos y los transportaba hasta un vertedero, pensó. Y de inmediato corrió
tras de Dorotea para pedirle más explicaciones. «¿Cómo que cabezas?», la
interpeló. «Sí, hija, cabezas de ajo, porque no sé si te has enterado de que,
con la llegada del buen tiempo, ha comenzado la temporada de vampiros y están
por todos lados».
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Humor negro
8.12.24
Estaba
muerto de risa cuando el forense contó el chiste de su fallecimiento.
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