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Chupasangres

15.12.24

 

Dorotea arrastraba a diario su carrito de la compra por un itinerario invariable. Nadie la vio nunca comprar nada en ninguna tienda o comercio del barrio. Su vecina Adriana recelaba de ella y sospechaba que algo se traía entre manos. Bajo aquella apariencia de mujer distraída y solitaria, latía algún asunto turbio. Un día se plantó delante de Dorotea interrumpiendo su camino y la interrogó sobre el contenido del carrito. Ella, con una tierna sonrisa, le contestó: «cabezas». La palabra le rebotó dentro como si fuera un eco, mientras veía como se alejaba la mujer. ¿Cabezas?, sería una asesina en serie que mutilaba los cuerpos y los transportaba hasta un vertedero, pensó. Y de inmediato corrió tras de Dorotea para pedirle más explicaciones. «¿Cómo que cabezas?», la interpeló. «Sí, hija, cabezas de ajo, porque no sé si te has enterado de que, con la llegada del buen tiempo, ha comenzado la temporada de vampiros y están por todos lados».



Humor negro

8.12.24

 

Estaba muerto de risa cuando el forense contó el chiste de su fallecimiento.



Genios

1.12.24


Miró el móvil. Le pareció un objeto frío y sin vida. En su pantalla oscurecida se reflejaba el paisaje del horizonte que entraba por la ventana. Ningún mensaje, ninguna llamada, sonido, alerta, requisitoria de su atención. En ese lapso de tiempo que le percibió demasiado extenso, comenzó a inquietarse. Después se sintió calmado y pensó que, como caja de Pandora, de allí salían todos sus males. A continuación, observó unas manchas sobre la superficie azabache y frotó con un paño de fieltro tres veces. Lo que sucedió, seguidamente, tenía muchas similitudes con lo narrado en un cuento oriental. Fue entonces que una voz casi humana le dijo: «despierta Aladino».



La mirada desigual

24.11.24

 

Se asomó al balcón y la vio pasar fascinado de que siempre fuera ella pero cada día era distinta.



Paradojas

17.11.24

 

Decidió suicidarse porque nadie leía su novela y su muerte se convirtió en un superventas.



'Speed ramping'

10.11.24

  

Fue un frenazo brusco que no esperaba del coche que estaba delante. Todo pareció detenerse en ese instante y la realidad se congeló. Cada detalle de la escena se fotografió presintiendo el desastre en plena quietud. En ese momento alguien se acercó y me dijo: «Oiga, no se puede estar parado en mitad del tiempo».



Entierro

3.11.24


La flor de la orquídea cayó sobre la mesa y observó cómo la ingeniería de su belleza quedó muerta. Las hormigas cargaron con su cadáver.



La lectora

27.10.24

 

Pasó la página de la tarde de otoño que le pareció triste y melacólica. En la siguiente, más concentrada, leyó la noche. Las sucesivas estaban llenas de sueños y se recreó en ellas porque le resultaron llamativas, con escenas que protagonizaba y con simbolismos que no sabía interpretar. Hasta que llegaron las inquietantes pesadillas que le aterrorizaron. Por fin, casi al final de su lectura, llegó al amanecer y todo le resultó luminoso, lleno de bonitos colores que la animaron. Cerró el volumen y al colocarlo en el estante se encontró encajonada entre dos libros.



Esencias

20.10.24

 

La soledad le acompañó toda la tarde. Cogidos de la mano pasearon por el parque y se conmovieron con la puesta de sol. Subieron al mirador y en el quiosco de bebidas tomaron un tentempié. Contemplaron la ciudad iluminada al fondo y escucharon su ruidoso concierto. Entonces se miraron a los ojos, con esa ternura que se miran los enamorados. Él, le propuso que le hiciera compañía esa noche y a ella le resultó imposible cambiar de nombre.



Cumplidora

13.10.24

  

—Hoy cumplo años.

—¿Cuántos?

—Los que el tiempo quiere.



Aromas

6.10.24

 

—¿A ti te duelen los días?

—Sí, algunas veces, cuando huelen a tristeza.

—¿Y cómo es ese olor?

—Como la tierra mojada por la lluvia pero emanando desde el interior.



Listezas

29.9.24

 

Hizo un pacto con dios y otro con el diablo y a los dos los engañó.



Niños previsores

28.7.24

  

Vivíamos muy asustados desde que nos explicaron que llegaría el día del Juicio Final para hacernos un cuestionario sobre nuestras vidas. Desde ese momento nos preguntábamos cómo sería estar haciendo cola en el cielo y nos preocupaba que, con tanta gente la cosa iría para largo, así que decidimos tener preparado un kit de supervivencia para pasar el rato.



Voz narrativa

21.7.24


«Eres idiota», le espetó el lector (y pensó puede que sí o puede que no) y sorprendido el autor de este cuento volvió a escuchar: «¡Qué cuento tan ridículo! Cómo se te ocurre decir esto». Momento en el que estuvo a punto de abandonar la tarea que se traía entre manos, porque no estaba dispuesto a que le faltaran el respeto a su trabajo. «Quieres centrarte en contar una buena historia y no divagar con estas memeces que escribes», lo escuchó expresar desde el otro lado del libro aún sin publicar. Se turbó y dudó en seguir escribiendo estas líneas porque le desconcertaba la idea de que, desde el universo paralelo de la lectura, un intralector le estuviera coartando su creatividad con esas expresiones que escuchaba. Llegó a pensar que se trataba de esas voces interiores que se le aparecen a quienes escriben y andan mezclándose en la cabeza entre el monólogo y el diálogo. Así que trató de centrarse en lo que quería plasmar y que no era otra cosa que una narración sobre gatos. «Te leo y no salgo de mi asombro, ¿de verdad vas a tratar sobre felinos domésticos y holgazanes? ¿no tienes una ocurrencia peor?», (y mientras lo oía reír, de manera instintiva, quiso indicarle: dímela tú). Entonces paró en seco y dejamos de escribir los dos.

La piedra verde

14.7.24


Abrió su mano y le mostró algo que parecía una pequeña piedra. «¿Sabes qué es?», le preguntó. «Parece un trozo de cristal». Era un vulgar, desgastado y olvidado fragmento de vidrio recogido de la orilla del mar. «Visto así nada tiene de particular pero si lo devuelves donde fue encontrado, será un guijarro verdusco entre millones de grises y comunes granos de arena, esos que buscan los niños cuando juegan en la playa. Su colorido y singularidad la distinguirá del resto y su rareza llamará la atención».

Tras escuchar la disertación le dijo que dónde quería llegar. «Si quieres escribir trata de ser como esa materia vidriada, a merced de las olas, y haz que se distinga tu voz entre las interminables y monótonas arenas», le explicó.




La despedida

7.7.24


Se dieron un último beso y se miraron con esa dulzura que tienen los recién enamorados. El destino los había juntado en un hermoso espectáculo de embeleso. En mitad de una calle solitaria acordaron despedirse y los dos caminaron en direcciones opuestas. En un silencio grandilocuente cada paso que se distanciaban lo acompañaban con un giro de cabeza hacia atrás, como para atestiguar que el pacto de la despedida se cumplía y que ninguno de los dos regresaría al concluyente abrazo.

La noche caliginosa los borró del escenario urbano. Nadie los observó, nadie consiguió dar testimonio de que aquellos jóvenes marchaban llevándose al otro en su pensamiento. Era una escenificación absurda de cariño, una estampa más perdida en el vacío de lo que existe.

Bueno yo si los vi. Crucé la escena y no me reconocieron ni supieron de mi presencia allí para contar su historia de amor y desamor.

¿Qué pasó?, deberías preguntarte mientras lees estas letras. Por lo que supe el argumento estaba escrito y se ejecutó según el gran teatro de la vida, de sus vidas.

Consagraron su pasión y se quisieron. Ese tiempo existió y también les nació una hija. A partir de ahí él, inteligente y buen periodista, alcanzó cierta efímera fama y ejerció en profundidad el oficio de la ‘canalla’. Ella, guapa y dulce, educada en una familia de la pequeña burguesía provinciana, no pudo y no quiso asumir el papel al que parecía destinada.

No sé, a veces vuelvo a esa calle a la misma hora despoblada, para ver si aquel duelo de enamorados se repite otra vez.

Mientras lo cuento, una mano femenina me aprieta el hombro con suavidad.



El pez

30.6.24


Comparto piso desde hace algunos años con Katia que trabaja como enfermera haciendo guardias en el turno de noche porque es donde más pagan. A mí me permite trabajar durante el día desde casa, aunque a veces me desplazo a la editorial para reuniones y algún asunto puntual en el que debo estar presente. Katia es alegre, jovial y desinhibida, hace buena compañía y le gustan los animales. A mí no. Es por eso que tuvimos que acordar qué tipo de mascotas podrían entrar al apartamento. Al final decidimos que entrara un acuario. «Los peces como los hombres son de sangre fría», manifestó sonriendo.

Ella sería la responsable de la pecera y, en ocasiones especiales, le echaría una mano como cuando se marchó a su país de vacaciones todo el mes de agosto. No sé por qué pero aquellos inquilinos llenos de colorido y escamas me llamaban la atención y me hacían relajar la mente, hasta podía hablarles con el pensamiento, no como Katia que charlaba con ellos como si la entendieran. Y así de esa observación nació este microrrelato titulado ‘Suicida’:

Rodolfo estaba triste desde que se fue su compañero y, últimamente, miraba como distraído. Un día decidió colgarse del aire. Lo encontré muerto fuera de la pecera.

Katia volvió de su descanso estival y nada le conté del microcuento, en tanto que Rodolfo y Valentino nadaban plácidamente en las aguas transparentes de su mundo, y hasta me pareció que se alegraban de su vuelta.

Los meses pasaron, olvidé mi escrito, y una mañana Valentino apareció inerte en el fondo del receptáculo. Mi compañera lloró y yo misma sentí cierta pena cuando cogí el pez para depositarlo en la basura, incapaz Katia de poder hacerlo.

Dicen que la mancha de una mora con otra verde se quita y que, a amor muerto, amor puesto, así que mi acompañante no tardó en traerle dos especímenes a Rodolfo, un limpiafondos y un pez ángel, para que lo guardara, dijo.

Una madrugada mientras dormía escuché gritar a Katia que volvía de su turno de guardia. Rodolfo se había suicidado. ¿Cómo? ¿qué había pasado? El pez yacía en la solería de la residencia. Recogí el cadáver sin que me sorprendiera el hecho y consolé a mi amiga. Pensé que aquella situación ya la había vivido. Días después repasando mis anotaciones encontré el cuento.


Fragmentos

23.6.24


Todas las tardes una mujer joven pasea por el parque dos perros de esos llamados ‘salchicha’. Parece tener prisa y parece enojada, su rostro serio refleja que lo que hace no es placentero, sino más bien obligatorio. Observo su cíclica tarea y mi persistente mirar.

Mientras camino una mañana alcanzo a una jovial señora que anda con dos niñas pequeñas cogidas de sus manos, y le pregunto por ellas. Son mellizas, me explica. Una de las pequeñas me agarra un dedo para que camine con ella. El gesto me enternece y apenas me vuelvo a fijar en la madre que sonríe.

El jueves entré en una farmacia y me atendió con amabilidad una dependienta de escasa edad. Cruzamos las miradas como lo hacen dos desconocidos y aunque me esforcé en reconocer su rostro no pude hacerlo.

La policía se presenta en el barrio mientras alguien vocifera en medio de una gresca vecinal o algún otro asunto que llama la atención por la puesta en escena. Una mujer treintañera trata de hacer entrar en razón a un hombre al que alguna vez he reconocido sacando dos perros de paseo. Esa mujer, no sé, no recuerdo haberla visto antes.

Le pido perdón al tropezar con una joven de larga melena y cabello oscuro. Me sonríe y su sonrisa me suena.

Sueño y aparece una misma mujer de pocos años que es la misma y, sin embargo, no lo podría autentificar.

Cuando mi mente lee todos esos fragmentos se forma un retablo en mi cabeza. Diría ver que es la mujer de todas las escenas.

¿Es ella siempre o es la repetición de algo que vive en mi cabeza?


La mona

16.6.24


Isabel salió de casa aquella mañana de primavera como cada día, ataviada con su delantal y un pañuelo blanco cubriendo su pelo.

Echó a andar hacia el mercado, su cesta de mimbre bajo el brazo, sin que nada hiciera sospechar que ese día sería diferente a cuantos marcaban su rutinaria dedicación doméstica. En su cabeza viajaban cómodos pensamientos sobre la lista de la compra.

Al alba toda su familia había salido a trabajar y volvería al hogar a la hora del almuerzo, aunque nadie imaginaba el desastre que se iba a producir.

Las calles contenían la agitación de las gentes que iban y venían a sus asuntos cotidianos, donde el sonido de las voces de quienes pregonaban las mercancías se mezclaba con el canto de los pájaros, y el olor a frutas y hortalizas recién cogidas era tapado por el hedor de los desperdicios del pescado.

En la estampa de aquella mañana, repetición de otras tantas mañanas, algo con un punto extra de bullicio llamó la atención de Isabel, al observar cómo la gente se arremolinaba en torno a un hecho ignorado por ella. Ante su curiosidad, alguien le comentó que el circo había llegado a la ciudad.

Un hombre enjuto y ataviado con un traje de rayas anunciaba las variedades de su feria ambulante con animales salvajes, payasos, forzudos, contorsionistas y enanos y, como reclamo, paseaba por las calles y plazoletas con una mona vestida de cíngara cogida de la mano. Hacía que la gente formara un corro y después ordenaba al simio que le cogiera la oreja a la mujer más guapa de la reunión.

La mona se paró frente a Isabel y le tiró de la oreja. Lo que ocurrió a partir de ese instante fue como un encantamiento. Isabel recorrió los diferentes lugares donde el circense formaba un círculo de espectadores. Isabel regresó a casa, con la cesta vacía, donde todos la esperaban y a los que tan solo dijo: «la mona solo me tiraba a mí de las orejas».



El bareto

9.6.24


El fuerte olor a pintura fresca permanecía en su memoria olfativa después de que la tarde anterior diera el último brochazo de albayalde a las tablas.

Sentado frente al mar con su sombrero de paja, contemplaba cómo el suave ondular de las olas de un túrbido turquesa morían en la playa una y otra vez.

Satisfecho y ufano por la labor realizada, escoltado por la construcción en la que trabajó durante varias semanas, se dispuso a levantar el telón de la temporada de verano.

Contempló el paisaje vaciado de gente, el día luminoso perfilando las sombrillas y las velas de windsurf, mientras una brisa salina ascendía desde la orilla inundándolo todo y pensó, distraídamente, que aquello era el preludio de lo que se avecinaba: días y noches de trasiego, multitudes sedientas, jolgorio, fiestas, calor, mucho calor, amaneceres tórridos y ocasos sanguíneos.

Todo pasó tan rápido y, llegado septiembre, seguía allí sentado en el mismo banco blanco sin que nadie hubiera aparecido a consumir algo en su chiringuito que, con tristeza y algo de frustración, cerró.

Nunca lo supo, pero el gobierno había suspendido el veraneo.