Escuché contar a mis mayores que, en las primeras décadas del siglo veinte, una mujer fue acusada y condenada por arrojar a la acequia a un hijo recién nacido. Antes de ingresar en prisión fue paseada en un carro por las calles del pueblo para que, ante la vista de todos, sirviera de escarnio su crimen. El momento fue aprovechado por muchas personas para apedrear a la rea.
Una variación moderna de ese atavismo son los populares programas de la llamada telebasura.
10 apostillas:
Pues la verdad, genial comentario.
Un abrazo.
www.heliodoro.wordpress.com
Lo cierto es que se exceden en algunas cosas, pero hacen que las distancias se acorten y que los dioses sean más humanos...
No todo es lapidación. También hay idolatría. Idolatría telebasuresca de semidioses analfabetas... pero idolatría... lapidaria.
Otra versión, no por habitual, menos salvaje, es escuchar algunos comentarios en la cafetería de tu trabajo.
Totalmente de acuerdo con la comparación. Saludos, buen día aunque lluvioso grrrrrr.
No suelo ver este tipo de programas pero cuando he caído en uno de ellos, resulta difícil no escuchar y mirar. La exposición de las miserias humanas no deja de ser magnético. Nos atrae poderosamente ver a alguien mostrando sus llagas cuanto más vulgares, mejor. En esta obscenidad reside el éxito de las programaciones del corazón.
La diferencia es que hoy a muchos que consienten en ser lapidados públicamente a cambio de llenarse sus bolsillos de dinerito fresco.
Ya no hay vergüenza ni decencia, sólo sentido del espectáculo.
Saludos, Joan.
Y sigue teniendo mucho público. Cambian las formas; pero no el fondo.
Jajaja... qué gran verdad!
Siempre existe la opción de la No-tele; es decir, un botoncito que tiene el aparato y que dice "off".
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