Castillo de naipes

19.6.07




Lu-Chi Ai-ti acudió al gran maestro para que le aconsejara sobre las adversidades que el destino, a veces, depara.
–Sabio anciano –interpeló–. Si después de colocar con trabajo y esmero cada pieza importante de mi vida, el infortunio se empeña en derribarlo todo como si fuera un castillo de naipes, ¿debo abandonar toda empresa y rendirme a la indolencia?
El anciano lo miró, extendió sus manos y cerró sus párpados. Permaneció callado durante un tiempo que a Lu-Chi le pareció eterno. Luego dijo:
–No eres tú quien contiene a la existencia dada sino ella quien te contiene a ti. Tú eres ese destino que se derrumba en un instante y quien al acto debe levantarse. No te abandones a la suerte porque tú eres el azar mismo de esa carta caída y levantada hasta la eternidad.



12 apostillas:

Anónimo dijo...

Precioso, es cada uno el que se labra su propio destino, el que elige ser libre. No me creo nada de lo prefijado, de ser otro, Lo Otro, el que decida lo que soy, seré.
Ni me creo en la - permíteme - gilipollez de la reencarnación y que por eso estamos y somos en nuestras desgracias o alegrías.
¿Cuántas personas son Cleopatra?
¿Cuántas Napoleón?
En fin.
Me pongo al día con tu blog.
Un abrazo.

www.heliodoro.wordpress.com

Anónimo dijo...

Más o menos lo mismo le dije yo a un amigo que anda en la travesia de su personal crisis existencial, sólo que delantes de unas cañas y una de calamares.

Anónimo dijo...

La verdad es que es un tema complicado, porque hay muchos casos de gente super inteligente, que ha sacrificado todo por unos estudios, se logra un brillante porvenir y de golpe y porrazo le viene, por poner un ejemplo, una enfermedad que no viene a cuento y tira al traste todo lo que se había currado.
El destino a veces es una mierda, sobre todo si te mereces un buen final, y los guionistas de la vida son todos unos cabrones, más que nada porque si a tí te va bien, a otro le ira mal, para COMPENSAR.
Saludos,

Anónimo dijo...

A ciertos personas no para de venírseles abajo el castillo de cartas. ¿Será que el destino de la humanidad es semejante al de Sísifo?

Evelio

Nerte dijo...

Me ha encantado, cada vez me impresionas mas. Saludos.

franco dijo...

Pero Sisifo engañó, y puede que ahí resida algo del tema... sería engañarse el creer que nunca se derrumbará (o el amor eterno).

Anónimo dijo...

Ja. y al final siempre termina uno teniendo la culpa de todo...

Maria Coca dijo...

Muy interesante. Me gusta tu estilo y tus relatos breves. A mí también me encanta esta particular forma de narrar.

Enhorabuena y un beso desde mi mar.

Anónimo dijo...

Muy bonito, incluso a pesar de lo que dice Juan Rubio, luego le pondré una cita, si la encuentro. Lo que has escrito no excluye las vidas de los que se sienten como dice Juan.

Anónimo dijo...

Viejo, bendito, Pekisch:

Eso sí que no tenías que habérmelo hecho. No me lo merezco. Yo me llamo Pehnt, y sigo siendo aquel que se quedaba tumbado en el suelo para escuchar la voz de los tubos, como si pudiera llegar de verdad, cuando en realidad no llegaba. Nunca llegó. Y ahora yo estoy aquí. Tengo una familia, un trabajo y por la noche me acuesto temprano. Los martes voy a escuchar los conciertos que dan en la Sala Trater y oigo músicas que en Quinnipak no existen: Mozart, Beethoven, Chopin. Son normales y, sin embargo, son hermosas. Tengo algunos amigos con los que juego a las cartas, hablo de política fumándome un puro y los domingos salgo al campo. Amo a mi mujer, sea lo que sea lo que haya sucedido en el mundo ese día. Me gusta dormir a su lado y me gusta despertarme junto a ella. Tengo un hijo y lo amo, aunque todo haga suponer que de mayor será agente de seguros. Espero que sea un buen agente y que sea un hombre justo. Por la noche me acuesto y me quedo dormido. Y tú me has enseñado que eso quiere decir que estoy en paz conmigo mismo. No hay nada más. Ésta es mi vida. Sé que no te gusta, pero no quiero que me lo escribas. Porque quiero seguir acostándome, por las noches, y quedándome dormido.

Cada uno tiene el mundo que se merece. Yo tal vez haya comprendido que el mío es este de aquí. Lo que tiene de extraño es que es normal. Nunca se ha visto nada parecido en Quinnipak. En Quinnipak se tiene en los ojos el infinito. Aquí, las pocas veces que miras a lo lejos, miras a los ojos de tu hijo. Y es distinto.

No sé cómo hacértelo comprender, pero aquí vivimos resguardados. Y no es algo despreciable. Es hermoso. Y, además, ¿quién ha dicho que hay que vivir necesariamente a la intemperie, siempre asomados al cornisón de las cosas, buscando lo imposible, escudriñando todas las escapatorias para evadirse de la realidad? ¿Es que de verdad es necesario ser excepcionales?

Yo no lo sé. Pero me aferro a esta vida mía y no me avergüenzo de nada: ni siquiera de mis botines. Hay una dignidad inmensa, en la gente, cuando sobrelleva sus propios miedos, sin trampas, como medallas de su propia mediocridad. Y yo soy uno de ellos.

Mirábamos siempre al infinito, en Quinnipak, los dos juntos. Pero aquí no hay infinito. Así que miramos las cosas y con eso nos basta. De vez en cuando, en los momentos menos pensados, somos felices.

Me acostaré, esta noche, y no me quedaré dormido. Será culpa tuya, viejo, maldito Pekisch.

Te abrazo, Dios sabe cuánto te abrazo.

Pehnt, agente de seguros


Alessandro Baricco

Joselu dijo...

Somos simultáneamente la flecha, el arco, el arquero y la diana. Sabiendo esto, no podemos fallar el tiro. Es necesaria la fuerza justa, el impulso justo, la intuición hace el resto.

Anónimo dijo...

El castillo se ha venido abajo varias veces. Me pregunto si no lo derribaré yo mismo. Pero bueno, a levantarlo de nuevo. Salud.