—Se le ve bien, maestro, para sus cien años.
—Sin este Alzheimer me sentiría mejor. Al menos sabría si soy o no Cioran.
—Siempre renunció a que le reconocieran y en más de una ocasión se negó a sí mismo.
—El insomnio y la gastritis tampoco ayudan.
—En cambio, su obra goza de buena salud.
—No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción.
—¿Ese era su deseo?
—Lo que sé arruina lo que deseo.
—Aún así gozó del talento suficiente como para sobrevivir.
—El talento es el medio más seguro de falsearlo todo, de deformar las cosas y de equivocarse acerca de uno mismo. Sólo poseen una existencia verdadera aquellos a quienes la naturaleza no ha abrumado con ningún don. Sería por ello difícil de imaginar un universo más falso que el universo literario, o un hombre más desprovisto de realidad que el hombre de letras.
—La lucidez no le impidió, en cambio, seguir adelante.
—En este gran dormitorio, como llama un texto taoísta al universo, la pesadilla es la única forma de lucidez.
—Luchar contra los propios demonios es también una muestra de sagaz inteligencia.
—Todas las anomalías nos seducen, y en primer lugar la Vida, anomalía por excelencia. La lucidez: martirio permanente, inimaginable proeza.
—Es como si sólo hubiera encontrado descanso en lo atormentado.
—Es el sufrimiento y no el genio, únicamente el sufrimiento, lo que nos permite dejar de ser marionetas.
—La libertad de la tristeza.
—Si estar alegre por el puro hecho de vivir resulta inquietante, es por el contrario normal estar triste incluso antes de haber aprendido a balbucear.
—Somos entonces ese simple accidente que no hay que tomar en serio.
—El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es razón para vivir, la única en realidad.
—Será igual dentro de otros cien años.