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Llanezas

20.11.24

 

Hace años escribí este aforismo: «Me emborracho con las puestas de sol y me drogo mirando el mar: soy un adicto a la belleza». Era una metáfora para tratar de explicar que se puede implementar en nuestras vidas cambios hacia experiencias que impacten menos en nuestro cuerpo y más en nuestro espíritu.

Desde entonces y hasta ahora, en contra de la norma social, no tomo alcohol, porque «Solo estamos preparados contra el paso del tiempo, cuando cada segundo se vive con plenitud y conciencia», argumento que suele espantar a algunas personas que lo escuchan. Por eso les digo que he llegado hasta ahí después de recorrer un camino tras una experiencia personal.

Ahora me entero que eso de cero alcohol o que hay que sustituir ese placer por otros como contemplar el mar o los ocasos, pausar la vida y disfrutar de los pequeños encantos, se ha puesto de moda entre personajes famosos y me temo otra colisión humana a favor y en contra.

Por eso digo que no me atrevo a decir que soy feliz y, sin embargo, me alegro con cada cosa sencilla que me es dada.

La felicidad no siempre se declara, pero se encuentra en lo simple. Al vivir cada instante con compleción, el tiempo se dilata y la serenidad nos envuelve, permitiéndonos disfrutar de cada resquicio de vida.

Extraer de cada partícula de tiempo el gozo necesario que nos lleve a la totalidad del sentido existencial. Es imposible detener el tiempo, pero sí dilatarlo viviéndolo en su integridad.

No tengo prisa y por eso me demoro en cada instante que vivo.



La altitud de lo humilde

31.10.24


Antonio Machado por boca de Juan de Mairena, su alter ego filosófico, decía: «Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura», porque la línea donde se encuentran las miradas nos equipara por igual a todos los seres humanos. Mientras que, por otro lado, no hace falta trepar, elevarse, subirse a la tarima a pregonar ninguna creación literaria porque, una obra se defiende por ella misma o por el calor y la devoción con la que la acogen quienes la leen.



La muerte del autor

11.7.24


Existe un símil entre las personas que escriben y los gusanos de seda. Al igual que estos quienes se dedican a escribir, tras comer y comer la morera del conocimiento en las ricas hojas de la lectura y la experiencia, se encierra en un capullo hasta que se produce esa maravillosa metamorfosis del ser escritor al ser escritura que, en forma de mariposa, deja escapar la belleza. Y como el gusano que muere, el autor desaparece, pero queda su creación en ese finísimo hilo con el que tejer la seda tan apreciada por su brillo adamantino y su delicada suavidad, semejante que una buena lectura.



Intutitivos

3.4.24


Siempre le he achacado una cierta torpeza a mi cerebro. En ocasiones pienso que no es tan inteligente como me gustaría y siento admiración por las personas geniales, capaces de mejorar el mundo con sus ocurrencias.

En este análisis de los procesos mentales me pregunto de dónde saca mi cerebro las cosas sin ser yo tan listo, sin ser tan ilustrado, sin tener una formación de alto nivel. Cuando esto me viene a la cabeza acudo a un buen pretexto: la intuición. Siempre que puedo digo que soy muy intuitivo.

Pero resulta que esta herramienta mental es un baile entre lo consciente y lo inconsciente, no un ente mágico, sino un producto de la experiencia, la memoria y la capacidad de anticipar el futuro. Y si es así mi cerebro me engaña o me oculta parte de sus planes.

La intuición opera como un atajo, permitiendo tomar decisiones rápidas sin necesidad de un análisis consciente exhaustivo. Se basa en patrones aprendidos del pasado, conexiones neuronales inconscientes y emociones que actúan como señales.

Aunque intuitiva, la intuición no es un proceso exclusivamente inconsciente. Estudios sugieren que la actividad cerebral consciente precede a las decisiones intuitivas, lo que implica una colaboración entre ambos niveles.

La intuición permite ir más allá de la lógica y la información explícita. Es un instrumento poderoso para completar la información que tenemos, detectar patrones sutiles y tomar decisiones en situaciones ambiguas.

Tampoco es un don innato, sino una habilidad que se puede entrenar y perfeccionar. La exposición a diferentes experiencias, la reflexión sobre nuestras decisiones y la atención a nuestras emociones son claves para fortalecerla.

La intuición es un proceso dual que involucra tanto la consciencia como el inconsciente, y se puede entrenar y perfeccionar, algo que me ha salvado en más de una ocasión pero me ha hecho naufragar en otras.



Máscaras

23.3.24


Vivimos en una época donde lo políticamente correcto se ha convertido en una espada de doble filo. Por un lado, busca evitar la discriminación y el lenguaje que pueda herir a las personas. Por otro lado, puede generar una censura disfrazada de buenas intenciones, obligándonos a tejer un doble o triple discurso entre lo que realmente pensamos, lo que nos gustaría decir, lo que debemos decir y lo que finalmente decimos.

En este baile de máscaras verbales, la libertad de expresión se tambalea. La espontaneidad se diluye en la autocensura, calculando cuidadosamente cada palabra para evitar el ostracismo social o la cancelación. Lo que pensamos se convierte en un secreto a voces, lo que queremos decir se esconde bajo un velo de prudencia, y lo que decimos se transforma en una versión edulcorada de nuestras ideas, moldeada para ajustarse a las expectativas de la audiencia.

Y los que escuchan no siempre están dispuestos a recibir la verdad cruda. A veces, prefieren oír lo que quieren escuchar, una versión suavizada de la realidad que no confronta sus creencias o valores. Se crea así una burbuja de confort donde la disidencia se acalla y la crítica se disfraza de sugerencia.

La autenticidad es un valor fundamental para la construcción de relaciones sanas y honestas. Sin embargo, la censura, incluso cuando se disfraza de corrección, limita la libertad de pensamiento y debate, pilares esenciales para el crecimiento individual y colectivo.

Encontrar el equilibrio entre la sensibilidad social y la expresión libre es un desafío complejo. No se trata de negar la importancia de la empatía y el respeto, sino de encontrar espacios donde la diversidad de opiniones pueda florecer sin miedo a la represalia o la censura.

Desafiar la máscara de lo políticamente correcto no significa avalar el discurso del odio. Se trata de defender el derecho a pensar diferente, a expresar ideas sin filtros preestablecidos y a construir un diálogo donde la verdad no tenga que esconderse detrás de una máscara. Solo así podremos construir una sociedad donde la autenticidad y la tolerancia coexistan en armonía, sin necesidad de dobles o triples discursos.



El baile de la realidad

7.3.24

 

En el escenario de la existencia, la realidad se presenta como un velo tejido por la mente, una danza entre la clarividencia individual y la objetividad universal. Bajo la luz de la reflexión, surge la pregunta: ¿qué es real y qué es ilusorio? ¿Somos meros espectadores de un drama cósmico o cocreadores de la realidad que habitamos?

El budismo, con su mirada introspectiva, nos invita a desentrañar los misterios de la percepción. Según esta tradición, la única verdad inmutable es la conciencia. El mundo que experimentamos, desde los extensos mares hasta las hojas que caen, es una proyección mental, un lienzo donde la mente pinta sus propias imágenes. Esta idea, que desafía los discernimientos acordados, nos impulsa a explorar la naturaleza de lo experimentado.

El neurocientífico Anil Seth, desde un enfoque empírico, aporta otra perspectiva a la ecuación. Afirma que la realidad que percibimos es una alucinación controlada que nuestro cerebro establece para ayudarnos a interactuar con el mundo. Esta confusión se basa en la información sensorial, pero también en nuestras expectativas, creencias y experiencias previas. Es como si cada uno de nosotros tuviera una cámara interna que filtra la realidad a través de un lente personal.

Un proverbio árabe nos recuerda que los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego. La realidad no se limita a lo que vemos, sino que se define por la interpretación que nuestro cerebro hace de ello. La mente, como un director de cine, toma las imágenes del mundo y las transforma en una película personalizada.

Sin embargo, la realidad no es un mero producto de la mente. Existe una base objetiva: las leyes de la física, la naturaleza, los átomos que conforman la materia. Estos elementos trascienden nuestras sensaciones individuales y nos conectan con una realidad compartida.

En la danza entre la mente y el mundo, la realidad se convierte en un enigma fascinante. La ciencia y la filosofía nos ofrecen herramientas para explorarla, pero nunca podremos esclarecer su misterio por completo.

En este baile de perspectivas, podemos encontrar la magia de la alucinación compartida que designamos vida, donde cada persona, con su lente exclusiva, aporta a la creación de una realidad colectiva, un tapiz tejido con los hilos de la experiencia individual y la objetividad universal.

En la búsqueda de la verdad, la mente se convierte en un bastidor donde la realidad se pinta con los colores de la apreciación y el aprendizaje, y cada individuo, con su pincel único, contribuye a la obra maestra total de la existencia.



Apagones

6.3.24


Toda reflexión propaga una luz que cualquier creencia apaga.



¿Quién alimenta a los monstruos?

10.10.23



Lo descomunal por desproporcionado, lo extraño por inusual, lo diferente a lo común o corriente, ejerce sobre el ser humano una incontenible atracción. Asomarse a aquello que nos produce espanto por su monstruosidad se convierte en una fuerza irresistible y tentadora.

Las redes sociales y algunos medios de comunicación narran historias de personajes que son capaces de hacer con sus cuerpos y sus vidas cosas que nos producen un asombrado rechazo y un maravillado repudio, desde tatuarse totalmente de negro hasta amputar partes de su anatomía.

Si nadie mirara sus fotos y nadie siguiera sus testimonios, estos engendros humanos permanecerían en el anonimato. Pero con el morbo de la gente el monstruo continúa creciendo y lo hará hasta su extinción, momento que será sustituido por otro.




La salida

25.9.23



La vida es el cuento que cada cual se cuenta.

Acotar el agobio, cercarlo en un territorio para que no se desborde y no nos contamine más allá de su ámbito estricto. Hay que tratar de recortarlo y, después, cual figura de papel arrugarla y tirarla a la papelera.

Para conseguir ese dominio de la tijera es necesario reírse más, relativizar lo que nos estresa ahora porque al pasar el tiempo todo habrá ido a parar a al cesto del olvido. Andar delante de las cosas desde la calma mental y no ir con la lengua fuera tras de ellas, disfrutar del momento para que tenga prevalencia lo que no es angustioso. Amarte más queriendo más y dejando que te quieran más.

Ese era el cuento y estamos en el descuento.




Disimulaciones

7.9.23



El escritor Jean-Pierre Claris de Florian, sobrino de Voltaire, en una de sus ‘Fábulas de Florian’ titulada ‘El grillo’, advertía:

¡Señor don grillo, alerta,
Que el vivir ignorado
Suele traer más cuenta!

Sentencia que conecta con el dicho popular: «Pour vivre heureux, vivons caches» (Para vivir felices, vivamos escondidos).

Lejos del ruido mundanal, apartados en la laguna de lo discreto, seremos dichosos confundidos con el terreno.

Textos escogidos

10.7.23



Chuang Tse pensó dentro de mi cabeza: no sé por qué soy como soy. Y el mundo giró en torno a mí delicadamente. Adiviné que era sabio, pero no uno cualquiera sino aquel que debería desentrañar mis entrañas. Empecé entonces a considerar mi inutilidad aquiescente, desde que mi padre me dijo que no servía para nada, como una potencia del infinito. Asumí los peligros del conocimiento, no como un temor, sí, acaso, como un vértigo cervical de ser ante la cantidad de ausencia que concentra el Universo, y concebir que el amor es el grosor del vacío. La perfección está en adaptarse a todo con ligero corazón, manifestó Chuang en mi entender, ante lo espinoso de aceptar el destino de manera natural, ingenua y espontánea, hasta ser aquel que con inocencia viene y con sencillez se va. Y en este camino volátil y mudable, desaprender para no seguir ningún patrón porque la vida es cosa prestada.




Ensimismamiento

6.7.23



En el aire nuevo y húmedo de la mañana una pequeña flor blanca cae desde la altura de su existir. Su vuelo, grácil, como el de una mariposa, atrapa la luz inocente del día y giróvaga muestra su último esplendor de tierna sencillez. Etérea se siente en su danza helicoidal hacia su despendida tras, silenciosa, haber cumplido con su destino de belleza y perfume, inadvertida. Así la escena dibujada que nos contempla.




Antiarrugas

26.5.23



Estos últimos días mientras transito por la ciudad, llena de rostros políticos por todos los lugares, me llama poderosamente la atención un detalle: los candidatos no tienen arrugas. Sus semblantes aparecen inmaculados de rugosidades, expropiados de surcos en la piel, redimidos de los pliegues que el tiempo otorga.

Lo impúdico de esas imágenes aventuran su primera gran mentira, la máscara inicial con que maniobrarán desde su insinceridad, porque quien es capaz de maquillar su realidad mostrándose como no es, anuncia un espíritu truculento y falaz.

La vida escribe en nuestro cuerpo una narración de estrías en la que se pueden leer los momentos de risa y de llanto, de alegría y de dolor, de sorpresa y desengaño. Y nadie debería borrar lo que es.




El patio de los ahorcados

12.4.23



De niño, curioseábamos por las tapias del cementerio y recorríamos sus patios luminosos llenos de flores secas, mustias o frescas todavía tras un reciente sepelio. Mirábamos las fotografías en blanco y negro o sepia, con los rostros de los difuntos cuando eran seres vivientes. Nos deteníamos a cuchichear al reconocer el retrato de algún personaje adherido a la lápida o sabíamos de alguna tragedia ocurrida por la que dejó de existir.

Debatir sobre la muerte causaba, en nuestras cabezas infantiles, un efecto de temor por qué dios nos esperaría en el más allá, y de incomprensión e indolencia al no ser ningún familiar o persona conocida.

Especialmente desconcertante nos parecían los fallecimientos de los niños atropellados, caídos en lugares mortíferos o víctimas de enfermedades incurables, por las que cruzábamos los dedos para que no nos tocara padecerlas en suerte.

Pero la expedición al camposanto tenía dos puntos de observación macabros: la sala de autopsias y los terribles manejos forenses con prácticas descuartizadoras de cuerpos, en la búsqueda de la verdadera causa del óbito y, por supuesto, el patio de los ahorcados, cerrado por una gruesa puerta metálica y que, para observar su interior, debíamos escalar las encaladas paredes.

Una vez encaramados arriba del muro siempre me invadía la tristeza. Era un espacio desahuciado de flores y más bien oscuro, donde suponíamos que estaban las personas que se ahorcaban, las que se envenenaban, se desangraban o se despeñaban por un tajo.

Parecía como si estuvieran castigados para que nadie pudiera ver el terrible delito de haber decidido morir, y que no lograron hacerlo sobre sus vidas.

Igual todas las personas llevamos un suicida hibernado dentro de nosotros como nos recuerda el filósofo Émile Cioran: «Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera. Sin la idea del suicidio, si no fuera por la posibilidad del suicidio, ya me habría matado».




La mochila existencial

3.3.23



El primer viaje lejano que realicé con mis hijos, aún pequeños, fue calificado por algunos conocidos como de «una locura». Expliqué entonces que, para mí, lo disparatado era marcharme sin su compañía.

Siempre recuerdo con agrado los tres meses de verano que, con siete años, pasé junto al mar en una casita de pescadores alquilada por mis padres. Es una imagen que llevo conmigo a igual que otras tantas cosas vividas en común. Experiencias pegadas a la piel del alma que son mi valiosa herencia inmaterial.

De ahí el empeño en dar a mi pequeña tribu el mismo legado de emociones, recuerdos y sensaciones que los que yo recibí porque sé que, donde vayan y donde estén, viajarán con ellos. Así que mi inquietud, con acierto o error, ha sido cargar de ese patrimonio su mochila existencial.



Motivos

11.2.23



No hay que dar consejos, solo pie a la reflexión.



Alienígenas

24.1.23



Tengo un amigo que siempre me recuerda que cuando me vio, por primera vez, pensó que era un extraterrestre. Y puede que, en ese momento, tuviera razón, pero uno termina aclimatándose a este planeta.



Adiestrados

2.1.23



Observé como aquel soldado al final del pelotón marchaba irregularmente respecto al resto. Me interesé por el hecho y me aclararon que lo habían intentado hasta la extenuación sin obtener ningún resultado satisfactorio, así que decidieron relegarlo al último lugar el día del desfile. Desde entonces esa imagen no me ha abandonado nunca porque sigo caminando por la vida con el paso cambiado.




'Solvitur ambulando'

31.12.22



En un tiempo donde hemos hecho dejación del caminar subsumidos por la trasportación, deberíamos recordar que andar nos invita a la reflexión. O como dijo David Le Breton en su libro Elogio del caminar: «el caminar es una apertura al mundo. Restituye en la persona el feliz sentimiento de su existencia». Y dado que el movimiento se demuestra andando, caminemos para aclarar nuestra mente.



Diferentes

27.12.22



Javier es un chaval inusual en estos tiempos. Le gusta la Literatura y le atrae escribir. Junto a estudiantes de su instituto han creado una página web sobre textos literarios y creatividad. Se aleja bastante de otros perfiles más comunes a su generación, pero eso no parece importarle. Entiendo que a cada revolución o cambio se opone una contrarrevolución y, posiblemente, esto pueda ocurrir también ahora, donde todo se predispone a enterrar la palabra escrita.