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Adagio de la reflexión

19.4.11



―Buenas. Venía por la entrevista señor François de La Rochefoucauld.
―Proceda.
—Antes que nada decirle que esta es la primera entrevista periodística que hago a un aristócrata.
― Amamos siempre a los que nos admiran, pero no siempre a los que admiramos.
―Bueno, señor duque, es más bien curiosidad lo que me ha traído hasta aquí.
— Varias clases hay de curiosidad: una de interés, que nos incita a desear saber lo que puede sernos útil; y otra de orgullo, que nace del deseo de saber lo que los otros ignoran.
―De pasiones usted sabe mucho y escribió de ellas para poder precisarlas.
―Es difícil definir al amor. Lo que de él se puede decir es, que en el alma es una pasión de reinar, en los espíritus una simpatía, y en el cuerpo un apetito oculto y delicado de poseer lo que se ama después de muchos misterios.
―¿Supo de él?
―Puedo decir que el placer del amor es amar, y que somos más felices por la pasión que sentimos que por el amor que nos dan.
―Se refiere al definitivo...
―El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto.
―Y si se trata de quererse a uno mismo.
―El amor propio es el mayor de todos los aduladores.
―¿Acaso no es el autoengaño lo que mejor funciona?
―El amor propio es más hábil que el más hábil hombre del mundo.
―Malparados salimos.
―Hay en el corazón humano una generación perpetua de pasiones; de suerte, que la ruina de una es casi siempre el principio de otra.
―Quedo agradecido por el tiempo concedido.
―Siempre se nos hace largo el tiempo que estamos con los que nos incomodan.
―Espero que en este caso no haya sido así, para mí ha sido un placer.
―On n'aurait guère de plaisir si on ne se flattait jamais.(*)



(*Apenas habría placer si nunca se lisonjeara)

Amantes

11.4.06




En general, las mujeres son mejores amantes que los hombres. Ejercitan más la paciencia y la perseverancia. Y como buenas amantes tanta dedicación las inclina, en algunas ocasiones, hacia los celos de cualquier cosa que pueda restarle atención al objeto amado. François de la Rochefoucauld escribió: «En cierto modo los celos son algo justo y razonable, puesto que tienden a conservar un bien que nos pertenece o que creemos que nos pertenece, mientras que la envidia es un furor que no puede tolerar el bien de los demás». En la cara opuesta están quienes exprimen la esencia del amado hasta volatilizar su condición.