Ninguneos

3.6.20



El problema del desprecio hacia los demás es la mal disimulada arrogancia de un yo frustrado.



Azoramientos

2.6.20



Un hombre busca con afán en su monedero algunas monedas. Ahonda con sus dedos en el interior oscuro pero no halla nada con que pagar su necesidad. Y así busco yo, con inquietud, en el pozo sin fondo de la existencia humana.




Fracciones

1.6.20



Sobrevivimos en la reconstrucción de los fragmentos que somos.



Barrio

31.5.20



Los vecinos de la calle Espejo siempre que salían de casa pisaban el cielo.



Homúnculos

30.5.20



Mi querido amigo Joselu, fiel lector y comentador de este blog, señalaba ayer que nos somos libres porque nuestra libertad es una proyección de nuestro cerebro. De hecho, advertía, que mis post ya estaban escritos de antemano, aunque yo nunca hubiera imaginado que el post que ahora escribo ya estuviera hecho. Y, por tanto, que ese diez por ciento de consciencia de mi mente se hiciera la ilusión que he decidido, libremente, teclear estas palabras, llegadas a saber de qué rincón de mi actividad mental. El filósofo y neurocientífico, Sam Harris, sostiene que podemos decidir lo que hacemos, pero no podemos decidir lo que queremos decidir hacer, que es lo que supongo que me ha pasado a mí tras poder decidir escribir esta entrada en la bitácora, pero sin poder decidir que quería decidir hacerla.



Rebosamientos

29.5.20



Escribir es abundar en la soledad de la compañía de una multitud de ideas.



En tinieblas

28.5.20



Licimnio de Quíos, poeta clásico, escribió: «Algo, una mano de ternura, tras el intenso sueño de la vida, que venga a reponer el feble cuerpo». Si tomo la cita literalmente, igual que me levanto voy y me acuesto.



Testeados

27.5.20



La lucidez hiere y su dolor da la conciencia de estar vivos.



Abdicaciones

26.5.20



Nunca pierdas la esperanza porque estarás perdido tú también.



Artificios

25.5.20



Detrás de una risa falsa vive una persona adulterada.



Caco

24.5.20



Era un ladrón de poca monta. Solo robaba insignificancias.






Amarraduras

23.5.20



Lo sumiso ata más que lo opresivo. 



Silencio final

22.5.20



El primer día que dejé de escuchar los aplausos me sentí solo, muy solo en el mundo, con una soledad ubérrima. Ese silencio es único y es antesala del ruido de fondo que nos aturdirá de nuevo.



Sobrellevamos

21.5.20



Una persona se redime en función de la cantidad de azar que es capaz de soportar.




Renovaciones

20.5.20



Nadie se molesta en soñar, nuevamente, las cosas ya soñadas.



Libros ergódicos

19.5.20



El libro no es la lectura ni es la escritura porque ambas existían y existirán en un antes y un después, por mucho que imploren sus diletantes amantes. 

Una vez más me topo con un ensayo sobre la aquiescencia del libro donde se vuelve a confundir la escritura y la lectura con su soporte. El libro no es más que un formato que reproduce estas dos acciones y su sempiterna presencia en este último medio milenio, no es más que un periodo corto si contamos desde la protoescritura de hace seis mil años hasta la tecnologización, en la que se han contado millones de historias. 

Apenas los neolectores digitales superen a los analógicos, el libro en papel tendrá un rol menos preponderante que en la actualidad. 

La obra literaria ya no es la obra en su modelo clásico porque sus límites se han ensanchado hasta hacerla irreconocible desde los cánones académicos.



Apagamientos

18.5.20



Hecateo de Abdera, pensador de la escuela escéptica, confesó: «A veces pienso en la asombrosa persona que no fui. Y entonces me consumo como una llama de nostalgia». Ese es un anhelo repetido durante siglos y albergado en diferentes huéspedes que no ha de cesar hasta el final.



Consola

17.5.20



Los padres buscaron al niño con determinación, lo habían dejado embebido en un videojuego en el que pasaba muchas horas. Al principio con intranquilidad y después, tras auscultar hasta el último rincón de la casa, con desesperación. No comprendían que hubiera desaparecido porque las cámaras de seguridad probaban que no había salido de la vivienda. Pasados varios meses quedaron paralizados mientras un anuncio en televisión publicitaba un videojuego donde el protagonista era su hijo.



Colocación

16.5.20



«Los signos inertes de un alfabeto se vuelven significados llenos de vida en la mente. Leer y escribir alteran nuestra organización cerebral», mantiene Siri Hustvedt. Perspectiva que hace comprensible el desorden mental de tantos individuos en la actualidad.



Antilogía

15.5.20



No me gusta hablar de mí; soy insignificante.



Arbitrajes

14.5.20




A veces la esperanza solo es un acto de reconciliación ante nosotros mismos.



Aforísticos

13.5.20



Cada persona debe encontrarse con el aforismo que es.



Socratismo

12.5.20



Puedes ser el creador de un sistema de pensamiento; puedes haber desarrollado una amplia formación intelectual; incluso estar en posesión de un amplio acervo popular. Y, aun así, desconocer el verdadero arte del conocimiento.



Designio

11.5.20



El propósito de toda acción es su consecuencia.



Reclusiones

10.5.20

Un amigo que habita una vieja casa en soledad me cuenta por teléfono, después de más de una cincuentena de días encerrado: «Hay zonas de la vivienda que prefiero no visitar como es el caso del trastero. En ese desván habitan los antiguos dioses romanos del hogar. No me apetece encontrarme con ellos y pedirles explicaciones sobre lo que han hecho». 
«Esta casa es tan grande y tan mayor que hay días que me cruzo conmigo y me saludo. Y por esa misma razón tampoco subo a la logia. Mi entretenimiento es recorrer el patio por fuera de las columnas. Cada maceta colocada allí representa un antepasado mío. A veces discutimos tanto que termino agotado entre el ejercicio y la cháchara. La biblioteca en cambio me reconforta, no por la lectura si no porque me siento arropado por tantos personajes circunscritos a sus páginas, mientras escucho el resuello de sus murmuraciones. La cocina es la encrucijada de los caminos donde concurren todos mis pesares, que alivio guisando viejas recetas compiladas por mi madre en hojas amarilleadas y grafías cuidadosas. Ahora, con el desconfinamiento, mantengo una distancia social de dos metros con mi sombra». 
«Y lo mejor es que no tengo prisa por llegar a ningún sitio ni pienso que vaya a tenerla nunca más».



Desvencijado

9.5.20



Conocí a un joven poeta que fue a París donde se deslumbró con la luz macilenta de sus calles y el bullicioso reposo de sus muertos, que pisó el mismo adoquinado por donde anduvieron aquellos nombres propios que nombraron sus señas de identidad caligráfica y la llovizna rítmica de sus sueños, entre itinerarios recorridos por la amistad. Hoy cansado de tiempo ni es joven ni se sabe poeta, ya sombra en un camino polvoriento de mirada ensordecida.



Trastornado

8.5.20



Escribir es dar la palabra a la multitud de personajes que nos habitan.



Encasillados

7.5.20



Marcel Schwob, de quien Borges afirmó que no buscó la fama y escribió para los poco afortunados, dijo que «el arte es lo contrario de las ideas generales, describe solo lo individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica». Es por ello que está tantas veces fuera del conjunto ordenado que representa la normalidad estética.



Cortaziana

6.5.20



Si leí lo que leí y amé como amé fue para ser lo que soy.



Mojarse

5.5.20



Me gusta la lluvia cuando no llueve y me moja interiormente, anegándome con los recuerdos que forman esa laguna que es la memoria.



Nimiedades

4.5.20



¿Cómo una palabra puede expresar insignificante y a su vez excesivo?



El cuento de nunca acabar

3.5.20



Escribió el cuento en una hoja de papel que el viento se llevó. Aún tenía la idea en su cabeza, así que lo reconstruyó, no sin la inquietud de haberlo reproducido fiel a las palabras exactas con las que lo hizo la primera vez. La hoja de papel esta vez, por un golpe de aire, cayó al agua y la tinta se diluyó. Reescribió la historia nuevamente, ahora con una pequeña variante sobre la idea prístina, pero guardando su esencia. La tercera versión parecía la definitiva, pero se quedó dormido con un cigarrillo encendido y un pequeño incendio devoró parte de su escritorio. Aun así, pudo hacer una quinta y una sexta versión, ambas destruidas bajo el infortunio de accidentes caseros como ser usado para un avión de papel por su hijo pequeño, o ser tirado a la papelera sin conciencia de ello. En todas las variantes posteriores ocurrieron nuevas desgracias que lo llevaron a situar su cuento en la categoría de lo inasible, quedando definitivamente recluido en su cabeza.



Endemoniados

2.5.20



El cerebro es un traidor que nos miente y nosotros, pobres diablos, sus rehenes.



Novelistas

1.5.20



Hay una narrativa interior monologada que va escribiendo, incesante, la gran ficción de nuestras vidas. 



Enfrascados

30.4.20



No sé si he dejado para mañana lo que podía hacer hoy, porque hoy he olvidado los atascos, el smog y las prisas. He borrado el bullicio, el silencio de ozono y tomado la nepente. Así que si amanece no es poco, aunque no haya despuntado más temprano tras madrugar tantos días que no tienen día y sí incontables horas.



Sistema solar

29.4.20



A veces me siento como un idiota que da vueltas sobre sí mismo sin ningún sentido.



Disyunciones

28.4.20



Duele no despedirse pero aún más no reencontrarse.



Oscuridades

27.4.20



A veces escribo cosas incomprensibles con la esperanza de que alguien me las explique.



El cuento del millón de cuentos

26.4.20



¿Alguien me puede ayudar a narrar este cuento?, escribió el autor al comenzar su ficción. Y un millón de lectores imaginaron, cada uno de ellos, una narración distinta a la idea original. Le contaron el relato de sus vidas y, en su cabeza, escuchó el zumbido interior de una colmena, el trabalenguas de la Torre de Babel, un restaurante en hora punta, el patio de un colegio a la hora del recreo, una peluquería un sábado por la tarde y las turbinas de un avión en el despegue. Tras la experiencia comenzó un relato sobre el silencio, precisamente, este que ahora enmudece



Know how

25.4.20



En todo aprendizaje hay sorpresa y desconcierto.



Topología de la confinación

24.4.20



Hay una sucesión de pasos contados a diario entre los armarios y las estanterías, una separación sin distancia entre la mañana y el resto de las horas, el contínuum pensar entre cuatro paredes, el curso de días siameses, la sinalefa de las tareas domésticas, el ininterrumpido paisaje de los muebles, el alargado despertar y la permanente resistencia a ser solo polvo en suspensión. 

Y luego está esta primavera en blanco y negro o solo gris, a la que le han despintado los colores, el rojo amapola, el amarillo margarita, el azul nomeolvides y el violeta anémona. Estos días cenicientos que amanecen sin rostro con sus noches de ónice. Esta vida sin pausa y sin alejamientos en la intimidad doméstica.



Vacunación

23.4.20



Mi infancia está poblada de charcos y botas de agua y chaparrones que oscurecían la ciudad y las ganas de salir a la calle. Mi niñez son historias de cuando llegaban las riadas y arrastraban el fango impertinente de vida y lo vomitaban al mar. Cuando era un bebé mis padres me olvidaron en la cuna una noche de truenos y relámpagos porque el edificio se venía abajo, y en plena oscuridad les iluminó mi llanto de niño abandonado y volvieron preocupados a rescatarme en pañales. 

Mis juegos de lluvia fueron lanzar un hierro contra la tierra embarrada para después saltar a la pata coja donde el clavo se había incrustado; o tratar de detener las pequeñas torrenteras con improvisadas presas de piedras y barro; o jugar a la pelota bajo un manto de agua. 

Mi confinamiento de lluvia ocurrió durante cuarenta días que no paró de llover y el sol desapareció, cuando los niños jugábamos en la calle porque la televisión era poca o no había. Una cuarentena de aguas que ocurrió cuando los adultos nos decían que criaríamos ranas en los bolsillos y la realidad era húmeda y gris y poco alegre. Es por ello que a esta clausura nada le temo. Nos vacunaron en aquel tiempo.



Abril sin sonreír

22.4.20



Nadie nos ha robado el mes de abril, eso son mitos para canciones de cantautores. La primavera está ahí fuera, en la yedra enredada que escala nuestro amurallamiento, en la tórtola anónima que enhebra un nido para el nuevo volar, en el rayo de sol tras la tormenta que nos asusta, en el color del cielo y en el olor a mar. 

Lo que nos han robado son las sonrisas. Clausuradas, censuradas, prohibidas tras una higienizante mascarilla. Su amable presencia, su amplia luz, su horizonte de sucesos genuinos, sus diecisiete músculos articulados, la emoción sincera y nítida de la sonrisa de Duchenne, su espuma refulgente, su cordial comisura, la centésima de segundo que tardamos en pensar un momento de felicidad, su navegar por el agradable océano de la cordialidad, su suspiro de hada, la sonrisa sin gato y la nonata. Eso nos han robado y nos lo devolverán.



Enlutados

21.4.20


Hubo una época que el luto era obligatorio y de rígido rigor e inflexible dureza. Imágenes como las evocadas en la obra de teatro La casa de Bernarda Alba, me hacen recordar que la gente se enterraba en luto para demostrar su pena y su dolor tras el paso de los heraldos negros. Años y años de negrura en la vestimenta y en la alegría de vivir. Con el paso del tiempo aquella mentalidad oscura se fue perdiendo y quedó reducida a determinados hechos y personas.

Cada uno lleva el luto donde quiere, aunque el verdadero penar se lleva en el corazón con la honesta sinceridad de aquello que duele por dentro.




Reinicio

20.4.20



Pienso que la vida nos está reseteando y con ello trata de devolvernos a unas condiciones más estables, donde nuestro sistema operativo produzca un comportamiento menos pernicioso y agresivo. Un binarismo que nos conecta con un funcionamiento eficaz, fraternal e igualitario. Quizás solo sea un vano intento y a poco que volvamos a operar el sistema siga tan defectuoso como ha funcionado siempre o sus problemas vayan a más.



En edad de crecer

19.4.20



Pasaron tantos meses de andar descalzos por la casa que el día que acabó el confinamiento no les cabían los pies en los zapatos.



Agobios

18.4.20



Dos mujeres jóvenes hablan desde las azoteas de dos edificios enfrentados. Refieren la decepción por el largo encierro y lamentan todas las fiestas de las que han debido abjurar sin haber hecho acto de presencia. 

Al final, como menciona el dicho quien no se consuela es porque no quiere, una de las dos redondea la charla con la frase de desahogo: «Bueno, al menos nos queda Navidad».



Desmoronados

17.4.20



Cunde el desánimo. Por días, me derrumba pensar que no habrá mucho bueno cuando retornemos a la vida que dejamos pendiente. Y pienso que es normal, que no por ser diferentes las circunstancias que nos asisten, hemos dejado de ser vulnerables y nuestras emociones ya no se alteran. 

Escucho hablar a esas voces totémicas, que lo saben todo con lucidez y experiencia, echar un jarro de agua fría sobre nuestra frágil conciencia. Empeora el paisaje porque vuelven a dibujar ese mundo viejo que hemos dejado atrás donde seremos seres más endeudados. 

Hace años pedí, a rescoldo de aquella frase nihilista que decía: «paren el mundo que me quiero bajar», un frenazo y parar la fuerza inercial en la que se mueven nuestras vidas. 

¿No sería esta una oportunidad única de bajarnos de todo aquello que en nada nos procura el bienestar y empezar, suavemente, un movimiento cuya velocidad podemos manejar, para ser conductores y no conducidos?



Viaje interestelar

16.4.20



No sé si el tiempo pasa muy deprisa o muy despacio, si esto es la anticipación del cielo o del infierno, o es un viaje a una existencia que nos lleve a realizar todo lo que imaginamos que podría ser mejor, o solo el reglón seguido tras la pausa de, otra vez, la vida deteriorada que dejamos parada. 

Quizás nos hallamos dado cuenta de cuantas cosas superfluas e innecesarias acometimos y que nos quitan el tiempo tan necesario para entregarlo a los demás o a una parte de nosotros a la que tratamos malamente. 

¿Estamos en la búsqueda del planeta utopía al que debemos llegar con la energía de los sueños?

Diagnosticados

15.4.20



¿Estamos en una guerra y no lo había notado? ¿Somos la infantería que camina hacia la muerte? ¿Qué combate es el que libramos? ¿Está el enemigo?, que se ponga mientras militarizamos el lenguaje. Dicen que esta batalla la vamos a ganar y que venceremos. Me asusta tanta belicosidad en una ofensiva contra la paz y la palabra. 

Es esta una cuestión sanitaria, vírica y contagiosa que nos confina contra la enfermedad y la muerte. Es una crisis que nos aplana la curva de la felicidad. Es una pandemia, una endemia, una epidemia y una infodemia. 

Es una incubación en la que se buscan antígenos y vacunas, es un baile de mascarillas y de asintomáticos que esperan su dosis del recuerdo para la inmunidad de los patógenos y tolerancia cero.



Tomografías

14.4.20



Tumbado bocarriba miro el techo inmóvil. No me puedo mover según las instrucciones recibidas. Vuelvo entonces mi pensamiento hacia la techumbre blanca y voy dibujando en ella un mapa de acontecimientos y accidentes geográficos para visitar. La máquina me habla entonces, me dice que puedo respirar y pienso que igual lo había olvidado. Me atrae hacia ella y radio diagnostica mis huesos húmeros y los flujos de tristeza. Antes han introducido en mi cuerpo un contraste de luz que aclara mi condición de humano, mi sobresaltos y preocupaciones, el regomeyo de la sobremesa, la torpeza de sentir. Después me pide que aguante la respiración y, tras cerrar los ojos, me imagino un inmersión profunda y oceánica. Otra vez me deja inspirar aire mientras retiene mi nombre y mis signos cardinales. Tras jugar conmigo, me libera. Me voy algo tambaleante y alcanzo la libertad no sé a qué precio.



Espejismos

13.4.20



Me tumbo sobre la hierba que reluce al sol, los brazos extendidos, los ojos fijos en el cielo azul eterno, mientras gira el planeta. La luz me baña y zumban las abejas entre los aromas que la montaña mezcla. Es el primer día tras el confinamiento y no me quiero despertar del sueño. No, porque esto es un sueño dentro de otro sueño, ese que anhela volver no al mismo mundo, no a la misma realidad agotada, no las viejas costumbres insensibles. Ni a los desdichados hábitos de gastar la vida en todo aquello que nos agota por dentro.



Resilientes

12.4.20



En la casa se activaron conductas singulares durante el aislamiento. Anabel comenzó a caminar por las paredes, nunca por el techo. Martina adoptó la visión nocturna y solo viajaba por el edificio si había oscuridad. Paula se nutría solamente de algas fosforescentes. Y Valeria por su parte cocinaba con fuego fatuo.



Vacíos reflejos

11.4.20



Son las diez de la mañana, recojo mis cosas y me mudo de casa. Me salto el confinamiento y me traslado al otro lado del espejo, al segundo piso de tu dulzura desde donde diviso la ciudad en tus mejillas. Puede que venga Alicia a tomar té con pastas esta tarde, pero quien seguro no faltará será Borges que ha recuperado la alegría de la luz porque ya no está solo frente al espejo. En ti todo es confortable y asumo tu mano dibujando líneas evanescentes entre un lado y otro del confín. El azogue de la calle refleja el paisaje vacío de este tiempo, en cambio aquí dentro no existe peligro alguno de contagio.



Galbana

10.4.20



Para Samuel Beckett «no existe pasión más poderosa que la pasión de la pereza». Días para ello son, o para vindicar como Paul Lafargue, El derecho a la pereza, el pensamiento en zapatillas y la delectación en pijamas.



Montaña rusa

9.4.20



Me asfixio en la cresta del día. Necesito respirar mecánicamente, asistido por la brisa del mar para sentir la vida que ha sido, la que es, la que vendrá tras esta funda de miedo que ha envuelto el mundo. Era una pesadilla real, no un sueño que se deslíe con la luz y deja flotando retazos oníricos por todo el cuerpo. Sé que no es un sueño porque Amelita se ha marchado joven con su bata verde y su mascarilla de pudor, porque Arcadio no sale a pasear por los jardines de la resiliencia más, o porque hay una demora de encuentros aleatorios. 

Asintomático, respiro cuando desaparece la inflamación de la melancolía y me recupero pronto de la incubación de las malas predicciones y se avienen los confortables recuerdos y los días emotivos que quedan por vivir.



Limbos

8.4.20



Crecen flores en soledad con ausencia de perfumes y parece que la vida no va a volver a ser normal. La tristeza forma largas colas a la puerta de los supermercados, ahora como comedores sociales sin mendigos. Los pocos transeúntes que transitan las calles se sienten espiados por los investigadores de acatamiento social. Crece un clamor de vacíos por el abandono de los cuerpos que se marcharon hacia el limbo de la privacidad. Mascarilla sobre máscara, el sigiloso invisible y enemigo de todos separa al cielo del infierno.



Epistolario viral

7.4.20



Llegan cartas rotas al despacho de mi corazón. Misivas de alas quebradas que me confieren el peso de sus lágrimas. Sentado aquí no puedo desatarme y correr a abrazar al remitente. El punzante abrecartas del destino ensarta las palabras hasta hacer brotar de ellas un hilo rojo de tinta que mancha cualquier albura en el papel. Anuncian un conteo estadístico infinito de párpados cerrados en soledad y avisan de frías despedidas, con esquelas enfundadas en trajes de protección. Es una correspondencia heladora, un carteo de pérdida y dolor. Un matasellos cruel tras un giro postal de irrealidad.



Fastidios

6.4.20



El tiempo pesado de estos días lo mide el reloj de la incertidumbre.



Alterables

5.4.20



Salía del metro cuando me topé con una manifestación de palíndromos. Caminé unos pasos y pregunté a uno de ellos que sostenía una pancarta por el motivo de la protesta y dijo: «somos reversibles y es un derecho que se nos tiene que reconocer».



Pasajes

4.4.20



Mi voluntad se encierra en una casa, mi corazón late dentro de ella. ¿Quién puede decir que la vida sucede en los pasillos? Es la anti crónica del diapasón modal de la existencia que acontece entre cuatro paredes donde la soledad es mucha convivencia.



Modernidades

3.4.20



Ante el fragor tecnológico de estos días donde millones de mentes infantiles se adiestran en los soportes de la baquelita para vencer el reto digital, recuerdo una niñez lejana de asombro y emoción. 

En el barrio apenas sonaban las radios de válvulas, un avance de modernidad sobre las radios a galena, sin apenas amplificación y algún tocadiscos empleado en las fiestas vecinales para celebrar bautizos, primeras comuniones o guateques, porque de los aparatos de televisión solo teníamos noticias lejanas o al contemplarlos al pasear por el centro comercial de la ciudad. Nos quedábamos pegados a los escaparates atraídos por pequeñas pantallas que emitían imágenes en blanco y negro para recluirse en el hogar, ya que el cine seguía siendo el principal atractivo del entretenimiento. 

El primer televisor que llegó a la vecindad determinó el signo de las relaciones amistosas. Si ese día eras buen amigo de los niños de la vivienda que tenía tele, podías entrar a ver la sesión de tarde del sábado o del domingo. A veces hasta la emisión nocturna era permisible para los más espigados. Nunca pasé tanto miedo como en los cincuenta metros que separaban la casa de mi amigo Rafa de la mía, en una calle con solo una bombilla por iluminación y tras ver alguna noche una serie de terror. Cuando la fraternidad entre críos alcanzaba toda la vecindad en la proyección se podían juntar, en el salón del domicilio, un numeroso público infantil que nunca bajaba de la docena de espectadores. Una invasión en toda regla del domicilio convertido en sala de cine casero. 

Tras aquel primer suceso aconteció la segunda adquisición y la consiguiente mitosis de intereses amigables que repartieron las audiencias. En más de una ocasión penamos por los descampados ante las puertas cerradas de los domicilios por el agotamiento de sus moradores. 

Todo aquello no tuvo parangón con lo que ocurrió al volver del colegio concentrado en mis ensoñaciones pueriles. Algo ocurría en mi calle. Percibí en mi pausado andar que la gente me miraba sonriente y, desconcertado, no adivinaba a entender qué acontecía. Hasta que un zagal me dio la noticia: «te han traído una tele». Emocionado e incrédulo, la distancia hasta mi casa me pareció insalvable a pesar de acelerar mi caminar, mientras una turba de chavales se arremolinaba para felicitarme. Pensé entonces que mis padres habían cedido a las súplicas de mis hermanos y mías. 

Desde esa fecha, aquel aparato ofició como un miembro más de la familia las reuniones del comedor porque todo nos giramos hacia él y dejamos de mirarnos a la cara. Eso sí, aportó la audiencia de las vecinas que, portando sus asientos, participaban en las galas del sábado noche. Nadie podía imaginar entonces el rapto tecnológico de nuestros días. Ni los niños actuales lo creerían.

Agenda suspendida

2.4.20



–Caminar por la vida sin excusas. 
–Pararme hablar con la mujer de siempre. 
–Mojarme cuando llueven las sonrisas. 
–Bañar la desnudez de los pies en la playa. 
–Beberme una infusión de palabras en el ágora. 
–Hablar de introspección a la puerta de un bar. 
–Auditar poesía en los muros urbanos. 
–Solicitar descuentos en los días nublados. 
–Reclamar el olor de las flores. 
–Tomar apuntes al natural de las aves amantes. 
–Acudir al concierto de un crepúsculo. 
–Deambular. 
–Perderme entre la niebla humana. 
–Volver sin que me digan nada.



Respiradores

1.4.20



Afirma Maya Angelou: «La vida no se mide por los momentos que respiramos, sino por los momentos que nos dejan sin respiración». Nos falta oxígeno, estos días de ahogo más que nunca. 



Abrazos virtuales

31.3.20



Una de las primeras tareas que me asignaré tras la pandemia será la de abrazar y estrechar con dilección a todas aquellas personas con las que intercambio afectos, conocidas o no. Quiero rodear sus vidas con emoción ante esta volátil existencia.



Descalcificación

30.3.20



Parece que estuvieran fatigadas las palabras, aquejadas por esta infección de alarma y tribulación que el mundo tiene. No parecen nombrar con exactitud las cosas que ocurren, ni viven en la Pangea del pensamiento dispuestas a designar la realidad. Aun así, las llamo para que vengan y comiencen a engalanar nuevamente la vida que quizás, después de todo esto, sea mejor.



Confesión

29.3.20



Al principio no me gustaba su aspecto, parecía un hombre acantilado con poco atractivo. A medida, en cambio, que fuimos hablando se produjo una especie de transfiguración, mayor en lo que sentía que en lo que seguían viendo mis ojos. Cuando me contó los libros que leía, empecé a ver sus paisajes interiores poblados de historias y me asomé al borde de su altura. Al escuchar sus sueños y cómo los defendía me lancé a sus brazos. Pensé entonces que el amor embellece a las personas y percibí que sus manos torpes eran una fábrica de caricias aladas, su andar dubitativo camino para mi espera, y su pétrea decisión de amarme la cima del cariño.



Efugio

28.3.20



No salgas fuera de ti. Observa tus límites, tus reglas frente al espejo. Persigue tu sombra. Tu casa es un laberinto sin escapatoria. Tú eres tu prisión incondicional. Quédate dentro.



Sin noticias de la primavera

27.3.20



Confinada la primavera, las flores crecen sin aroma y en los parques juegan niños imaginarios. El vacío de los abrazos y la postergación de las sonrisas hace observancia de los decretos de recogimiento. Remolinos de recuerdos se desatan y las palabras borradas de las conversaciones públicas encuentran eco en las intimidades de los hogares. Astrónomos de la soledad observan las singularidades que, en el horizonte de sucesos, han creado agujeros negros en las oquedades dejadas por los cuerpos. La primavera ha sido aislada en el hospital de las esperas.



Consecuencias

26.3.20



A un efecto se opone otro efecto de igual o superior en intensidad.



Ciudades

25.3.20



Pienso en una ciudad donde cada calle tuviera el nombre de las personas que la habitaron. Calles abiertas a la luz del recuerdo. Represento mi calle con niños jugando y algunos árboles o sin nada de esto. Una callejuela solitaria, espacio abierto para pasear o para buscar otra arteria distinta. Una travesía poco transitada, ni una gran avenida ni una ronda estirada. Una vía recóndita. Sobre todo, me imagino mi calle, un lugar donde nunca ocurrió desgracia alguna.




Astronauta

24.3.20



Hoy toca hacer la compra y me recorre una sensación extraña. Igual que una película de ciencia ficción, donde el protagonista enfundado en un traje espacial, sale a recorrer espacio exterior y se enfrenta a peligros insospechados. Es entonces cuando los espectadores, un poco amedrentados, desean que el personaje regrese sano y salvo. Volveré del súper porque en casa me esperan. 

                                                             ***

Regresé de mi salida tras hacer la compra. Ya en mi ánimo no pesaba el temor a lo inesperado. Volví con un cargamento de extraños alimentos. Adquirí ese aire pesado de tristeza que puebla ahora las calles, el vaciado de sus gentes, ecos silentes allí donde el colorido de las risas y los gritos anidaron, un cuento de silencios relatado en el desierto de asfalto, el viento colándose por los espacios desocupados que dejaron los cuerpos. Compré, después de acompañar a un hatajo de desconocidos enmascarados, apenas comprensibles, reos de una larga expectativa, un pack de esperanza con la que subsistir.



Plagas

23.3.20



Durante muchas generaciones nadie nos avisó de que esto llegaría, cuando lo que está ocurriendo no es algo inusual en el relato de la historia de la humanidad (guerras, epidemias, catástrofes naturales). Tras el último periodo bélico y su dolorosa y terrible resaca, la sociedad fue conquistando mayores estándares de comodidad y de su memoria fue desapareciendo el hambre, la enfermedad, la muerte prematura. Ahora llega esta pandemia y da de pleno en los pilares de la colectividad del bienestar mental con la diferencia de que, en otras épocas, no contaban con el eco mediático de la información y la contrainformación y, por supuesto, con el nivel sanitario de este momento.



Confinados

22.3.20



De pronto los sueños han comenzado a tener otra sustancialidad. Te vas a la cama no con la sensación de que amanecerá un nuevo día sino el mismo ya vivido, que el horizonte de la mañana no es una nueva jornada diferente a la de ayer y continúas encerrado en la misma libertad.



Desnutrición

21.3.20



A veces me pregunto qué lee alguna gente que le sienta tan mal, o quizás solo sea una anemia mental lo que padecen por falta de lectura.



Orwelliano

20.3.20



El mundo será post coronavirus y habrá que aprender a vivir de nuevo.



Cerrazón

19.3.20



Sin imaginación no hay porvenir.



Alarmados

18.3.20



Hay gente que está nerviosa porque no sabe vivir fuera de su rutina, esa que cada día los conduce sin tener que pensar, y ya sabemos que quien cambia de hábitos transfigura su vida.



Encargos

17.3.20



Las mejores historias llegan cuando la realidad es inverosímil. Alguien ha ido dejando pósits en cada esquina que cruzaba con una misma frase: «No me esperes, llegaré». Como las calles están casi vacías estos días han recuperado el sonido de los pájaros y la calma de los domingos. Me ha dado por pensar que el enunciado lo escribió la mano de la primavera. También otra cuaresma de libertad. Otra alucinación colectiva tan llena de sobresaltos y que nos asoma al precipicio de lo que nunca hemos sentido. He guardado de recuerdo uno de esos papelitos amarillos: que no se acabe el invierno. Mañana escribiré otro pósit igual a este, me hace feliz.



Efluvios

16.3.20



Al entrar en aquel estudio de arquitectura lo que más me llamó la atención fue que los tres delineantes estaban cojos. Dos de ellos lesionados por la enfermedad, el tercero solo se había fracturado la pierna jugando al fútbol. Contaba apenas trece años y ese verano mi padre le pidió al arquitecto, con quien mantenía una buena relación laboral, que me admitiera para ir conociendo el oficio de tirar líneas sobre el papel, dado que comencé a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios la especialidad de Delineación, y así practicar y conocer los entresijos de los planos, a usar el escalímetro y las reglas Faber Castell de las que estaba enamorado por su color verde esmeralda y su flexibilidad. Allí con pulso tembloroso me amnistiaron de la gota de tinta en el tiralíneas que siempre manchaba el documento, para que comenzara a usar los revolucionarios Rotring

Las tareas que me asignaron eran las más sencillas de la oficina. Una consistía en hacer copias de los planos de las viviendas que eran dibujados en papel vegetal, tras haber realizado el croquis y dibujo con lápiz a escala. Eran copias en papel diazotípico, sensibles a la luz ultravioleta, que tras pasar por una duplicadora heliográfica debían ser reveladas con vapor amoniacal, para lo que tenían que ser introducidas en un cajetín oscuro y de considerable altura. 

Me mandaron a recoger una de ellas. Cuando fui a sacar el dibujo introduje la cabeza y respiré con normalidad. Siguió una sensación de fuego en los pulmones, un olor exasperante y cáustico, y la falta de aire como hasta entonces no había sentido, tras inspirar una bocanada de amoniaco. Salí del pequeño cuarto oscuro donde se revelaban las reproducciones medio trastornado y, en la sonrisa disimulada de los dos jóvenes con su pequeña maldad, encontré la respuesta a mi experiencia inolvidable.



El enfermo imaginario

15.3.20



Nunca me topé con alguien que se alegrara tanto de estar enferma. Cada parámetro analítico por encima de los límites de la normalidad lo celebraba con algarabía. Manifestaba cierto orgullo cuando su lozanía empeoraba. Al contrario, si le apuntaban que tenía buena salud mostraba su enfadado desacuerdo. Nadie poseía una patología tan extrema como ella, no había ninguna persona que estuviera tan insana. Murió, según el diagnóstico médico, de un golpe de salud.



Contra las distopías

14.3.20



Estamos en cuarentena mental. Podríamos pensar en hacer un mundo nuevo mejorado mientras asistimos a un hecho espectacular por las dimensiones desproporcionadas de su escenario. Vamos hacia un mundo que se desmorona.



Zigzagueos

13.3.20



Trato, a diario, de entender el vaivén humano. Sus filias y sus fobias, sus fortalezas y sus debilidades. La fragilidad con la que afronta su enconado existir.



Logros

12.3.20



¿Cada persona llega a alcanzar la verdad que tiene la facultad de padecer?




Habituales costumbres

11.3.20




Escribir es una costumbre después de tantos años, lo es. O como lo entendía Aristóteles: «Somos lo que hacemos repetitivamente. La excelencia entonces, no es un suceso sino un hábito». Y por tanto en la repetición, según Will Durant, encontramos no un acto, sino un hábito. Por eso «Respirar es un hábito. La vida es un hábito o, mejor dicho, una sucesión de hábitos, ya que un individuo es una sucesión de individuos», si hacemos caso a Samuel Beckett, y pensamos en todos los yos que somos y que hemos sido en la prestación de existir.




Militancias

10.3.20



He decidido querer a las personas que quiero como son. No hay mejor forma de amor comprometido.



Pertrechados

9.3.20



Según Günter Grass, «cuando algo es moralmente correcto hay que defenderlo sin preocuparse de las consecuencias políticas o personales que vamos a pagar». No en todo momento, no en todo lugar, no todas las personas. El ejemplo recae siempre sobre uno mismo.



Tríos

8.3.20


Sentados en la mesa de un café los tres tramaron escribir una farsa literaria. El primero de ellos narró hacia atrás su encuentro en una trigonometría temporal. El siguiente relató un melodrama sobre la infancia espuria de aquella trinidad. El último compuso unos versos bastardos acentuados en la tercera sílaba. Los tres fueron fusilados al amanecer por sus plagiadores.

Este relato forma parte de una experiencia de 'escritura colaborativa', con los poetas y escritores Francisco C. Ayudarte y Nicolás Rodríguez Martín, que desarrollan esta ficción literaria de la siguiente manera:


EN UNA CAFETERÍA, una mesa redonda de cristal, tres poetas apócrifos sentados y cuatro sillas).
ACTO I
PRIMER POETA: Señores poetas, nos hemos reunido aquí para contar o inventar nuestros recuerdos.
SEGUNDO POETA: Bien. Cada uno de mis recuerdos dibuja y colorea un retrato fidedigno que mezcla lo real con lo soñado.
TERCER POETA: Los míos no. Cuando recuerdo, el recuerdo cambia: se alarga se acorta o se deforma como una figura reflejada en la sala de los espejos de una feria.

Francisco C. Ayudarte 


RECUERDO final, maravilla
trizado el espejo,
cambios de voz reflejados
silencio de versos:
cerveza, té verde, manchado
café contra el sueño;
también girasol de abandono
y aquí no te espero.
Ya es tarde, mañana nunca es
del verso en silencio.

Nicolás Rodríguez Martín

Recapitulaciones

7.3.20



No es la muerte, es la vida la que te da un zarpazo y te hiere. Es la vida tan sentida la que te cierra la puerta. Morir es un epílogo, una isquemia existencial.



Ruidos

6.3.20



En la cámara ecoica del ego solo reverbera el yo.



Identificaciones

5.3.20



Lo que más me gusta es ser yo, pero no sé ser sin otros.



Salmodias

4.3.20



Recordamos a los muertos cuando se mueren, nunca cuando están viviendo.



Taller

3.3.20



Llevaba tiempo observando, al pasar por el estudio de pintura cuyas cristaleras ofrecían una completa visión de lo que ocurría en su interior, a una señora que pintaba un paisaje. Siempre era una imagen similar a la anterior porque tras acabar el cuadro, la pintora lo borraba para comenzar otro boceto. 

Intrigado, mi curiosidad me llevó a preguntar por tan insólita actuación. La mujer con complacencia me descubrió: «Lo hago para satisfacerme a mí misma sin otra trascendencia más allá del placer de crear arte». 

Me quedé pensativo sobre lo que me expuso y deduje que la creatividad se encierra en un primer y único ciclo donde vive el artista que muere con cada obra ejecutada, dueño de borrar su producto. 

Escribiré entonces para mí, aunque no lo desescriba luego.



Rutilantes

2.3.20



Alumbrarse con un pequeño fanal que, sin encandilar a nadie, ilumine solo cada paso andado en el camino hosco de la existencia.



Consulta 313

1.3.20

Una pantalla colgada en la pared pixeló su nombre a la par que una voz robotizada lo pronunciaba en dos ocasiones. Un segundo antes de levantarse se sintió avergonzado por haber sido anunciado ante la audiencia de la sala que, ahora sí, lo identificaba por sus apellidos y lo sacaba del anonimato que estaba disfrutando camuflado entre los que esperaban. 
Fueron instantes de una ligera incertidumbre hasta que logró desaparecer de la vista del público y entrar en el consultorio médico. Allí dentro el mundo se hizo inmenso en tanto una mujer le pedía que ocupara la silla junto a la mesa. 
Después de preguntar qué le ocurría narró, profusamente, la sintomatología de su padecimiento. La doctora procedió a realizar una exploración de su cuerpo para lo que hubo de tumbarse en una camilla. Y mientras notaba que lo palpaba con sus manos destempladas miró al techo y se apreció vulnerable a la vez que protegido. Imaginó morir y ser eterno, pensó en la nada y en todo lo que era. 
Tras la auscultación, la médica le diagnosticó que sufría de duplicidad neuronal completa, bilateral disconforme con su esencia de ente. Es grave, preguntó confundido. Nada hay de peligroso en pensar las cosas doblemente, le explicó la facultativa.


Eludidos

29.2.20



Acomplejado ante la eternidad, el ser humano es cada vez más complejo y frágil.



Musitar

28.2.20



Voy, en silencio, masticando palabras que otras personas antes escribieron.



Velados

27.2.20



El conocimiento nos descubre ignorantes a cada paso.




Finezas

26.2.20



Las personas amables se disculpan incluso por las equivocaciones ajenas.



Mandas

25.2.20



Cada lunes acompañaba a mi abuela hasta la ermita de san Nicolás. Una retahíla de mujeres recorría la alegre vereda que las llevaba desde el pueblo hasta el altozano donde estaba situada, flanqueada por almendros, chumberas, pitas y cañaverales. En la hondonada por donde discurría un hilo de agua, los pajarillos bajaban a llenar sus picos y el eco de sus trinos resonaba en los taludes de la rambla. 

Mi abuela, como el resto de todas ellas, cumplía con el ritual de una promesa que, en muchos casos, diluida por la desmemoria, se había transformado en una costumbre más de sus cotidianeidades. 

En el paseo nos solíamos cruzar con quienes ya volvían y mi abuela intercambiaba saludos o bien se ponía a charlar con alguna de ellas, muchas vestida de medio luto o enlutadas de los pies a la cabeza. 

Me fijaba en sus rostros, en sus expresiones y escuchaba sus palabras apenas sin entender casi nada. Aunque lo que sí percibí fue que a tres o cuatro de ellas parecían haberles extirpado el alma, ya que, aunque reían y narraban cosas habituales como el resto, en su interior había un pozo de negrura imposible de blanquear. Con el tiempo supe que todas esas mujeres habían perdido un hijo y que seguían vivas contra su voluntad.