Silencio final

22.5.20



El primer día que dejé de escuchar los aplausos me sentí solo, muy solo en el mundo, con una soledad ubérrima. Ese silencio es único y es antesala del ruido de fondo que nos aturdirá de nuevo.



5 apostillas:

Joselu dijo...

Ante los aplausos sentía un fuerte esquizofrenia: por un lado me agradaban esos momentos, pero por otro los odiaba. Cuando dejé de oírlos tuve la misma sensación: alivio y nostalgia. Tú ¿me entiendes?

Bubo dijo...

Yo no he sido de aplausos en ningún momento. Sabía que el momento llegaría y solo me parece que tarde en hacerlo.

Juan Poz dijo...

Me divorcié de los mismos cuando cuantos aplaudían cacerolearon al Rey metiendo el politiqueo en cuestiones humanitarias. Desde ese día ni uno más, pero mis redoblada admiración hacia quienes, desamparados por los gobiernos, han luchado al pie de lo más duro de la pandemia, una amiga nuestra, neumóloga y contagiada, incluida...

francisco m. ortega dijo...

Te entiendo, perfectamente, amigo Joselu. Quizás esta entrada es un poco enigmática porque no trasmite todo lo que encierra para mí. Al principio, los aplausos suponían una consigna social con un destinatario y un fin claro. Lo acepté porque era un momento especial. Con el paso de los días todo se convirtió en una complicidad de quienes veía en los alrededores de mi vivienda, para resistir y darnos ánimos en esta anomalía. No era un aplauso ya para nadie y sí, acaso, un aplauso a nosotros mismos, por nuestra entereza por doblar la curva de las preocupaciones y desescalar en desaliento. Era una necesidad por dilatar un sentimiento bastante común en un país donde somos dados tan poco a ello.

Patricia K dijo...

El silencio es también antesala de las palabras.
Me gusta tu blog, te sigo.
Saludos.