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Amolador

22.3.21



Miraba distraído, siendo un chiquillo las chispas que desprendía el disco de esmeril cada vez que el afilador acercaba el metal a la piedra. En ese momento un avión de propulsión a chorro pasó, partiendo el cielo, sobre nuestras cabezas. Entonces fue cuando escuché aquella sentencia del afilador mientras alzaba la vista y miraba la aeronave: «lo que hacemos los mecánicos». Después agachó la cabeza y continuó amolando el cuchillo como si nada.



Última solución

29.9.20



De niño jugaba al fútbol en campos destartalados mientras soñaba despierto que estaba en un impresionante estadio y yo era un gran delantero. De joven dibujé planos de edificios con arquitecturas imposibles y croquis con diseños de construcciones sublimes. Las patadas arruinaron mi estrellato futbolístico y las matemáticas enterraron mi carrera de urbanista. Al final no quedó otra cosa que no fuera escribir.



Estocásticos

11.6.20



Lo más probable es que el ser humano nazca y muera en sí mismo. Sin mayor trascendencia que su nacimiento y vuelta a la nada. Es por ello que al acercarse a la biografía de los seres más doloridos y desafortunados no podamos más que experimentar un estremecimiento. Lucrecia fue abandonada por su madre a los pocos meses de nacer y vivió con su padre, su hermana mayor y dos hermanos varones. Su orfandad maternal la suplió con el afecto y la protección del núcleo familiar, pero al igual que una lluvia de neutrones libres es capaz de desintegrar un núcleo, los zarpazos del azar descompusieron ese escudo. Primero fue su padre arrebatado por un cáncer, al que siguió su hermano mayor aplastado por una bobina en factoría donde trabajaba. Un desafortunado día su otro hermano fue atropellado y quedó en coma. Su última tabla de salvación se hundió en una infección vírica. Cuando la miras a los ojos sientes esa nada en la que también te ahogas tú.



Diletante

6.6.20



La mujer recogió con parsimonia la ropa colgada de las cuerdas de la azotea. Apoyó en la barandilla el brazo cargado con los trapos recién descolgados, después fijo la mirada en el infinito. «Saldremos de esta con la nostalgia por contemplar una vida mejor y volveremos a la ‘normalidad’, esa que tanto asusta porque nos llenará de insensateces, de perjuicios y alegatos insalubres de urbanidad, de libertad invasiva contra la calma ajena, de los espejos rotos del abandono y del elusivo compromiso con la sensatez y la contumacia del insalubre vivir». La mujer recogió su mirada y se adentró en el laberinto de la casa otra vez.



Andanzas

4.6.20



Refería Polo de Acragante, discípulo de Licimnio de Quíos quien le regaló una colección de ‘palabras licimnias’ para la confección de un tratado titulado Sobre la bella dicción poética, que «en ocasiones hay que ir muy lejos a recolectar una palabra y solo su néctar endulza la amargura del camino andado». Y, tantas veces, nos extraviamos en la aventura y regresamos con las manos vacías, aunque eso sea lo que menos importa.



Azoramientos

2.6.20



Un hombre busca con afán en su monedero algunas monedas. Ahonda con sus dedos en el interior oscuro pero no halla nada con que pagar su necesidad. Y así busco yo, con inquietud, en el pozo sin fondo de la existencia humana.




En tinieblas

28.5.20



Licimnio de Quíos, poeta clásico, escribió: «Algo, una mano de ternura, tras el intenso sueño de la vida, que venga a reponer el feble cuerpo». Si tomo la cita literalmente, igual que me levanto voy y me acuesto.



Apagamientos

18.5.20



Hecateo de Abdera, pensador de la escuela escéptica, confesó: «A veces pienso en la asombrosa persona que no fui. Y entonces me consumo como una llama de nostalgia». Ese es un anhelo repetido durante siglos y albergado en diferentes huéspedes que no ha de cesar hasta el final.



Trastornado

8.5.20



Escribir es dar la palabra a la multitud de personajes que nos habitan.



Ciudades

25.3.20



Pienso en una ciudad donde cada calle tuviera el nombre de las personas que la habitaron. Calles abiertas a la luz del recuerdo. Represento mi calle con niños jugando y algunos árboles o sin nada de esto. Una callejuela solitaria, espacio abierto para pasear o para buscar otra arteria distinta. Una travesía poco transitada, ni una gran avenida ni una ronda estirada. Una vía recóndita. Sobre todo, me imagino mi calle, un lugar donde nunca ocurrió desgracia alguna.




Astronauta

24.3.20



Hoy toca hacer la compra y me recorre una sensación extraña. Igual que una película de ciencia ficción, donde el protagonista enfundado en un traje espacial, sale a recorrer espacio exterior y se enfrenta a peligros insospechados. Es entonces cuando los espectadores, un poco amedrentados, desean que el personaje regrese sano y salvo. Volveré del súper porque en casa me esperan. 

                                                             ***

Regresé de mi salida tras hacer la compra. Ya en mi ánimo no pesaba el temor a lo inesperado. Volví con un cargamento de extraños alimentos. Adquirí ese aire pesado de tristeza que puebla ahora las calles, el vaciado de sus gentes, ecos silentes allí donde el colorido de las risas y los gritos anidaron, un cuento de silencios relatado en el desierto de asfalto, el viento colándose por los espacios desocupados que dejaron los cuerpos. Compré, después de acompañar a un hatajo de desconocidos enmascarados, apenas comprensibles, reos de una larga expectativa, un pack de esperanza con la que subsistir.



Encargos

17.3.20



Las mejores historias llegan cuando la realidad es inverosímil. Alguien ha ido dejando pósits en cada esquina que cruzaba con una misma frase: «No me esperes, llegaré». Como las calles están casi vacías estos días han recuperado el sonido de los pájaros y la calma de los domingos. Me ha dado por pensar que el enunciado lo escribió la mano de la primavera. También otra cuaresma de libertad. Otra alucinación colectiva tan llena de sobresaltos y que nos asoma al precipicio de lo que nunca hemos sentido. He guardado de recuerdo uno de esos papelitos amarillos: que no se acabe el invierno. Mañana escribiré otro pósit igual a este, me hace feliz.



Efluvios

16.3.20



Al entrar en aquel estudio de arquitectura lo que más me llamó la atención fue que los tres delineantes estaban cojos. Dos de ellos lesionados por la enfermedad, el tercero solo se había fracturado la pierna jugando al fútbol. Contaba apenas trece años y ese verano mi padre le pidió al arquitecto, con quien mantenía una buena relación laboral, que me admitiera para ir conociendo el oficio de tirar líneas sobre el papel, dado que comencé a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios la especialidad de Delineación, y así practicar y conocer los entresijos de los planos, a usar el escalímetro y las reglas Faber Castell de las que estaba enamorado por su color verde esmeralda y su flexibilidad. Allí con pulso tembloroso me amnistiaron de la gota de tinta en el tiralíneas que siempre manchaba el documento, para que comenzara a usar los revolucionarios Rotring

Las tareas que me asignaron eran las más sencillas de la oficina. Una consistía en hacer copias de los planos de las viviendas que eran dibujados en papel vegetal, tras haber realizado el croquis y dibujo con lápiz a escala. Eran copias en papel diazotípico, sensibles a la luz ultravioleta, que tras pasar por una duplicadora heliográfica debían ser reveladas con vapor amoniacal, para lo que tenían que ser introducidas en un cajetín oscuro y de considerable altura. 

Me mandaron a recoger una de ellas. Cuando fui a sacar el dibujo introduje la cabeza y respiré con normalidad. Siguió una sensación de fuego en los pulmones, un olor exasperante y cáustico, y la falta de aire como hasta entonces no había sentido, tras inspirar una bocanada de amoniaco. Salí del pequeño cuarto oscuro donde se revelaban las reproducciones medio trastornado y, en la sonrisa disimulada de los dos jóvenes con su pequeña maldad, encontré la respuesta a mi experiencia inolvidable.



Taller

3.3.20



Llevaba tiempo observando, al pasar por el estudio de pintura cuyas cristaleras ofrecían una completa visión de lo que ocurría en su interior, a una señora que pintaba un paisaje. Siempre era una imagen similar a la anterior porque tras acabar el cuadro, la pintora lo borraba para comenzar otro boceto. 

Intrigado, mi curiosidad me llevó a preguntar por tan insólita actuación. La mujer con complacencia me descubrió: «Lo hago para satisfacerme a mí misma sin otra trascendencia más allá del placer de crear arte». 

Me quedé pensativo sobre lo que me expuso y deduje que la creatividad se encierra en un primer y único ciclo donde vive el artista que muere con cada obra ejecutada, dueño de borrar su producto. 

Escribiré entonces para mí, aunque no lo desescriba luego.



Mandas

25.2.20



Cada lunes acompañaba a mi abuela hasta la ermita de san Nicolás. Una retahíla de mujeres recorría la alegre vereda que las llevaba desde el pueblo hasta el altozano donde estaba situada, flanqueada por almendros, chumberas, pitas y cañaverales. En la hondonada por donde discurría un hilo de agua, los pajarillos bajaban a llenar sus picos y el eco de sus trinos resonaba en los taludes de la rambla. 

Mi abuela, como el resto de todas ellas, cumplía con el ritual de una promesa que, en muchos casos, diluida por la desmemoria, se había transformado en una costumbre más de sus cotidianeidades. 

En el paseo nos solíamos cruzar con quienes ya volvían y mi abuela intercambiaba saludos o bien se ponía a charlar con alguna de ellas, muchas vestida de medio luto o enlutadas de los pies a la cabeza. 

Me fijaba en sus rostros, en sus expresiones y escuchaba sus palabras apenas sin entender casi nada. Aunque lo que sí percibí fue que a tres o cuatro de ellas parecían haberles extirpado el alma, ya que, aunque reían y narraban cosas habituales como el resto, en su interior había un pozo de negrura imposible de blanquear. Con el tiempo supe que todas esas mujeres habían perdido un hijo y que seguían vivas contra su voluntad.



Don Germán

17.2.20



A veces me vuelvo a las clases de Física y Química del Bachillerato, al análisis vectorial de aquellos días que apuntan a mi primera juventud llena de tanteos amistosos y desalentadas primaveras. Allí permanece aún aquel profesor de imponente figura y gafas oscuras, impartiendo docencia y magisterio. La tabla periódica y las valencias de los días de estudio para memorizarla, los enlaces químicos y las fórmulas en su estado sólido, líquido y gaseoso, encerradas las letras iniciales entre corchetes para poder identificarlas, según las estudiábamos. 

Las cuatro de la tarde no era la mejor hora para prestar atención a ninguna explicación del maestro de Química, dado el sopor de la digestión y lo vaporoso del aula. Era un momento para escapar de la monotonía y soltar la imaginación medio adormilado. Hasta que surgió la pregunta de don Germán sobre el significado de aquella ‘[S]’, y yo, pobre de mí, sin saber dónde estaba respondí lo más rápido que mis reflejos mentales supieron: «significa plural». Toda la clase rió mientras el profesor me indicaba: «ese será otro de sus chistes, como el del camello». «Perdón, significa estado sólido», pude decir ya más espabilado de mi somnolencia. 

El chiste del camello a que aludía mi educador era la típica broma de adolescente, contado una vez tras otra hasta la saciedad, desde un humor de lo absurdo, para estupefacción de la audiencia, y que él tuvo que soportar en un viaje de estudios cuando nos dirigíamos a presenciar la representación de la obra Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, del dramaturgo José Martín Recuerda en el Teatro de la Comedia de Madrid. No dijo una palabra y mientras yo lo suponía desatento a mi martilleante chascarrillo que, micrófono en mano dediqué a mis compañeros del autobús, él lo guardó en su memoria hasta el momento oportuno en que me lo pudo recordar.

La anécdota que su hijo Víctor M. Pérez Benítez recogería muchos años después en el libro ‘La mirada que respira’, me hizo entender con cuánta paciencia se enfrentaba aquel profesorado a nuestras adolescentes conductas y cuánto amor a la profesión en la transmisión de sus enseñanzas, no solo de contenidos sino de vida en sí.




Gruñón

6.2.20



Amadeo es un hombre escéptico no por edad si no por condición. De la máxima ‘piensa mal y acertarás’ ha hecho la filosofía de su vida. Con suma velocidad descubre una conjura contra él. Todo personaje en su órbita social es rebajado a una calidad indigna o miserable, cuando no de poca inteligencia. Tan pronto encuentra en una mirada un avieso pensamiento en su contra como convierte cualquier noticia negativa sobre el mundo en una distopía que pondrá fin a la humanidad más pronto que tarde. A veces pienso si no querrá que el mundo se acabe con él arrastrándolo a la sima de la inmensa nada. Sé que ese sería el único sentimiento que le produciría una secreta satisfacción nunca declarada.



Lindezas

31.1.20



Alguna vez leí que el insulto era un arte. Hoy mientras paseaba por un mercadillo matinal escuché entre dos vendedores en siguiente diálogo: «Dios te dé salud para enterrar a todos los tuyos», exclamó uno de ellos. «Amortajado te veas», le respondió el otro. Y seguí caminando mientras esas frases resonaban en mi cabeza e intentaba descifrar cuál sería el alcance en cada uno de los comerciantes.




Porfiada

30.1.20



Me demostró que estaba convencida a quitarse de en medio cuando le pregunté qué hacía subida en el taburete. «Quiero suicidarme», declaró con determinación. Entonces entendí que el ser humano es obstinado y que al suicida le corresponde una variante de esto. «No hay altura para hacer lo que piensas», le sugerí. «No importa, me lanzaré cuantas veces sea necesario», me respondió. «No será suficiente, lo sabes». Abundé en mi razonamiento. «Entonces me mataré de aburrimiento». Abatido abandoné la escena.



En la frutería

28.1.20



Atif es un joven paquistaní cuya mirada recuerda las grandes llanuras que recorre el río Indo. Vivaracho y feliz trabaja en el negocio de la fruta donde suele caer simpático entre las personas que acuden al comercio, en su mayoría mujeres a quienes habla con aroma a clavo y canela. Tras una ausencia de algunas semanas me contó que estuvo viajando en el barco del amor con su novia. 

Un día su rostro entristeció y antes de desaparecer de la tienda me detalló: «estaba confundido, no sabía amar; ahora tengo que aprender». 

Su compañero me reconoció que la chica lo había dejado y él marchó lejos para olvidarla.