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Crematístico

22.7.21



Cuando los precios están por las nubes es difícil ver el valor de lo que compras.



El precio de las cosas

4.3.21




No era la primera vez que lo veía en ese establecimiento regatear con la dependienta sobre el precio de un pequeño juguete que valía poco más de un euro. La escena parecía repetirse igual a días anteriores cuando el muchacho insistía en llevarse un artículo y ponía una moneda sobre el mostrador que la comerciante rechazaba: «más dinero, tienes que traer más dinero», le repetía con parsimoniosa condescendencia.

El joven desde su corpachón mantenía el producto junto a su axila resistiéndose a devolverlo. Así pasó un buen rato mientras esperaba paciente a que terminara el pugilato de la compra-venta para pagar yo. «Dile a tu madre que te dé más dinero —le explicaba la dependienta—, !más dinero¡». Él, apenas con un no casi gutural saliendo de su boca ladeaba la cabeza negándose a obedecer y volviendo a poner el dinero sobre el mostrador que, nuevamente, era rehusado por la vendedora, «te faltan veinticinco céntimos: !más dinero¡».

En ese momento la mujer hizo una pausa y me atendió. Al salir de la tienda observé como aquel hombre con mente de niño abandonaba también el local con su juguete entre las manos y caminando entre la gente lo examinaba con atención, iluminada su mirada por la ilusión de poseer algo que deseaba, hasta que desapareció entre el paisanaje urbano.

Así nos debe ocurrir con el juguete de la vida que, entre nuestras manos, sentimos poseer hasta que nos desvanecemos entre la muchedumbre del tiempo.



Astronauta

24.3.20



Hoy toca hacer la compra y me recorre una sensación extraña. Igual que una película de ciencia ficción, donde el protagonista enfundado en un traje espacial, sale a recorrer espacio exterior y se enfrenta a peligros insospechados. Es entonces cuando los espectadores, un poco amedrentados, desean que el personaje regrese sano y salvo. Volveré del súper porque en casa me esperan. 

                                                             ***

Regresé de mi salida tras hacer la compra. Ya en mi ánimo no pesaba el temor a lo inesperado. Volví con un cargamento de extraños alimentos. Adquirí ese aire pesado de tristeza que puebla ahora las calles, el vaciado de sus gentes, ecos silentes allí donde el colorido de las risas y los gritos anidaron, un cuento de silencios relatado en el desierto de asfalto, el viento colándose por los espacios desocupados que dejaron los cuerpos. Compré, después de acompañar a un hatajo de desconocidos enmascarados, apenas comprensibles, reos de una larga expectativa, un pack de esperanza con la que subsistir.