Reclusiones

10.5.20

Un amigo que habita una vieja casa en soledad me cuenta por teléfono, después de más de una cincuentena de días encerrado: «Hay zonas de la vivienda que prefiero no visitar como es el caso del trastero. En ese desván habitan los antiguos dioses romanos del hogar. No me apetece encontrarme con ellos y pedirles explicaciones sobre lo que han hecho». 
«Esta casa es tan grande y tan mayor que hay días que me cruzo conmigo y me saludo. Y por esa misma razón tampoco subo a la logia. Mi entretenimiento es recorrer el patio por fuera de las columnas. Cada maceta colocada allí representa un antepasado mío. A veces discutimos tanto que termino agotado entre el ejercicio y la cháchara. La biblioteca en cambio me reconforta, no por la lectura si no porque me siento arropado por tantos personajes circunscritos a sus páginas, mientras escucho el resuello de sus murmuraciones. La cocina es la encrucijada de los caminos donde concurren todos mis pesares, que alivio guisando viejas recetas compiladas por mi madre en hojas amarilleadas y grafías cuidadosas. Ahora, con el desconfinamiento, mantengo una distancia social de dos metros con mi sombra». 
«Y lo mejor es que no tengo prisa por llegar a ningún sitio ni pienso que vaya a tenerla nunca más».



2 apostillas:

Albada Dos dijo...

Interesante, tal vez acabe manteniendo la distancia social consigo mismo ¿eh?. Un abrazo

José A. García dijo...

No sólo sin tener prisa, también sin tener dónde ir.

Saludos,

J.