Confesión

29.3.20



Al principio no me gustaba su aspecto, parecía un hombre acantilado con poco atractivo. A medida, en cambio, que fuimos hablando se produjo una especie de transfiguración, mayor en lo que sentía que en lo que seguían viendo mis ojos. Cuando me contó los libros que leía, empecé a ver sus paisajes interiores poblados de historias y me asomé al borde de su altura. Al escuchar sus sueños y cómo los defendía me lancé a sus brazos. Pensé entonces que el amor embellece a las personas y percibí que sus manos torpes eran una fábrica de caricias aladas, su andar dubitativo camino para mi espera, y su pétrea decisión de amarme la cima del cariño.



1 apostillas:

Albada Dos dijo...

Muy bueno. Acercamientos a través de la lectura del otro.

Un abrazo