Me contó que había conocido a Cortázar en París. Se lo presentaron en una librería del Barrio Latino a finales de los setenta o primeros de los ochenta, cuando viajaba por el mundo con una guitarra a la espalda. No cruzó una palabra con el inmortal argentino ni conservaba ningún libro suyo con dedicatoria manuscrita. No le quedó ninguna impresión del encuentro con el escritor, lo mismo que a Julio Cortázar tampoco de mi amigo Ricardo. Sólo preguntó: ¿es Cortázar? A continuación, lacónico, añadió: parece un poco mayor. Y se marchó.
*No renuncio a nada, simplemente hago lo que puedo para que las cosas me renuncien a mí.