Me contó que había conocido a Cortázar en París. Se lo presentaron en una librería del Barrio Latino a finales de los setenta o primeros de los ochenta, cuando viajaba por el mundo con una guitarra a la espalda. No cruzó una palabra con el inmortal argentino ni conservaba ningún libro suyo con dedicatoria manuscrita. No le quedó ninguna impresión del encuentro con el escritor, lo mismo que a Julio Cortázar tampoco de mi amigo Ricardo. Sólo preguntó: ¿es Cortázar? A continuación, lacónico, añadió: parece un poco mayor. Y se marchó.
*No renuncio a nada, simplemente hago lo que puedo para que las cosas me renuncien a mí.
7 apostillas:
esquivando apegos? ;)
Poca fortuna.
No todo el mundo tiene que admirarlo, no?
Por cierto soy tu musa veraniega...casi siempre te leo pero nunca sé que dejarte ya que sabes que eres mi maestro y cualquier comentario no es digno de ser leído por ti... :P
Espero que todo vaya bien y a ver si un día coincidimos por el msn y hablamos, ya sabes que tus palabras siempre son un aliento en mi vida.
Muchos besos de tu musa de verano!
Yo, en el caso de habérmelo encontrado, no creo que hubiera atrevido a decirle nada, pero hubiera sentido una gran emoción. Quizás el protagonista del post desconocía su obra, o simplemente no le interesaba, pero lo cierto es que recuerda el encuentro. Al fin y al cabo Julio Cortázar, por más que nos guste, no era más que un ser humano que también cagaba como los demás.
En este preciso momento lo que me parece más interesante es lo que hubiera pensado Cortázar ante la anécdota tal y como aparece explicada.
Para mí, como lectora, Cortázar queda muy lejos y ahora es sobre todo el traductor al español de los relatos de Edgard A. Poe, mientras que por el contrario Marcel Proust es sobre todo alguien que fue traducido por Pedro Salinas.
Un saludo
A mí me hubiera gustado encontrarme a Cortázar en aquel vídeo de 'Subjetividad del tiempo' cuando tenía barriguita cervecera y tener la valentía de darle un abrazo como se abraza a los papás, igual. Y luego marcharme corriendo.
Sueños que se pierden en el tiempo.
Un abrazo sureño.
Cuando trabajábamos y estudiábamos, solíamos pasear por el Barrio Gótico a la hora del desayuno, para liberarnos de la grisura deprimente del edificio de Hacienda. Un día en que no acompañé a mi oíslo, me contó, al regresar, con emoción, que se había cruzado con la figura imponente de Julio Cortázar. Nunca he olvidado la lección de respeto que ella me dio cuando yo, impulsivo, le pregunté si se le había acercado para rendir la admiración que siempre le hemos tenido ambos: "Me pareció que él no deseaba que le molestaran, y que yo no tenía derecho a interrumpir aquel paseo ensimismado." Fin de la anécdota. Julio escribio: "Queremos tanto a Glenda". Y yo aún escribo: "Quiero tanto a M."
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