Cada día al pasar la veía sentada al sol en el parque. Inmóvil como ausente. Su curiosidad, después de muchos meses, lo llevó a regalarle una pregunta: «me podría decir qué hace usted aquí». La mujer sin sorprenderse ni inmutarse le contestó:
–Escucho el tiempo pasar.
–Y a qué suena– la interrogó.
–Su sonido huele a manzanas podridas y a deseos incumplidos. Resuena a vaciedades y arrogancias. A veces se oyen como chasquidos de tristeza, rumores de infancia. Otras suenan voces olvidadas y ecos que parecen eternos. Es un ruido de fondo indeleble.