Aquel hombre me saludó con tanta familiaridad que no dudé que me conocía. Durante un buen rato, que no puedo precisar, me contó cuestiones imprecisas y habló de personas sin mencionar nombre alguno. No quise interrumpirle por miedo a que se diera cuenta de su error y, tras su improvisada charla, se marchó.
Después dudé si, realmente, le conocía y lo había olvidado. O, simplemente, me confundió con otra persona. En ese momento recordé lo que el famoso filósofo de la antigua China, Chuang-Tzu, escribió en El sueño de la mariposa :
«Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu».