Hay individuos con una capacidad asombrosa para leer la realidad. Cuando estoy con él no dejo de sorprenderme sobre sus observaciones. Me dice: «otra vez el Pepo en la tienda de pintura. Ese viene a traer droga porque a comprar pintura no viene. No ha trabajado en su vida. Además a la dependienta últimamente se la ve distinta». Después contrastas la información y te enteras que no es gratuito su comentario.
Más allá de una simple coincidencia es capaz de corregir a la propia policía. «No fue así», es su frase favorita. «Quien estaba en la carnicería cuando el tiroteo, era el hermano del dueño y se quitó de en medio porque no tiene papeles», le dice a un comisario amigo suyo.
Su ductilidad al terrero de las circunstancias que rodean a aquellos individuos que rompen el hilo de la normalidad es prodigiosa. «Mira a ese. Comenzó como maestro de obras, le regaló los materiales de la casa del político que le dio información para que se enriqueciera con la constructora que montó. Nada que se pueda demostrar», me dice.
«La realidad es como la nata que cubre la leche caliente: una capa blanca que tapa un líquido blanco.» Reflexiona y, ante mi cara de asombro, me explica: «sí, hombre, apariencias mezquinas que tapan sórdidos contenidos.»