Sin embargo coger algún gorrión, colorín, verderón o cualquier otra especie era un reto. Todos fardaban con sus ristras de pájaros enganchados por el pico con un alambre. Tal fue la presión recibida que decidí, junto a mi hermano menor probar suerte y colocar dos o tres trampas, llamadas pillapájaros, las cuales había que vigilar porque de lo contrario otros chicos las robaban. Eran de cobre dorado y reluciente, a estrenar. Supongo que las compraría mi padre.
Antes había que buscar el cebo. Aludas o gusanos escondidos bajos tierra que se colocaba en una especie de tenacillas de las trampas.
Varios intentos consecutivos terminaron por desalentarnos al ver que ningún pajarillo había caído en las trampas. Así transcurrían los días sin mayor barbarie en el juego de imaginarnos que éramos cazadores.
Cierto día aciago, cuando dábamos todo por perdido y estábamos a punto de desistir, abrumados por el desánimo, en una de las trampas oteamos unas pequeñas plumas. Al llegar hasta el lugar uno de los pillapájaros había saltado y atrapado por el cuello a un diminuto jilguero.
La alegría inconmensurable de triunfo no tardó mucho en mutarse en tristeza. Apenas pude sacar del alambre el cuerpecillo del ave, note el suave tacto de sus plumaje y su inerme presencia entre mis dedos, un sentimiento de pesadumbre me invadió porque no podía devolverle la vida y echarlo a volar.
En ese momento terminó mi vocación de cazador.
4 apostillas:
Quitar la vida a otro ser es fácil aunque morir no lo sea. Matar por desconocimiento o por ignorancia o para comer no es menos letal, pero sí más asumible. Matar por placer, por suficiencia, porque puedo, quizá no valga la pena, pero somos tan crueles que muchos no pueden evitar la caza.
Un abarzo.
Un hermoso relato del que me quedo más con su construcción narrativa que con la parte ideológica, no porque esta no me interese, sino porque quiero considerarla una eficaz narración.
A mí me hicieron una crítica de un libro en la prensa en la que dijeron que yo, según mis propias palabras, era un cazador, cuando en realidad eso fue una palabra que el crítico puso en mi boca. Sin embargo, quiero pensar que no quiso hacerme daño -aunque sí me dolió- pues de la reseña salí bastante bien parado. Pienso que el bueno es aquel que, en cuanto se porta mal, vuelve a ser bueno dándose cuenta de que no lo está siendo. Y el malo es el que sigue siendo malo sin darse cuenta de que lo está siendo.
Por otra parte, si yo saliese a cazar posiblemente mataría al cazador que viniese conmigo por mi pésima puntería.
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