Recuerdo que no me gustaba participar de aquellas desmanes contra los bichillos pero que quizás no me inhibiera contra hormigas y moscas, pues uno de los juegos era hacer arder sobre un palo una botella de plástico y dejar caer las gotas del material derretido sobre las largas filas de hormigas que iban y venían a sus hormigueros, a modo de aviones que bombardearan un convoy militar. Sin llanto ni gemido por parte de los insectos no le suponíamos dolor, aunque sus filas quedaban bastante maltrechas y sus exoesqueletos plastificados. Reconozco apenarme de tal malicia porque con el tiempo los insectos me han servido, incluso, de inspiración lírica.
Pero en mi memoria guardo un decálogo de bárbaras costumbres —de las que siempre me aparté—, en las relaciones de los niños y los insectos, reptiles y hasta mamíferos. Así vi con asombro como tenían por costumbre, algunos chicos, meter tabaco en la boca de las lagartijas y colocar un palito entre sus extremidades a modo de que aparentara ser un guitarrista. Las moscas, saltamontes y otros bichos voladores eran objeto de amputación de miembros, o atados con hilos hasta que se extinguía su vitalidad.
Solían buscar alacranes bajo las piedras porque eran los más implacables depredadores para después, en el mismo recipiente, acompañarlos de arañas, escarabajos, ciempiés, gusanos, hormigas y algún otro insecto que se preciara. Se trataba de saber quién sobrevivía en aquella jungla de seres extraños. El resultado era una orgía de miembros descuartizados y en el epílogo no perduraban ni los ganadores que recibían la muerte como premio por parte de sus captores.
No todos los animales corrían igual suerte. Los niños temía especialmente a las avispas, a las que solían quitar el aguijón y a las abejas. Adoraban a los grillos que alimentaban con lechuga y guardaban en una pequeña jaula. Coleccionaban gusanos de seda que engordaban con las hojas de la moreda. Capturaban y soltaban a las libélulas al igual que a las santateresas. En verano perseguían a las chicharras y por las noches el más preciado tesoro eran las luciérnagas.
Los anfibios, reptiles de tamaño medio, gatos, perros y pájaros, son capítulo aparte.
6 apostillas:
Si la razón para que en nuestra infancia actuáramos de tales formas es que no suponíamos dolor.
¿Cual es la razón para que en la "madurez" sigamos descuartizando y plastificando esqueletos aún cuando escuchamos los gritos de dolor de la madre que todo lo ha perdido?
¿Nos falta empatía? ¿Infravaloramos el dolor ajeno?
¿Somos idiotas?
¿Qué opinas?
Pienso que la crueldad y la violencia forma parte de nuestro cerebro más profundo (¿primitivo?). En la infancia todavía no tenemos desarrollados los mecanismos de censura moral e intelectual que nos lleve a evitar estas pequeñas atrocidades. Cuando nos hacemos adultos, eso sigue estando vivo en nosotros, pero sabemos que no debemos ejercerlo, pero deseos no nos faltan. En las guerras, en las situaciones de violencia, personas comunes que te encontrarías por la escalera se convierten en asesinos despiadados. Hace poco detuvieron a un serbio en España que decía que se había cargado a más cien moros en la guerra de los Balcanes. En las guerras africanas, los niños de la guerra son "educados" cometiendo actos espantosos de barbarie de violencia brutal contra su propia familia. No pensemos que ahora somos mejores que cuando éramos niños. Lo tenemos más escondido, nuestra conciencia lo disimula, pero está ahí. Es mejor saberlo.
Yo recuerdo que atabamos moscas con el cabello de las chicas a una pata y revoloteaban prisioneras alrededor de la cabeza...
Maldades de niños
Leyendo este post recordé este viejo (y horrible) cuento:
http://elmaranteelespejo.wordpress.com/2006/04/23/ninos/
Supongo, es posible que de forma equivocada, que estas tropelías se daban más en ambientes rurales que en la ciudad, pero yo, que fui niño "urbanita", también recuerdo, ahora con vergüenza, algunas tropelías cometidas contra los animales.
Dichosos crios...
No tengo particulares maldades que comentar, en eso se nota que pasé la infancia en ciudad(es), donde las oportunidades escasean, pero una vez, en el pueblo de una tia mia, me dediqué a perseguir pollitos pateando el suelo para que corriesen más... hasta que aplasté a uno. Que mal me sentí por ello... pero, en el fondo, ¿no era eso también lo que inconscientemente buscaba? ¿no estaba jugando a la vez con el provocar un accidente de ese tipo? Claro que sí, lo que no quería experimentar eran las consecuencias, esa realidad irrevocable de que el animalito no se recuperaría asombrosamente 'porque no iba en serio, estábamos jugando', que cuando algo muere muere para siempre...
Muy bonito el rediseño de la página, por cierto. :)
Yo sí he sido niño en ambiente rural y recuerdo perfectamente "anar a caçar gats" que, literalmente es "ir a cazar gatos". Nunca participé activamente en ninguna de ellas, pero he acompañado muchas veces al "grupo cazador", hasta que mi madre me sentó y me preguntó porqué teníamos gatos (simple y llanamente porque a mí me encantaban). Ese día me di cuenta de la gran estupidez disfrazada de diversión y conciencié a algunos con aquello de que "el fútbol mola más, yo paso"...
Publicar un comentario