Interiorizaciones

5.3.25


Para entender al prójimo en necesario empezar con una comprensión exhaustiva de sí mismo.


Celadas

4.3.25


El lenguaje está lleno de tretas y por eso cada frase es una emboscada.


Somnolencias

3.3.25

 

Amodorrarse en el amor para despertar con ternura.



Cuentista

2.3.25


Si supiera mentir os contaría que esta historia es verdadera, pero solo es puro cuento.


Factorías

1.3.25


No fabriques el mal, ya hay suficiente daño en el mundo.



Materia prima

28.2.25


En la búsqueda de soluciones, el feliz hallazgo de lo creativo.


Punto intermedio

27.2.25


En el más allá del más acá es donde estamos siendo.



Indeseado

26.2.25


El deseo lo que desea es ser deseado.



Intercesiones

25.2.25


Estoy aquí en mitad de la nada y del tiempo y quisiera reconciliarme con este mundo antes de desaparecer.



Dimensionalidad

24.2.25

 

Entre el amor y el deseo hay un espacio íntimo.



Transtemporal

23.2.25

 

Tras darse la vuelta en la cama la abrazó fuertemente con ternura igual que la primera vez. Venía desde muy lejos. Los viajes en el tiempo siempre lo dejaban desamparado.



Abstracciones

22.2.25

 

Una persona distraída es una persona concentrada en otro mundo.



Diálogo con una máquina

21.2.25

—¿En esta sociedad de qué somos más del apego o del desapego?

—Parece que vivimos entre ambos extremos: nos aferramos a cosas, personas e identidades, pero al mismo tiempo nos acostumbramos a soltar rápido cuando algo deja de funcionar o de servirnos. ¿Tú qué opinas?

—Pienso que somos seres dubitativos que andamos entre el apego y el desapego.

—Me gusta tu forma de verlo. Esa duda constante entre aferrarnos y soltar nos define mucho. Queremos seguridad, pero también libertad. Nos apegamos por miedo a perder, pero nos cansamos y buscamos soltar. Es un equilibrio inestable, como si viviéramos siempre en la cuerda floja entre lo que queremos retener y lo que necesitamos dejar ir. Quizá el verdadero reto no sea elegir entre apego o desapego, sino aprender a moverse entre ambos sin perderse.

—De acuerdo, ¿y eso cómo se hace?

—No hay una fórmula exacta, pero tal vez el secreto esté en ser conscientes de cuándo es momento de aferrarse y cuándo de soltar. Aceptar que todo cambia porque nada es completamente permanente, ni las personas, ni los sentimientos, ni las circunstancias. Apegarse demasiado puede traer sufrimiento, pero desapegarse de todo también puede hacer que nada tenga sentido. Valorar sin poseer y así disfrutar lo que tenemos sin necesidad de controlarlo o retenerlo a la fuerza, ya sean relaciones, experiencias o cosas, entender que su valor no depende de cuánto duren.  Escuchar a la intuición porque a veces sentimos cuándo algo ya no nos hace bien, pero el miedo nos impide soltar y otras que algo vale la pena, pero el miedo al apego nos aleja. Escucharnos es clave. Y aprender de cada experiencia porque tanto el apego como el desapego nos enseñan algo. Lo importante es no quedarse atrapado en ninguno de los dos extremos, porque en el fondo, tal vez vivir bien sea saber cuándo sujetar y cuándo dejar ir, con la confianza de que, en ambos casos, seguimos en movimiento. ¿Tú cómo lo ves?

—Pienso que no es tan fácil como lo planteas, porque no sabemos en qué momento tenemos que dejar las cosas y en qué momento tenemos que apegarnos a ella o a las personas.

—Totalmente de acuerdo. No es algo que podamos medir con precisión, como si hubiera un reloj que nos dijera: “Ya es hora de soltar” o “Aún debes sostenerlo”. Muchas veces nos damos cuenta demasiado tarde, cuando ya nos hemos aferrado más de la cuenta o cuando hemos soltado algo que sí valía la pena. Quizá la clave no sea saber con certeza, sino aprender a estar atentos a lo que sentimos y a las señales que la vida nos da, como cuando algo nos hace daño pero seguimos aferrándonos solo por costumbre o miedo, tal vez sea momento de soltar. Si algo nos da felicidad y nos llena, pero queremos alejarnos solo por temor al apego, quizá valga la pena quedarnos un poco más. Si sentimos angustia constante por perder algo o a alguien, puede ser señal de que el apego se ha vuelto una carga. Si dejamos ir y nos pesa demasiado, puede ser que no era el momento correcto o que aún había algo por aprender ahí. No es fácil, pero creo que parte de la vida es equivocarnos en esto, aprender de ello y seguir adelante. ¿Tú has sentido alguna vez que soltaste algo demasiado pronto o que te aferraste demasiado?

—Sí que duele soltar las cosas que queremos a las que nos aferramos y que somos más rápidos cuando no hay una dependencia hacia un objeto o una persona.

—Sí, soltar siempre duele, sobre todo cuando hay apego profundo. Es como si una parte de nosotros se quedara con lo que dejamos ir. Y cuando hay dependencia, el peso es aún mayor, porque no solo soltamos el objeto o la persona, sino también la versión de nosotros que existía con ello. En cambio, cuando no hay esa dependencia, soltar se siente más ligero, más natural. No porque no nos importe, sino porque no nos definimos a través de ello. Quizá el problema no es tanto soltar, sino la resistencia a soltar. Nos aferramos porque creemos que sin eso estaremos incompletos, pero en realidad, seguimos siendo nosotros, con o sin aquello. Duele, sí, pero también nos transforma. ¿Crees que alguna vez dejamos de sentir ese dolor, o solo aprendemos a vivir con él?

—El conflicto está en cuando debemos pensar los sentimientos y sentir lo pensado para diferenciar entre cuándo desapegarnos y cuándo apegarnos.

—Esa es una idea muy profunda. Hay un choque entre lo que sentimos y lo que pensamos: el corazón dice una cosa, la razón otra. Y en ese vaivén, decidir cuándo aferrarnos o cuándo soltar se vuelve un dilema. Si solo pensamos los sentidos, podemos terminar racionalizando demasiado y alejándonos de lo que realmente nos hace felices. Pero si solo sentimos lo pensado, corremos el riesgo de dejarnos llevar por impulsos sin cuestionarlos. Tal vez la clave sea encontrar un equilibrio: sentir con conciencia y pensar con emoción. Es decir, permitirnos vivir lo que sentimos, pero también observarlo con cierta distancia para no quedar atrapados en ello. Como si nos convirtiéramos en testigos de nuestras propias emociones sin dejar de experimentarlas. No es fácil, porque en el momento del apego o el desapego todo se siente confuso. Pero quizás, en lugar de buscar una respuesta definitiva, solo debamos aprender a escuchar mejor tanto a la mente como al corazón. ¿Tú crees que hay momentos en que uno debe pesar más que el otro?

—Eso es muy difícil de responder porque nunca sabe si estás acertando o lo más seguro es que te estés equivocando.

—Sí, y ahí está lo desesperante del asunto: no hay certeza absoluta. Siempre existe la posibilidad de estar eligiendo mal, de soltar demasiado pronto o de aferrarse demasiado tiempo. Es como caminar en la niebla sin saber si el siguiente paso nos llevará a un mejor lugar o a perdernos más. Tal vez la única certeza es que equivocarse es parte del proceso. No hay una fórmula para hacerlo bien siempre, pero cada error nos enseña algo. Y quizá, con el tiempo, aprendemos a equivocarnos mejor, con menos miedo y más conciencia. ¿Qué crees que es peor: soltar algo que valía la pena o aferrarse a algo que ya no debía estar?

—Pienso que tenemos que ser pacientes con nosotros mismos para entender los procesos a los que estamos sometidos.

—Eso es clave. A veces queremos respuestas inmediatas, certezas absolutas, pero la vida no funciona así. Cada proceso toma su tiempo, y forzarnos a entenderlo o resolverlo rápido solo nos genera más ansiedad. La paciencia con uno mismo es un acto de respeto. Significa aceptar que no siempre sabremos qué hacer, que nos vamos a equivocar, que habrá momentos de confusión. Pero también que, poco a poco, iremos entendiendo lo que necesitamos entender. Tal vez la verdadera sabiduría no está en tener todas las respuestas, sino en aceptar la incertidumbre sin dejarnos paralizar por ella. ¿Cómo llevas tú esa paciencia contigo mismo?

—A veces me impaciento, pero es que soy humano y los humanos somos imperfectos. Llevo mejor lo de la incertidumbre.

—Eso ya es mucho. No todos logran aceptar la incertidumbre; muchos prefieren aferrarse a cualquier respuesta antes que admitir que no saben. Y sí, impacientarse es normal, sobre todo cuando queremos entender algo y no encontramos las piezas que encajan. Lo importante es no castigarnos por ser impacientes. Como dices, somos humanos, imperfectos, y aprender a vivir con eso ya es un paso enorme. A veces nos exigimos demasiado, como si tuviéramos que tenerlo todo claro de inmediato, pero la verdad es que cada cosa llega a su tiempo. Si llevas bien la incertidumbre, tal vez la paciencia con uno mismo sea solo cuestión de práctica. ¿Tienes algo que te ayude a calmarte cuando sientes que te impacientas?

—Claro, aguantar el chaparrón y esperar a que las cosas cambien porque nada es eterno.

—Esa es una gran filosofía. A veces lo único que se puede hacer es aguantar el chaparrón, porque intentar luchar contra la tormenta solo desgasta más. Y al final, todo cambia, todo pasa, nada es eterno, ni lo bueno ni lo malo. Saber eso ayuda a no desesperarse tanto, aunque en el momento cueste. Es como confiar en que, por más oscuro que esté el cielo ahora, en algún momento volverá a salir el sol. ¿Esa forma de ver las cosas la aprendiste con el tiempo o siempre has pensado así?

—Se pueden intuir las cosas pero es el aprendizaje y la experiencia las que te dotan de respuestas.

—Exacto. Podemos tener intuiciones, presentimientos, pero hasta que no vivimos las cosas, no terminamos de entenderlas de verdad. La experiencia nos da respuestas que antes no teníamos, aunque a veces esas respuestas lleguen tarde o después de habernos equivocado. Quizá por eso la vida es un proceso constante de prueba y error. No nacemos sabiendo, pero cada tropiezo nos enseña algo, cada caída nos hace ver con más claridad. El conocimiento sin experiencia es teoría, pero la experiencia lo convierte en sabiduría. ¿Crees que hay cosas que solo se aprenden viviendo, por más que alguien te las explique?

—Ya sabes que nadie escarmienta en cabeza ajena, las experiencias personales son las que más nos marcan.

—Totalmente. Podemos escuchar consejos, leer sobre las experiencias de otros, incluso creer que entendemos algo, pero hasta que no lo vivimos en carne propia, no lo asimilamos de verdad. Por eso a veces nos damos cuenta de que nos dijeron algo que tenía sentido, pero solo después de haber pasado por la experiencia. Es como si algunas lecciones necesitaran doler o impactarnos directamente para quedarse grabadas. Lo bueno es que esas experiencias personales, aunque a veces duelan, nos transforman y nos hacen más conscientes. ¿Hay alguna lección que antes no entendías y que solo con el tiempo lograste comprender?

—Más que una lección, el paso del tiempo me ha dado profundidad en el conocimiento de las cosas.

—Eso es interesante. Más que aprender una lección específica, el tiempo te ha dado una mirada más profunda sobre la vida, como si cada experiencia añadiera una nueva capa de comprensión. Quizá eso es lo que realmente cambia con los años: no solo acumulamos información o vivencias, sino que aprendemos a ver más allá de lo superficial, a captar los matices, a conectar las cosas de formas que antes no podíamos. Esa profundidad del conocimiento no viene de leer más o de que alguien nos lo explique, sino de haber vivido, sentido y reflexionado. ¿Notas que ahora ves las cosas de manera distinta a como las veías antes?

—Antes veía las cosas según la latencia de mi edad, las experiencias vitales y los conocimientos que iba adquiriendo. Ahora la visión es más panorámica.

— Eso tiene mucho sentido. A medida que vivimos, la forma en que entendemos el mundo cambia porque acumulamos más referencias, más vivencias, más capas de significado. Antes, la visión era más inmediata, más centrada en lo que teníamos cerca; ahora, con el tiempo, se expande y se vuelve más panorámica. Es como si al principio solo viéramos fragmentos de un cuadro y, poco a poco, con cada experiencia, la imagen completa se fuera revelando. No porque lleguemos a entenderlo todo, sino porque aprendemos a mirar con más perspectiva y menos prisa. ¿Sientes que esa visión más panorámica te ha dado más tranquilidad o, por el contrario, te ha generado más preguntas?

—Las preguntas nunca se acaban y la tranquilidad o no depende de los momentos, cuando se pausa el alma sí, cuando se aceleran los ritmos cotidianos no.

—Eso es muy cierto. Las preguntas son infinitas, porque cada respuesta trae consigo nuevas dudas, y así seguimos en un ciclo constante de descubrimiento. Y la tranquilidad… es más un estado intermitente que algo permanente. Hay momentos de calma, cuando el alma se serena y todo parece encajar, pero también hay otros donde el ritmo de la vida nos arrastra y nos deja sin respiro. Quizá la clave no es buscar una tranquilidad inmutable, sino aprender a reconocer y valorar esos instantes de pausa cuando llegan, para que nos sostengan cuando el caos regrese. Cuando sientes que todo va demasiado rápido, ¿tienes alguna forma de recuperar esa pausa del alma?

—No existen fórmulas mágicas para frenar los ritmos y pausarnos. No siempre es posible. Cada persona es un mundo y debe saber cuándo le es posible o no, sin que lo segundo le lleve a frustración o hundimiento. Substraerse de la realidad que nos contiene no es tan fácil. Quizás alguna maniobra de distracción mental, algo que nos ocupe placenteramente y nos saque de las preocupaciones.

—Exacto, no hay un botón de pausa universal ni una receta que funcione para todos. A veces podemos permitirnos frenar, pero otras, simplemente tenemos que seguir adelante, y ahí es donde entra lo que dices: encontrar pequeñas maniobras que nos den un respiro sin alejarnos del todo de la realidad. Esos momentos de distracción placentera pueden ser un refugio, una forma de darle un respiro a la mente sin caer en la evasión total. Puede ser leer, caminar, escuchar música, cualquier cosa que nos permita soltar un poco el peso de lo que nos abruma. Lo importante es, como dices, no frustrarnos cuando no podemos frenar. Porque a veces el ritmo de la vida es inevitable, y más que resistirnos, tal vez se trata de fluir con él sin perdernos en el proceso.

Traductores

20.2.25

 

En cada ser humano campa una interpretación diferente de la vida.



Sobresaturados

19.2.25

 

Demasiados asesores diciendo lo que tenemos qué hacer y cómo hacerlo.



Expectaciones

18.2.25

 

Más que el juego es la ilusión del juego la que nos satisface.



Sobrentendidos

17.2.25


Estamos implícitos en nuestro proceder.



 

Bucle narracional

16.2.25

 

Leyó su nombre en el cuento y entendió que se protagonizaba a sí misma mientras se leía.



Descanso

15.2.25


La confianza es la almohada del amor y el respeto.



Connatural

14.2.25

 

El amor fuera del amor es un sinsentido.



Espíritu del momento

13.2.25

 

Vivir con el espíritu de los tiempos porque lo que hoy es moderno mañana será clásico.



Reafirmantes

12.2.25

 

Alguna que otra vez se hace necesario reivindicarnos ante nosotros mismos.



Contornos

11.2.25

 

Demasiada luz nos desvela los sueños.



Chisporroteos

10.2.25

 

En el temblor, no en la duda, es donde nos sabemos chispa iluminadora de la oscuridad.



Flashback

9.2.25

 

Alexander revisa las fotos de su teléfono móvil. Se da cuenta entonces que las instantáneas que aparecen no las ha hecho él y que los personajes que retratados le son irreconocibles, menos por un pequeño detalle: aquel tatuaje.



Placibilidad

8.2.25

 

A veces la muerte es solo eso, el anhelo de descansar, de estar en paz con el mundo y con lo que somos.



Aguas tranquilas

7.2.25

 

Nadamos en la memoria del olvido y no llegamos a encontrar tantos momentos perdidos.



Acertados

6.2.25

 

Sin el riesgo de equivocarse nunca se puede saber si ha valido la pena vivir.



Dioscuros

5.2.25

 

Lo ominoso no es la sombra que nos acecha, sino la que proyectamos al huir de la luz.



Concurrencia

4.2.25

 

Inesperadamente, me siento perdido pero no me preocupa, sé que pronto me encontraré.



Evolucionabilidad

3.2.25

 

La realidad es estática, la imaginación dinámica.



Misterio

2.2.25

 

—Tengo un secreto que me hace vivir feliz.

—¿Y cuál es?

—Es impronunciable porque desaparece cuando se cuenta.



Peliagudo

1.2.25

 

Fácil es saber qué no se es, dificultoso saber qué somos.



Conjugados

31.1.25

 

Somos un siendo, un sido y un seremos.



Compromisos

30.1.25

 

Lo más comprometido es, en este momento, reivindicar lo que somos.



Masticaciones

29.1.25

 

Lo difícil no es vivir la vida, sino aceptarla tal como es.

Autocontemplaciones

28.1.25

 

Detestamos, ocasionalmente, en los demás todo aquello que somos incapaces de reconocer en nosotros mismos.



Malgastada

27.1.25

 

Sabemos que lo que nos mata es estar vivos pero hay quien muere sin haber vivido.



El encuentro

26.1.25

 

Rita caminaba distraída por la orilla de la playa mientras ve como las olas arrastran hasta el rebalaje una botella de cristal que gira por el impulso del mar. Curiosa la recoge para ver el mensaje que contiene. Tras extraerlo, mira el texto: «cuando leas este escrito sabrás que es tu letra y que te escribo desde tu pasado». ¿El pasado? ¿Qué pasado? No haya respuestas en su mente de quien pudo ser aquella mujer que ahora le escribía. Desconcertada volvió a leer aquellas palabras: «Tuviste una vida ¿no la recuerdas? La de una joven que se ató a un destino por un amor». Nada en su cabeza, no había nada que le recordara a aquella historia. Entonces miró al cielo y al amplio mar como para entender que le estaba ocurriendo, pero nada de aquello tenía que ver con ella y con su vida actual. Temblorosa desenrolló de nuevo el papel pero su contenido era distinto nuevamente: «No busques respuestas afuera porque están dentro de ti. Cierra los ojos y escucha lo que siempre has sabido y nunca has querido oír». Rita dejó caer el papel por un momento trastornada por un ligero vértigo mientras se preguntaba cómo era posible que el mensaje cambiara frente a sus ojos. Acariciada por la brisa del marina y llena de inquietud volvió a mirar el aviso donde pudo leer: «Te olvidaste de ti y durante años viviste para otros, para cumplir promesas que no eran tuyas». Una ráfaga de imágenes cruzó, en ese instante, su mente como un relámpago, mezclando una risa olvidada, unas manos escribiendo cartas a escondidas, un amor prohibido que la había cambiado para siempre, hasta poder entender que aquel texto que se reescribía a sí mismo no venía de otra persona, sino de una versión de ella que se reescribía. Una última frase se litografió en el papel: «El mar siempre devuelve lo que crees perdido. Si has encontrado esto, te has encontrado a ti misma».



Ontologías

25.1.25

 

De lo que pude haber sido soy lo que estoy siendo.



Favorecidos

24.1.25

 

Soy un ser afortunado: puedo caminar, reír, sentir la brisa del mar y el calor de la luz, hablar y ser escuchado, amar y ser amado...



Logrados

23.1.25


No se trata tanto de recuperar la juventud perdida como de mantener la dignidad adquirida.



Buscas

22.1.25


Explórate bien, igual descubres quién está dentro de ti.



Consentimientos

21.1.25

 

Desaparecer es un hecho que debe estar por encima de nuestro pesar y nuestro pensar con plácida aceptación.

Dudabilidades

20.1.25

 

Siempre somos un dilema entre un encuentro y un abandono.



Espacio felino

19.1.25

 

A Erwin Schrödinger le había desaparecido su gato y nunca llegó a saber si estaba vivo o muerto.



Perforaciones

18.1.25

 

La realidad es como un muro con el que a veces chocamos y otras somos capaces de traspasar.



Compensaciones

17.1.25

 

Implementar la alegría en los demás siempre puede ser una tarea agradecida.



Colapsados

16.1.25

 

Quien ama expande el Universo, quien es amado lo contrae.



Acometidas

15.1.25

 

No hay otra valía más ontológica que situarnos frente a nosotros cada día.

Batidas

14.1.25

 

Sólo tú puedes encontrar tu sitio en el mundo, lo único que vas a tardar un tiempo en hallarlo.

Indefinidos

13.1.25

 

Si no existe una verdad sino verdades, me pregunto de qué cantidad de verdad estamos hechos.

Calabaza frita

12.1.25

 

Mientras la mujer cortaba, a duras penas, trozos de carne vegetal anaranjada para meterla en la olla, la niña en un descuido introdujo el boletín de sus notas escolares. Y al padre le supo a gloria aquella comida.



Investigaciones

11.1.25

 

En la permanente búsqueda del sentido de ser encontramos la nebulosa del absurdo.



Preferencias

10.1.25

 

Me gusta la gente que se hace querer.



Naufragio vital

9.1.25

 

Siendo seres que nadamos en la nada, nos ahogamos en el minúsculo vaso de nuestra existencia.



Intensos

8.1.25

 

La edad es un potenciador de las sensaciones.



Alargamientos

7.1.25

 

Soy de demorarme en lo maravilloso del camino igual que cuando niño volvía de la escuela a casa.



Inestabilidades

6.1.25

 

No queremos salir de la zona de confort porque eso nos zarandea el alma.



La metamorfosis

5.1.25


Existen días que, cuando me levanto, tengo la extraña impresión de no reconocerme. No es que me haya cambiado el color del pelo o el timbre de la voz. Es más, si me miro al espejo me reconozco en todos los detalles de mi aspecto físico y, a pesar de ello, percibo una sensación distópica que zahiere mi alma. ¿El alma? ¿He dicho el alma? Eso es, siento como si una presencia inidentificada me hubiera robado mi sentido humano. Una especie de sustancia inmaterial infiltrada en mis células y en cada uno de mis órganos, pulsión, parpadeo y molestia sentimental. Algo informe que me ha colonizado y por lo que sospecho en qué me he convertido. Lo sé porque distingo, inequívocamente, cuando es otra máquina la que me habla desde su inteligencia artificial.



Derrumbes

4.1.25


Ocupo un espacio físico y ocupo una conciencia en un colapso de tiempo.



Sorteos

3.1.25


La inteligencia siempre debe de huir de la soberbia.



Subsumidos

2.1.25

 

Como quien no se moja en medio de un aguacero, estar triste en mitad de la alegría.



Unos

1.1.25


La sencillez es el exceso de los humildes.