Estelas

9.4.25


Somos una prolongación de lo que amamos.


3 apostillas:

Joselu dijo...

Desde la perspectiva de Henry Chinaski, alter ego de Charles Bukowski, el aforismo "Somos una prolongación de lo que amamos" podría ser interpretado con su característico humor ácido y desdén por las pretensiones idealistas. Chinaski, ese antihéroe alcohólico y desencantado, probablemente se encogería de hombros, con una botella en la mano, y diría algo como:

"¿Prolongación? Claro, soy una prolongación del bar de la esquina y del whisky barato. Si amar es pasar horas en un taburete escuchando a borrachos hablar de sus exmujeres, entonces sí, estoy hecho de eso. Pero no me vengas con cuentos sobre amor eterno o plenitud; eso es para los idiotas que todavía creen en los finales felices."

Para Chinaski, el amor no es un ideal sublime ni un motor de perfección personal, sino algo más terrenal y caótico. En su mundo, amar significa lidiar con las contradicciones humanas: el deseo, la soledad y la incapacidad de comprometerse más allá del momento presente. Él vería el amor como otra forma de apego que, al igual que el alcohol o el sexo casual, termina siendo un reflejo de nuestras propias carencias y excesos.

En su estilo crudo y directo, podría añadir: "Somos una prolongación de lo que amamos... pero no te engañes: lo que amamos también nos jode. Amamos las cosas que nos destruyen lentamente porque somos demasiado cobardes para enfrentarnos a nosotros mismos. Así que sí, soy una prolongación del caos, del humo de los cigarrillos y de las mujeres que nunca se quedan."

En esencia, Chinaski tomaría este aforismo y lo despojaría de toda su carga romántica o filosófica para devolverlo al suelo polvoriento donde habitan sus personajes: un lugar donde amar es tan complicado como sobrevivir otro día.

francisco m. ortega dijo...

Ja, ja, ja, qué bueno

Anónimo dijo...

El ser humano no existe en el vacío, sino que se construye a través de sus vínculos. La frase "Somos una prolongación de lo que amamos" sintetiza esta idea fundamental: nuestra identidad se expande y se redefine mediante aquello que ocupa el centro de nuestro afecto. A lo largo de la historia, la literatura ha explorado esta noción, mostrando cómo el amor —en sus múltiples formas— nos transforma, nos completa y, en ocasiones, nos consume.

En El Aleph de Jorge Luis Borges, el narrador se convierte en guardián de la memoria de Beatriz Viterbo, una mujer ya fallecida. Su devoción lo lleva a visitar su casa cada año y a estudiar minuciosamente sus pertenencias. Aunque Beatriz ya no está físicamente, su presencia perdura en los rituales obsesivos del protagonista. Este relato ilustra cómo el amor puede convertirnos en prolongaciones de lo ausente, en custodios de un legado emocional que trasciende el tiempo.

Por otro lado, Rainer Maria Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, propone una visión más equilibrada del amor. Para él, amar no significa fundirse en el otro hasta desaparecer, sino crecer junto a él, conservando la propia individualidad. "El amor consiste en que dos soledades se protejan, se limiten y se saluden mutuamente", escribe. En este caso, el amor no nos anula, sino que nos permite expandirnos, convirtiéndonos en versiones más plenas de nosotros mismos.

Un ejemplo opuesto lo encontramos en Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, donde el amor entre Catherine y Heathcliff adquiere un carácter destructivo. La famosa declaración "Yo soy Heathcliff" refleja una fusión tan extrema que borra los límites entre ambos personajes. Aquí, el amor no los enriquece, sino que los atrapa en una dinámica de obsesión y dolor. Esta obra nos advierte sobre el peligro de convertirnos en meras extensiones de lo amado, perdiendo nuestra esencia en el proceso.

En un tono más esperanzador, El principito de Antoine de Saint-Exupéry nos enseña que el amor es un acto de creación. La rosa del principito no es especial por sí misma, sino por el tiempo y la dedicación que él le ha entregado. "Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante", le dice el zorro. Este pasaje subraya que, al amar, invertimos parte de nosotros en lo otro, y así nos volvemos inseparables de ello.

En conclusión, el aforismo "Somos una prolongación de lo que amamos" revela una verdad profunda sobre la naturaleza humana. A través de la literatura, descubrimos que el amor puede ser memoria, crecimiento, obsesión o creación, pero siempre deja su huella en nosotros. Lo que amamos no solo ocupa un lugar en nuestra vida, sino que termina definiéndonos, convirtiéndose en un hilo inseparable de nuestra propia historia.


Esta idea invita a considerar con cuidado aquello a lo que entregamos nuestro amor, pues, en cierto modo, nos estamos entregando a nosotros mismos. Como escribió Neruda: "Amar es un viaje con agua y con estrellas", un viaje en el que, al final, el caminante y el camino se confunden.