Osmólogo
30.3.25
Desde niño poseía esa rara habilidad de olfatear el sexo de las mujeres. Sabía que cada una emitía un olor diferente. Las había que olían a azucenas de mar o a queso curado, a tierra regada por la lluvia, a guayaba o a canela, a bergamota o a tinta china. Un mapa cromático de fragancias femeninas embelesaba sus narinas. Todas tenía un aura aromática que las definía ante su nariz. Fue al llegar a su juventud que se enamoró y perdió su sexto sentido odorífero porque su amor no olía a nada.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
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2 apostillas:
Hay olores que se desvanecen.
Oler a nada es una forma de oler a todo y, por qué no, serlo.
Saludos,
J.
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