Tumefacción

1.6.23



La inflamación del ego es de lo peor de los padecimientos modernos.




Protecciones

31.5.23



La ficción es una forma de defensa contra la realidad.




Improductivos

30.5.23



Lo extraño es que el mundo se mueva por dinero, trabajo, poder, pero que cuando eso se rompe las personas necesiten ternura, música, poesía.




Osteosporosis verbal

29.5.23



Las palabras, como las aceitunas, son carnosas por fuera y duras por dentro, pero es en su médula ósea donde está el alma.





Más o menos, un día

28.5.23



—Hoy es un día de más.

—No, hoy es un día de menos.




Significaciones

27.5.23



A las buenas personas lo que les importa son las buenas acciones.




Antiarrugas

26.5.23



Estos últimos días mientras transito por la ciudad, llena de rostros políticos por todos los lugares, me llama poderosamente la atención un detalle: los candidatos no tienen arrugas. Sus semblantes aparecen inmaculados de rugosidades, expropiados de surcos en la piel, redimidos de los pliegues que el tiempo otorga.

Lo impúdico de esas imágenes aventuran su primera gran mentira, la máscara inicial con que maniobrarán desde su insinceridad, porque quien es capaz de maquillar su realidad mostrándose como no es, anuncia un espíritu truculento y falaz.

La vida escribe en nuestro cuerpo una narración de estrías en la que se pueden leer los momentos de risa y de llanto, de alegría y de dolor, de sorpresa y desengaño. Y nadie debería borrar lo que es.




Eficacias

25.5.23



La versatilidad en la escritura es una potencialidad eficiente.




Enclaustramiento

24.5.23



Hay quien tiene miedo a ser querido.




Desconfianzas

23.5.23



Siempre estarás bajo sospecha ante la gente que no te quiere.




Desvestidos

22.5.23



Si desnudas las palabras descoses las hechuras del lenguaje.





El editor

21.5.23


Encendía un cigarro con la colilla de otro mientras no dejaba de parlotear como quien lo tiene todo hecho. Los libros se hacen solos, nacen, viven y se pierden en la inmensidad del olvido, solía explicar con frecuencia. Los techos del cuartucho que habitaba parecían decorados de estuco amarillo, a juego con el palidecer de muchos de los volúmenes que lo rodeaban. Nunca lo oí hablar bien de ningún escritor, los consideraba seres vanidosos, petulantes y engreídos, solo absueltos por la calidad de su trabajo si la tuviera. Y era cuando enumeraba una sarta de anécdotas padecidas por su estirada clientela.

Me mostró una columna donde se amontonaban gruesos librotes para explicarme que todas ellas eran autobiografías y memorias. Una pérdida de tiempo porque como defendía Max Aub: las biografías hacen mucho daño. Vale la obra. Por ella se salva uno. Después me lanzó una publicación para contarme que el pobre sujeto autor del mamotreto concebió la ilustre idea de prologarse a sí mismo, por no acudir a algún premio Nobel que lo hiciera y eso provocara unas ventas exageradas de su biográfica parida.

Deudas, nada más que deudas, es lo que me decía tener después de tantos años dedicado a este negocio y sacaba del cajón de su mesa un paquete de tranquilizantes, consecuencia de no poder dormir por las preocupaciones para, a continuación, detallarme que no podría jubilarse y enterrar su pequeña editorial. Luego me contaba lo de su mujer cubana que cuidaba a su padre con demencia senil y a la que quería traerase a España junto a sus tres hijos.

Lo conocí cuatro décadas atrás a través de un amigo común y continuaba en la misma covacha libresca. Cada vez que lo visitaba me regalaba las publicaciones que consideraba más peculiares, a sabiendas de mi gusto por la literatura y mi invisible afición a la escritura.

En cierta ocasión me entregó la cubierta de un libro al que faltaba la tripa: ‘La luz de los confines’ de Galdeano Ortiz. Me descubrió que Ortiz llevaba cuarenta años escribiendo la misma novela, aunque no llegó a plasmar una palabra sobre el papel ni teclearla en el ordenador. Lo que no era óbice para que contara cómo iba la obra y hasta narrara la trama y el desarrollo de los personajes. Pensé que era una broma y entonces lo describió como un relator verbal.

Otro de sus personajes favoritos era Francisco Torrezno al que bautizaba como escritor virguero, porque tras escribir cada texto lo destruía en su propósito de pasar a la posteridad sin haber publicado una sola línea. Lo usaba para corregir los borradores de los escritos de neófitos y analfabetos que querían publicar, como una joven enfermera que tras crear su primer poemario y vender tres ejemplares, le aseguró que las líneas de su mano habían cambiado y le pronosticaban una exitosa carrera literaria. 

Me mencionó también a Álvaro Íñiguez, quien escribía mal adrede debido a su miedo a ser plagiado. Licenciado en Filología Hispánica, hombre de una extensa cultura e insaciable lector, jamás mostraba un texto bien escrito y guardaba, en una caja fuerte, varias narraciones por miedo a que le usurparan su originalidad.

Nuestra conversación la interrumpió una de las muchas llamadas que sonaban en su móvil y que no tuvo más remedio que atender. Era su madre, viuda desde hacía más de treinta años y que no pudo hacer de su hijo alguien de provecho que se dedicara a un trabajo digno y normal. Me dejó y se marchó a la farmacia a por las medicinas de mamá maldiciendo en hebreo.



Menoscabos

20.5.23



En este tiempo de pérdidas nos hemos quedado sin la calma, el silencio y los cielos estrellados.





Dobles

19.5.23



Ante tu mentira, siempre es mejor que alguien se sorprenda por tu verdad.




Marchitamientos

18.5.23



Mientras los artistas sean correctos, su arte será decadente.



Destrucciones

17.5.23



Si el que la sigue la consigue, por qué se rompió el cántaro de tanto ir a la fuente.



Contrastable

16.5.23



Nos parece verdadero solo aquello que nos toca sentir.




Digeribles

15.5.23



La gente prefiere una mentira soportable a una insufrible verdad.




La pesca

14.5.23



Literalmente me puse las botas y los vadeadores, el chaleco, la gorra, las gafas polarizadas. Cogí la caña, el carrete, la línea, los ganchos y la carnada y me marché hasta el río para ahogarme.



Desquerencias

13.5.23



En ocasiones, ocurre que siendo la obra minusvalorada por su autor es apreciada por el público.



Proscripciones

12.5.23



El peor exilio es el interior, de los otros se vuelve.



Potencial

11.5.23



Aunque todo esté hecho, todo está por hacer.



Desengañados

10.5.23



Si de ilusión también se vive, ¿de desilusión se muere?



Virguería

9.5.23



Existen aforismos que solo son una filigrana del pensamiento.




A flote

8.5.23



Nadar contracorriente en el mar es agotador cuando no infructuoso. Nadas y nadas para acercarte a la orilla y, al final, el flujo te lleva donde quiere.

Igual ocurre en nuestras vidas cotidianas que, en ocasiones, intentamos realizar un cometido, alcanzar un objetivo que resulta aplastante o imposible.

Es el momento entonces de hacerse el vencido y dejarse llevar, reponer fuerzas y esperar a que cambie de dirección la corriente. Todo menos ahogarse.



La sexta extinción

7.5.23



—No parece que la situación vaya a mejorar.

—Al contrario, todo indica que el asunto va a empeorar.

—Demasiada sobrecarga.

—Nunca este planeta ha soportado una plaga de estas dimensiones.

—¿Plaga? ¿Te refieres al desastre humano?

—Andamos todo el día hablando de calentamiento global porque se ha puesto de moda.

—O porque han subido las temperaturas y hemos ayudado un poco. Y porque nos dirigimos hacia la desertificación de amplios territorios.

—Y existen temas tan preocupantes o más que esos como la superpoblación o la reducción de las materias primas. Cada vez somos más con menos recursos naturales.

—Por no acordarnos de los virus, o una variación en el porcentaje de oxígeno en la atmósfera o cualquier otra variación en nuestro precario equilibrio cosmológico.

—¿Sabes lo que pienso a veces?

—¿Qué?

—Pienso que se acerca una nueva extinción masiva, un proceso evolutivo de selección natural que limpiará el planeta de la especie humana.

—Un modo de reinicio y vuelta a empezar.

—Bueno, pues eso que entendemos tan lógico a la mayoría de nuestros congéneres le da risa.

—Anda coge las herramientas y vamos a continuar alimentando al ganado.




Truncamientos

6.5.23



Hay tanta sensibilidad en tantos lugares del mundo y luego está este demoledor sistema de amputar los sentidos.




Coagulaciones

5.5.23



Solo a través de la creación artística es posible espesar el tiempo




Efecto búmerán

4.5.23



Criticar la realidad implica quedar cuestionado ante los demás.




Falseamientos

3.5.23



Alguien me engaña y no es otro que yo mismo contándome este cuento.




Esclarecimientos

2.5.23



Existen desde la niñez cosas que aparecen claras, aunque tardemos toda una vida en poder explicarlas.




Transponedores

1.5.23



Quien atraviesa fronteras sufre de incomprensiones.




Afirmacionista

30.4.23



Aquel verano nevó y nadie percibió el cambio climático.




Júbilos

29.4.23



Noelia distraída en sus pensamientos caminaba en busca de su próxima tarea y se encontró con Araceli, una conocida algo más joven que ella.

—Te veo muy bien, Noe —le espetó sin saludar.

—No me quejo ahora que ando más libre y con menos estrés.

—Ya me he enterado que te has jubilado.

—No.

—¿Cómo que no te has jubilado?

—No, una se jubila cuando se muere. Tan solo he cumplido con una condena de cuarenta años trabajando y recupero, con suerte, mi libertad. Y me molesta mucho que definan mi vida en función de la utilidad del trabajo, con un antes y un después, como si fuéramos individuos programados para serles útiles a este sistema que te exprime los mejores años de tu vida y te suelta si ya no le interesas. Además, no tengo más tiempo, tengo mi tiempo para ocuparlo en lo que quiero e invertirlo en mí, para detenerme en la calle y hablar con la gente, igual que en este momento, sin ninguna prisa, y de hacer cosas por mero desinterés.

—No sabía que pensaras así.

—Es más, pocas cuestiones me desencantan ya, quiero a las personas tal como son y puedo decir que ‘trabajo por amor al arte’ en las cosas que hago.

—¿Y la edad, los achaques, el cansancio de vivir?

—Bueno los acepto como parte del equipaje que va conmigo y trato de relativizarlos mirando hacia el paisanaje o haciendo bosque con las personas que me importan, o alegrándome porque nada me ancle y pueda observar, escuchar, atender a la vida que pasa.

Araceli calló y, tras despedirse, se marchó pensativa pero feliz por su amiga.

Etilismo

28.4.23



El desaliento me lo bebo en soledad y para el resto, doy lo poco que tengo de consuelo.



Dignidades

27.4.23



La excelencia en la escritura es un acto y siempre es el momento de actuar.





Estancados

26.4.23



El mundo parece detenido en su vasto despropósito.



Acromegalia

25.4.23



El mediocre se engrandece cuando se ve entre sus iguales.




Méritos

24.4.23



Un texto se defiende por sí mismo.



Secundario

23.4.23



Vio la película de su vida y no le quedó muy claro que fuera el protagonista.




Crecimientos

22.4.23



El mediocre se hace grande cuando se ve entre sus iguales.




Vaguido

21.4.23



Cuanto más sepa la humanidad más se cerca estará de su colapso final.




Liquidaciones

20.4.23



¿Por qué es mejor que te maten con bacalao y no con tomate?




Autenticidades

19.4.23



Mira cuánto de ti hay en lo que eres. El resto lo tejió el azar.




Segmento

18.4.23



La distancia entre una excusa y una disculpa mide la urbanidad en cada persona.




Invariables

17.4.23



Si nos movemos siempre con una misma forma de pensar, aunque nos sea favorable, no avanzamos.



Gramática salvaje

16.4.23

 



Llegó a dominar el lenguaje con una fusta ortográfica. No soportaba las faltas de concordancia, las tildes sin tildar o los solecismos. Su escritura era implacable y su estilo inexorable. Pero un día se encontró con un texto que lo retó. Se trataba de volumen excelso de la literatura, atiborrado de metáforas, de figuras literarias y licencias poéticas. El autor se reía de las normas y las rompía con gracia. El gramático sintió una mezcla de ira y admiración. ¿Cómo podía alguien escribir así? ¿Qué secreto escondía? Resolvió buscarlo y desafiarlo. Pero cuando lo halló, enmudeció. Era una mujer luminosa y sonriente, que le tendió la mano y le dijo: «Hola, soy Ana María Matute. Encantada de conocerte».




Embebedores

15.4.23



La actualidad es una fuerza succionadora que nos anula.



Resbaladizos

14.4.23



Nos deslizamos por las palabras como quien se escurre por un riachuelo inclinado.



Inauditos

13.4.23



Sí que hay futuro, pero es tan desconcertante.



El patio de los ahorcados

12.4.23



De niño, curioseábamos por las tapias del cementerio y recorríamos sus patios luminosos llenos de flores secas, mustias o frescas todavía tras un reciente sepelio. Mirábamos las fotografías en blanco y negro o sepia, con los rostros de los difuntos cuando eran seres vivientes. Nos deteníamos a cuchichear al reconocer el retrato de algún personaje adherido a la lápida o sabíamos de alguna tragedia ocurrida por la que dejó de existir.

Debatir sobre la muerte causaba, en nuestras cabezas infantiles, un efecto de temor por qué dios nos esperaría en el más allá, y de incomprensión e indolencia al no ser ningún familiar o persona conocida.

Especialmente desconcertante nos parecían los fallecimientos de los niños atropellados, caídos en lugares mortíferos o víctimas de enfermedades incurables, por las que cruzábamos los dedos para que no nos tocara padecerlas en suerte.

Pero la expedición al camposanto tenía dos puntos de observación macabros: la sala de autopsias y los terribles manejos forenses con prácticas descuartizadoras de cuerpos, en la búsqueda de la verdadera causa del óbito y, por supuesto, el patio de los ahorcados, cerrado por una gruesa puerta metálica y que, para observar su interior, debíamos escalar las encaladas paredes.

Una vez encaramados arriba del muro siempre me invadía la tristeza. Era un espacio desahuciado de flores y más bien oscuro, donde suponíamos que estaban las personas que se ahorcaban, las que se envenenaban, se desangraban o se despeñaban por un tajo.

Parecía como si estuvieran castigados para que nadie pudiera ver el terrible delito de haber decidido morir, y que no lograron hacerlo sobre sus vidas.

Igual todas las personas llevamos un suicida hibernado dentro de nosotros como nos recuerda el filósofo Émile Cioran: «Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera. Sin la idea del suicidio, si no fuera por la posibilidad del suicidio, ya me habría matado».




Restando

11.4.23



Más cantidad de saber no es igual a conocimiento más claro.



Combinatoria

10.4.23



El resplandor del oro no: el brillo en la mirada, el destello en la sonrisa, el fulgor en lo amistoso.




Domingo de resurrección

9.4.23

 

El timbrazo repentino la sacó del sopor transoceánico del almuerzo. Abrió la puerta para encontrarse con un rostro joven de mujer, bastante arreglada y que sostenía una carpeta bajo el brazo. Seria, elegante, el pelo recogido y una actitud de serena firmeza en su mirada.

—Dígame que quiere —la interrogó.

—Buenas tardes. Vengo porque es la fecha según queda registrado en la póliza.

—¿La póliza?

—Sí, la de doña Lucía Salmerón.

—¿La abuela? ¿qué le ocurre a la abuela?

—Es el día fijado y acudo a realizar el papeleo.

—¿Qué momento?

—Bueno —carraspeó—. El momento del sepelio. Lo siento.

—Pero, cómo… —balbució desconcertada, pensando a la vez si sería una broma o estaba ocurriendo en realidad.

—Ya sabe, hay que hacer los trámites. Decidir si quieren enterramiento o incineración, el tipo de féretro, si van a querer que la arregle la tanatoesteticista…

—Pare, pare, pare, ¿me habla del entierro de la abuela? Si está ahí tan tranquila sentada en el salón, viendo la tele.

—Ya, lo siento mucho y la acompaño en el sentimiento, pero le ha llegado su hora.

—No puede ser, esto es un programa de esos de cámara oculta, ¿verdad? —y miró confundida en derredor.

—Tranquilícese, entiendo que es doloroso, si bien todas las personas tenemos nuestro día señalado.

—Mire, no sé si reír o llorar o lanzarla a usted por el hueco de la escalera —manifestó irritada.

—Solo he venido a que firme estos papeles, es un puro trámite, aunque sea la muerte de su abuela.

—Es mi madre, tiene noventa años y está vivita y coleando. Y usted se la quiere cargar.

—No se equivoque señora —indicó subiendo en tono—. No quiero matar a nadie, simplemente cumplo con mi trabajo y aquí dice que doña Lucía tiene que fallecer hoy.

El texto de la vida se reveló antes sus ojos y se dejó vencer por una sensación como de torbellino cuya gravedad te hunde en su agujero, mezclándose lo real y lo soñado de quien no entiende muy bien por qué cuesta tanto despertar.


Disipación

8.4.23



Cada día escribo, como quien fuma por puro vicio, unos cuantos aforismos.




Intentonas

7.4.23



Más que morir en el intento apostaría por vivir en la espontaneidad.



Corchete

6.4.23



Somos conocimiento entre dos ignorancias eternas, la que nos precedió y la que nos sucederá.



Lírica bit

5.4.23



¿Acaso no es una imagen poética una máquina haciendo bella poesía?




Encandilarse

4.4.23



Nada debe deslumbrarnos tanto como el asombro de saber.



Vaticinadores

3.4.23



Miro hacia el horizonte y no veo otra cosa que el infeliz destino de la humanidad.




China market

2.4.23



La encontró llorando en aquel oscuro pasillo entre las cestas de mimbre y los budas de alabastro. La joven parecía perdida y desorientada. Después de serenarla le preguntó qué le pasaba. La chica le contó entonces que entró a trabajar en la tienda hacía tres años y que, desde entonces, no había conseguido encontrar la salida.

A falta de ideas y la urgencia entregar el cuento, el escritor acudió a su máquina de inteligencia artificial y le pidió que continuara la historia. «Está bien le dijo. Aquí va mi narración». Y la máquina comenzó a escribir:

Él se quedó asombrado ante aquella confesión. ¿Cómo era posible que alguien estuviera atrapado en un establecimiento durante tanto tiempo? ¿No había nadie que la echara de menos? ¿No había intentado escapar por alguna ventana o puerta trasera? Le hizo todas esas preguntas y ella le respondió con voz temblorosa que no sabía nada del mundo exterior, que solo conocía el China Market, el enorme bazar donde vendían todo tipo de productos orientales.

Le explicó que un día, cuando tenía diecisiete años, entró en el comercio buscando un regalo para su madre. Se sintió atraída por la variedad y el colorido de los objetos que había en las estanterías. Empezó a recorrer los corredores sin rumbo fijo, admirando las porcelanas, los abanicos, los kimonos, los inciensos... Se le pasó el tiempo volando y cuando quiso darse cuenta ya era de noche y el negocio estaba cerrado.

Entró en pánico y buscó alguna forma de salir, pero todas las puertas estaban cerradas con llave y las ventanas tenían rejas. Gritó pidiendo ayuda, pero nadie la oyó. Pensó que al día siguiente alguien vendría a abrir el almacén y la encontraría allí. Pero eso no ocurrió.

Al día siguiente, cuando se despertó en un rincón del alamcén donde había pasado la noche, vio que el local estaba lleno de gente. Clientes y empleados iban y venían sin prestarle atención. Ella intentó hablar con ellos, pedirles ayuda, explicarles su situación. Pero nadie la escuchaba ni la veía. Era como si fuera invisible.

Así pasaron los días, las semanas y los meses. Ella seguía atrapada en aquel lugar, sin poder comunicarse con nadie, sin poder salir de allí. Se alimentaba de lo que encontraba en los estantes: galletas de arroz, té verde, frutos secos... Se vestía con la ropa que había en las perchas: vestidos de seda, pantalones de lino, chaquetas de cuero... Se entretenía leyendo los libros que había en las mesas: novelas de amor, cuentos de hadas, biografías de famosos... pero nada de eso le hacía feliz. Lo único que quería era salir de allí, volver a ver a su familia, a sus amigos, a su novio... y no sabía cómo hacerlo. Había perdido toda esperanza, hasta que él apareció.

Él era un joven periodista que había ido al China Market para realizar un reportaje sobre el aumento exagerado de venta de kimonos. Estaba entrevistando al dueño de la empresa cuando vio a la chica llorando. Le llamó la atención su aspecto triste y solitario. Se acercó a ella para preguntarle qué le pasaba y se sorprendió al escuchar su historia. Él fue el primero que la vio y la escuchó después de tanto tiempo. Él fue el primero que le creyó y le ofreció su ayuda. Él fue el primero que le devolvió la esperanza.

Le dijo que no se preocupara, que él iba a sacarla de allí, que tenía una llave maestra que abría todas las puertas de la gran superficie, y que lo esperara mientras él terminaba su entrevista con el dueño. Ella le miró con incredulidad y gratitud. No podía creer que por fin alguien la pudiera sacar de allí.


FIN

Al terminar le preguntó: «¿Qué te ha parecido mi cuento?». Pensó en contestarle, una porquería, pero se aguantó las ganas de teclear su pensamiento. Solo se trataba de eso, terminar el cuento.


Genialidades

1.4.23



El genio de la creatividad reside en la libertad de hacer lo que quieras, sin detenerse en reglas o bendiciones académicas.



Distenciones

31.3.23



Solo triunfa quien nunca disputa.




Aballares

30.3.23



Es necesario romper los esquemas mentales a la gente para que sus ideas no se escleroticen.



Ausentado

29.3.23



Siempre llegan días que ante mí estoy perdido y junto a los demás me desvanezco.



Topos

28.3.23



El ojo ignora lo que el oído atiende.



Desperfectos

27.3.23



Ninguna realidad es impecable, siempre se aprecian fisuras en su muro.




Sacapuntas

26.3.23


El silencio mandaba en el patio de vecinos quebrado solamente por el eco de las gotas escurridas de los trapos colgados al chocar contra una chapa. A esa hora era notoria la ausencia del concierto ruidoso habitual, perros que ladraban, bebés que lloraban, timbres que sonaban y llamadas de teléfono, golpes de objetos caídos y puertas cerradas de repente, voces y gritos.

El color ceniciento con que la luz se desplomaba por el hueco cuadrangular agrisaba las baldosas de las paredes, apagaba el verdor de las plantas y descoloría aún más las raídas cortinas.

Carmen abrió la ventana para colgar el paño de cocina tras una meticulosa limpieza. Al otro lado descubrió a su vecina imitando su acción. Tras saludarse Carmen emprendió un monólogo.

— Sabes que mi hijo trabaja en una peluquería y se ha hecho influencer, y yo le dispongo la ropa. Siempre se ha fiado de mí y si va a un congreso me pide que le prepare algo y yo le busco vestuario para que vaya conjuntado. No como su hermano que fue en chándal a la reunión de influencers. Mi Rubén es más responsable y mi Darío es más haragán. Sabes que un día me llamó desde Estambul donde había ido a operarse de las orejas de soplillo, que él ha tenido esa frustración desde chico; él tan guapo, normal que quisiera apañárselas. Y me llama el mismo día del atentado en el mercado de Estambul que, además descartaron visitar porque el chófer del hotel les indicó que no fueran ese día ya que la mayoría de los puestos cerraban. Y mi Darío que estaba en Londres me cuenta mira lo que está pasando en Turquía. No me digas, que Rubén y la novia están allí. Y que los llamó y que no sabían nada porque aquel país no es una democracia, no daban la noticia en los informativos y mi Darío sabía más que mi Rubén que no se creía lo que le contaba porque allí la tele no mencionaba nada de lo ocurrido y qué susto, vecina. Pues igual que cuando queda con el padre para tomar una cerveza y trata de meterse conmigo, mi Rubén lo corta rápidamente y le advierte, si vas a hablar mal de mamá me voy, y el padre rectifica y le pide que no se vaya que quiere charlar con él. Porque mis tres hijos y yo hemos estado juntos y ellos tan responsables se hacían la comida si no faltaba, y cuando dije de ir a trabajar a Barcelona, ellos me animaron, pero me vine al poco tiempo y me puse a cuidar personas mayores por la noche y por la mañana vendía en la tienda de modas, pero no los veía, aunque ellos se defendían bien y por eso la cerré. Mi Miguel, es diferente a sus hermanos, es como el padre, bueno con las matemáticas. Puede estar con el teléfono y con el ordenador y me dice, no mamá tú tienes que pagar esto o lo otro de autónomo, y tiene cabeza para los números. Por eso te digo, vecina, que nosotros estamos muy bien avenidos, que no somos de sacarle punta a las cosas.

La otra mujer medió entonces y comentó con parsimonia: es que sois una familia sin sacapuntas.


Descaminados

25.3.23



A veces hay que borrar las huellas para no saber regresar.



Disipados

24.3.23



Lo hermoso es lo que desaparece frente a la eternidad perversa.



La nervadura del tiempo

23.3.23



Somos apego, entusiasmo y voluntad.



Errados y libérrimos

22.3.23



¿La libertad consiste en tomar un máximo de decisiones, la mayoría de ellas equivocadas?

Dechados

21.3.23



Más que dar lecciones hay que sostener el mundo con ejemplos.



Revisiones

20.3.23



Una verdad no es verdad hasta que no lo descubres.



Faena

19.3.23

 

Al sacar el ataúd del coche fúnebre una mujer gritó: «¡A hombros! ¡Que lo lleven a hombros!». Cinco hombres cargaron con el féretro y algunas miradas, en aquel momento, se dirigieron hacia él, cuya presencia era circunstancial tras detener su paso por respeto en el encuentro con el grupo de acompañantes del entierro. Entendió que se trataba de un deber cívico ayudar en la carga del finado mientras recordaba ese pasaje de los evangelios que menciona el reclutamiento de un campesino que, cuando volvía de su trabajo, se cruzó con unos condenados que caminaban hacia su crucifixión, y fue obligado a cargar con una gran cruz sin beberlo ni comerlo.

El compañero con el que se emparejó para llevar la caja al ser de menor altura que la suya, le provocaba un desollamiento en su hombro tras cada traqueteo, mientras que los pies de quien le seguía en la fila le pisaba los talones. «Estas cosas deberían tener un ensayo previo», pensó gritar en medio del silencio solo interrumpido por algunos sollozos de los familiares.

Para más inri, el plano inclinado del cajón hacía que cada giro hacia la derecha dentro del camposanto, provocara un desplazamiento del cadáver hacia su lado, golpeando la madera con tal sensación que sentía como si llevara al fallecido sobre sus espaldas. Ahora entendía aquello de pesas más que un muerto que le decían siendo un niño crecidito.

La situación empeoró cuando hubo de bajar una rampa bastante inclinada con un giro hacia la izquierda hasta llegar a un nuevo patio del cementerio. Recordó, en ese momento, la cita de esa tarde con unos amigos, algo que le alivió de su pesada carga.

Apretó los dientes antes de enfilar un ligero repecho y por fin pudo divisar la sepultura donde un operario preparaba los materiales para sellar el nicho. En ese instante los presentes comenzaron a tocar las palmas. Entendió que era una ovación al esfuerzo realizado y apenas se desprendió de su misión de cargador, comenzó a hacer genuflexiones ante el público asistente.




Conclusivos

18.3.23



Narrar siempre finales felices aunque ningún final lo es.




Levitaciones

17.3.23



Cuando nada va mal, el tiempo nos lleva en volandas.



Aburriciones

16.3.23



Pensé en aburrirme hasta el infinito y luego fue el infinito el que se aburrió de mí.




Elusiones

15.3.23



¿Cómo se contesta si no hay pregunta?



Impulsos

14.3.23



Más allá de tener una actitud positiva o negativa ante la vida está el hecho de tener humor y alegría.




Invariable

13.3.23



Nunca dejas de ser tú, incluso cuando tratas de mejorarte.




El gorrilla

12.3.23



Lucía en su camiseta, con grandes letras negras, la leyenda: Take is easy. Parecía una advertencia o una intimidación, quizás parte de su acervo filosófico o de una reflexión profunda, el discurso existencial de quien debe ganarse el pan o la dosis de droga de cada mañana. Cuando bajé del coche, entre curioso y asustado, el aparcacoches me extendió la mano y yo, algo azogado, busqué en el fondo de los bolsillos, algunas monedas mientras inspeccionaba su desgarbada figura desaliñada. Saqué unas monedas y las deposité en su mano renegrida, negó con la cabeza y le pregunté si no era suficiente. Me dijo entonces: «no es eso, tengo hambre de letras».



Escucharse

11.3.23



Por no escuchar los buenos consejos que nos damos ponemos excusas para seguir malgastando el tiempo.




Adecuados

10.3.23



Lo correctamente político es la hipocresía de los indignos.



Huidas

9.3.23



El amor niega cosas que ya están sucediendo.



Insapiencia

8.3.23



¿No preguntarse nunca por nada es igual que ser abúlico?



Rabia

7.3.23



La envidia no muerde pero da dentera.



Bálsamo

6.3.23



En este mundo hay que tener un humor lo suficientemente desinhibido como para que nos alivie de todas las calamidades.



El veneno de la salamanquesa

5.3.23


La salamanquesa torció su boca en un gesto depredador y sacó la lengua para lamer su hocico. Permaneció perpleja en una extensión de tiempo que le pareció infinita, sujetada como estaba en la ingravidez del techo. Como hipnotizada por el tedio de la atmósfera que respiraba, olvidada del resto del mundo e inerte durante horas y horas, meditaba la absurda naturaleza de su existencia, emparentada con los vestigios más lejanos de la vida, desabastecida de admiración y condenada a su repugnante condición de saurio. Y más allá del desafecto adquirido por su forma de ser, la inquietante soledad de su meditación cartilaginosa, aplastada y cenicienta.

            «Mordedura de suerte y poquito de miseria. Conjuro de pata de cabra viuda y madrecita del alma que no me falte tu aliento, mientras me acuerde de todas las veces que me has socorrido. Troncho de col y agua de colonia, noviecita mía haremos un nidito de amor con poca cosa. Para adentro las lágrimas, para adentro, que no se note la copla triste, que la vida te empuje como miel sobre hojuelas, que te soporte tanto como tú a mí, y que, en silencio, volvamos a nacer de nuevo en nuestras cosas pequeñas y en las horribles muestras de sinceridad. Que tu sonrisa me lave por la mañana y que tú, virgencita, me compongas el ánimo al ir a trabajar. Que no me faltes nunca, nunca, que no me faltes, con tu carita de ángel recién lavada y tu acento de azucena».

            Miró hacia atrás y no vio nada, sólo un dolor agudo, como de aguja ahilada que traspasara su nuca, un dolor crónico del paso de tiempo humedecido. Agachó la cabeza y entendió de repente, como si hubiera adivinado en la superficie de un charco formado en el suelo, los días huidos cuando era una niña. Aquella decisión de vivencias pretéritas la trasmutó en otra persona y desde entonces, comprendió, que cada escalón había sido una miseria más. Una tristeza más en su hondo pesar. Recordó aquel sueño que le contó su madre, cuando mandó, al fantasma aparecido de su padre, «a arrancar esparto», una forma de indicarle «vete al infierno y que Dios no te haya perdonado por todo lo que nos has hecho pasar».

—¡Mata el bicho! —y el primer escobazo sonó zas contra la pared encalada. La salamanquesa zigzagueó con movimientos eléctricos por el dédalo del destino nuevo e imprevisto y adivinó una grieta oscura y clandestina para zafarse de sus agresivos perseguidores, hundiéndose en la frontera de la luz y desapareciendo como para sus adentros.

—Has fallado —farfulló irritada la niña.

—Ha sido por tu culpa —replicó el desatinado cazador excusando su ineptitud pueril que con los años sería una cualidad personal.

—Otra vez lo hago yo, torpe —le reprochó Lucía, con ese enojo de muñequita linda y rubia que aparentaba y los rizos colgando por el cuello. La puesta en duda de su puntería y el calificativo hiriente, provocaron en Daniel una animosidad de gallito impúber, en tanto su redonda y mofletuda cara enrojecía y se hinchaba, y con actitud amenazante de escoba, le espetó un a que te doy. Terció, en ese momento crispado de la discusión, un timbrazo seco y largo, cuyo eco arrastró el ring por el corredor de la casa hasta donde contendían los niños extinguidores de animales, y su sonido fue como la convocatoria de una diana. Una disputada carrera de codazos y empellones, descolocando muebles, precedió a un papá unísono, antes de alcanzar la puerta de la casa para descorrer el pestillo.

La figura alta, de oscura delgadez, enmarcada en un uniforme azul militar, presentó a un hombre treintañero en el umbral de la puerta. Los polluelos se abalanzaron sobre él para besuquearlo y el hombre se encorvó para abrazar a la pareja de niños esbozando una leve sonrisa cariacontecida. Le brillaban con tenuidad las estrellas sujetas a sus hombreras rojas y en actitud protectora interrogaba a sus hijos sobre qué hacían antes de su llegada. Caminaron los tres por un corredor laminado de maderas nobles, entre objetos dorados, cristales bruñidos y muebles de presencia barroca y de mal gusto.

Los tres se sentaron a charlar sobre las próximas vacaciones. Germán mantenía sus brazos estirados sobre los hombros de sus hijos, en una muestra de ternura paternal que descargaba todo su traumatismo militar, gangrenado en las horas de trabajo y en los ratos oscuros de vacía soledad. Daniel se obstinaba en meterse un dedo en la nariz sin ser visto y Lucía se arrebujaba cariñosamente contra su padre.

—Alquilaremos una cabaña en la sierra y daremos grandes paseos —decretó Germán con voz solemne—. Después iremos a visitar a los abuelos.

—Pero yo quiero ir al parque de atracciones y entrar en la bóveda del terror − rezumó caprichosa Lucía.

Daniel que no se inquietaba por los pronósticos vacacionales imaginaba la cantidad de salamanquesas y lagartijas, a las que el emparentaba con la misma familia de los gecónidos, que podría cazar en el bosque, pero también pensó que quizás en el mar hubiera otras especies acuáticas más llamativas y se le ocurrió decir:

—También podríamos ir al mar y visitar a mamá.

La última sílaba 'ma' resonó en varios ecos dentro de la habitación. Lucía estuvo a punto de gritar imbécil pero el gesto adusto de su padre que se incorporaba la frenó.

—Te he dicho muchas veces Daniel − pronunció con empaque y solemnidad Germán − que tu madre no tiene una vida normal y que lo mejor es dejarla que viva a su aire. Podría estar aquí si ella quisiera... —Y las últimas palabras ya sólo sonaron en su pensamiento: «pero es un mal bicho y tiene que morirse aplastada».

Rosario levantó la cabeza para mirar el televisor por encima de la luz concentrada de su lamparilla, en un reflejo brusco, buscando la referencia de la pantalla iluminada. «¡Qué guapo es!», pensó entristecida chupando el aire a su interior, mientras distraía su concentrada atención del desgarrón de la camisa que zurcía. Las siguientes imágenes le llevaron hasta la interrogante metafísica de dónde se acumulaba más la celulitis, ¿en las nalgas? ¿en el pompis? ¿en las caderas? «Este verano pasa de celulitis. Lea la revista Sex Virgen y denúdese al sol que más calienta». Desconectó su atención de las secuencias y obligó a sus manos a continuar la tarea de pasar la aguja enhebrada por el tejido roto.

Sobre el aparador fotos antiguas devolvían su imagen más joven, más enigmática, más alegre. Rostros que se mostraban en diferentes tiempos, adultos y niños en decorados distintos, casi ensoñecidos por la humedad del tiempo. Todo enmarcado bajo el signo de lo irreconciliable, de lo que fue y no volverá a ser. Penosa y solitaria, distraía las horas ocupada en quehaceres para los que no había una insumisión doméstica de cacerolas, acostumbrada a sobrevivir en los médanos de la dificultad. Rosario era una mujer de grandes ojos fijos que hablaban desde su profundidad oscura, pelo castaño que se tornaba moreno al atardecer, deshacedora de entuertos y abogada de los sentimientos que por poderle a veces se la comían.

            Recluida en su rincón del mundo se sentía útil a los demás que la comprendían benefactora pero de rara presencia, rehecha de aquella amputación dolida de su dos hijos.

—Nada pude hacer contra aquella sentencia injusta —se lamentaba Rosario—, todo fue preparado para que el magistrado dijera su veredicto a favor de mi marido. Gemir en silencio fue lo que hice, después de envenenar a los niños con artimañas. En privado Luis me pidió que volviera con él, que retiraría todo lo dicho. Y volver a qué, a ser su fregantina, la señora de un militar domeñado por una madre que mandaba en su

apocado hijo como si fuera un general.

Liliana y Miguel mantenían presta la atención, como en confesión, en el relato de Rosario. —Me acusó de ser una puta, de tener varios padres para mis hijos, como si fuera una cualquiera que recorriera las esquinas de las calles en busca de hombres y el juez le creyó, le creyó porque era su causa de hombre, pero no era verdad. Me tildó de salamanquesa que escupía veneno.

—Pero las salamanquesas no escupen veneno, eso son sólo supersticiones populares que no tienen fundamento alguno —replicó Miguel—, además de que su efecto en los hogares es beneficioso, ya que limpian de insectos la casa.

Luego permanecieron mudos los tres durante unos largos instantes. Rosario buscaba la complacencia de la pareja y continuó hablando con la vista medio nublada y sumergida en los recuerdos, esos mismos recuerdos que a veces la devoraban poco a poco.

«Hola Lucía, soy mamá...Cómo van tus clases de danza... ¿Sí?... Yo estoy bien, guapita. He encontrado un trabajo y vivo en una casita frente al mar. Esto es bonito. Si vienes con tu hermano en vacaciones podréis bañaros en la playa, ¿Qué tal tiempo hace ahí?… ¿Frío?… Aquí tenemos un poquito de calor... Que este verano vais con vuestro padre a la montaña... ¿No podréis venir?... ¿Y tu hermano?... Dile que se ponga... ¿Cómo estás Daniel?... Discutes con Lucía... Pero tú sabes que eso no es cierto... ¿Y tus clases de kárate?... No, no eso no es verdad, son las cosas de papá. No tengo ningún novio... Adiós... Cuidaros mucho... Os quiero... pi-pi-pi-pi».

—Mis hijos ya no son mis hijos —les sentenció a Liliana y Miguel—, él se ha encargado de hacerles creer todas las mentiras que inventó para arrebatármelos. Soy para ellos un ser despreciable y monstruoso que los emponzoña si los toca y mi cariño no deja de ser inofensivo. Cada vez que los busco los traslada de un lugar a otro para evitar que los encuentre. Pero sé que me quieren, sobre todo Daniel, mi pequeño desvalido, él me sigue adorando. Lucía en cambio cada vez pertenece más a ellos, a su padre y sobre todo a su abuela que la adoctrina en esos terribles modales para convertirla en una señoritinga. Hace como si los hubiera abandonado pero yo aún los encierro en mi corazón.

«Ay ánimas del purgatorio que no me falten las fuerzas, que mañana despierte cuando el sol me salude, que vele el sueño de mis pequeñines. Todo el día en la cocina con la sal y el perejil, con el almirez y el alioli. Santa Rita bendita, patrona de los imposibles dame fuerzas para seguir que no se me quiebre este aliento. Y san Antonio, cara de rosa, cásame a mi hija que tengo moza. Tocino de cielo y arroz con leche que le gusta a mi niño, niñito bueno. Flan con natillas y virgencita del Perpetuo Socorro alíviame esta tristeza».

            Lanzó un suspiro acuoso como de glu la salamanquesa mientras, con sus dos ojillos fijos como cabezas negras de alfileres, observaba la película de gelatina traslúcida que cubría su par de huevecillos y pensó aliviada en la gestación tranquila e inocente de sus saurios nonatos. Comenzaron a crispársele las escamas tuberosas con un chasquido de crisp-crisp que le desasosegaba hasta el punto de hacerla salir de su receptáculo, para mirar el mundo inverso de las cosas absurdas, sórdidas. Abandonó la oquedad y con el plof-plof silente de sus ventosas al sujetarse en la superficie lisa, fue a establecerse sobre el ángulo de la habitación oblonga de realidades aplastadas y quedó inmóvil, petrificada frente a la vertiginosa velocidad de los seres cambiantes.

Contestaciones

4.3.23



En silencio se dan las mejores respuestas.



La mochila existencial

3.3.23



El primer viaje lejano que realicé con mis hijos, aún pequeños, fue calificado por algunos conocidos como de «una locura». Expliqué entonces que, para mí, lo disparatado era marcharme sin su compañía.

Siempre recuerdo con agrado los tres meses de verano que, con siete años, pasé junto al mar en una casita de pescadores alquilada por mis padres. Es una imagen que llevo conmigo a igual que otras tantas cosas vividas en común. Experiencias pegadas a la piel del alma que son mi valiosa herencia inmaterial.

De ahí el empeño en dar a mi pequeña tribu el mismo legado de emociones, recuerdos y sensaciones que los que yo recibí porque sé que, donde vayan y donde estén, viajarán con ellos. Así que mi inquietud, con acierto o error, ha sido cargar de ese patrimonio su mochila existencial.



Inverosímilitudes

2.3.23



En ocasiones no creemos aquello que nos ocurre aunque nos esté pasando.



Interrogativos

1.3.23



¿Cómo se interroga a una interrogación?



Discernidos

28.2.23



Tratar de entendernos nos lleva toda una vida.



Desenlaces errados

27.2.23



Las conclusiones erróneas son de bastante mejor calidad cuando se elaboran en solitario.



Custodio

26.2.23



Trabajo como segurata a turno corrido de veinticuatro horas y no tengo vacaciones. Mi contrato es eterno. Ni poseo filiación a sindicato alguno ni convenio colectivo y mi jefe es divino, aunque no me paga sueldo. Mi labor consiste en ver sin tocar, oír sin hablar, guardar sin proteger, predecir sin avisar, soportar sin sufrir; percibir lo sentido sin sentir.

Ando en vigilia al descollar el día mientras la gente se encamina a su cárcel de rutinas, próximo al suicida en el momento de colgarse en el vacío, inmediato al niño que gime tras sangrar sus manos por cargar ladrillos una larga jornada, al grito de la parturienta, en el paroxismo de dos cuerpos amándose, en la desesperación del insomne, junto del viejo solitario que se arropa con recuerdos, al lado de las mujeres que cosen prendas en un taller clandestino, atento a quien ríe despreocupado o llora sin motivo, y asisto al miedo infantil.

Oigo los pensamientos del asesino antes de matar, miro cómo oculta el mafioso las ganancias de sus extorsiones, me acerco al presidente de una nación cuando piensa en su autoridad y visito al magnate que se estima todopoderoso.

Escucho el golpe sordo de un cuerpo después de caer al suelo desde un andamio, noto la agonía del enfermo terminal, el pensamiento que enloquece, la exasperación del amante despechado y el tormento de la violada. Sé del absurdo deambular del toxicómano, del fanatismo del terrorista, de la impotencia del parapléjico posterior a su accidente y del dolor de la misma muerte.

Presencio el rosicler del recién nacido y estoy al corriente de la fulgurante emoción de los enamorados, de la radioactiva diversión, del que se sabe alegre, y del que cantando su mal espanta.

Y nada puedo hacer si no pasar como un ángel.



Combinaciones

25.2.23



Mente, corazón y sexo: el resultado según lo ordenes.



Trajes

24.2.23



Las palabras son nuestra vestimenta social.



Apaciguamientos

23.2.23



La impaciencia nos mata y la prisa nos remata.




Invalidez

22.2.23



¿Y Dios qué hizo al octavo día?