La mochila existencial

3.3.23



El primer viaje lejano que realicé con mis hijos, aún pequeños, fue calificado por algunos conocidos como de «una locura». Expliqué entonces que, para mí, lo disparatado era marcharme sin su compañía.

Siempre recuerdo con agrado los tres meses de verano que, con siete años, pasé junto al mar en una casita de pescadores alquilada por mis padres. Es una imagen que llevo conmigo a igual que otras tantas cosas vividas en común. Experiencias pegadas a la piel del alma que son mi valiosa herencia inmaterial.

De ahí el empeño en dar a mi pequeña tribu el mismo legado de emociones, recuerdos y sensaciones que los que yo recibí porque sé que, donde vayan y donde estén, viajarán con ellos. Así que mi inquietud, con acierto o error, ha sido cargar de ese patrimonio su mochila existencial.



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