Cuando comienzas a aceptar a las personas tal como son, es cuando las quieres verdaderamente.
Estamos pendientes de tantas cosas a la vez que terminamos por ensimismarnos en nosotros mismos.
Todo el mundo cantaba, bailaba y saltaba frenéticamente en aquel concierto salvaje de rocanrol menos él. El monolito no se movió ni una pizca en las tres horas que duró el espectáculo.
La vida, ese artefacto, donde todo se tuerce hasta que se vuelve a enderezar y a torcer y arreglar...
La vida nos atropella con frecuencia y con la misma asiduidad debemos levantarnos.
Solo se dan finales felices en la infancia, el resto del tiempo los cuentos siempre terminan mal.
Buscar un hueco imposible en la escritura, ese espacio vacío desocupado por todas las grandes genialidades de la literatura, algo insólito de encontrar.
Expresar en voz alta el pensamiento anómalo es a lo que te puede llevar la escritura.
Sobre todo, se trata de escribir –ni mal ni bien– lo que no está escrito, aquello silenciado o lo no dicho. La escritura es pura invención y fantasía.
Lo mediocre llena el éxito presente. Las grandes creaciones se adelantan o se atrasan a su tiempo.
Perdí la autoestima por mi escritura a los treinta años. El desarraigo estimula mucho más la creatividad que el apego.
El lenguaje, igual que el hierro incandescente que aguanta una torsión, se puede retorcer para alcanzar bellas formas, aunque siempre exista el riesgo de romperlo.
—Hay muchas maneras de quererse y esta es una de ellas —le confesó.
—¿Cómo?
—Sin saberlo.
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