Don Germán

17.2.20



A veces me vuelvo a las clases de Física y Química del Bachillerato, al análisis vectorial de aquellos días que apuntan a mi primera juventud llena de tanteos amistosos y desalentadas primaveras. Allí permanece aún aquel profesor de imponente figura y gafas oscuras, impartiendo docencia y magisterio. La tabla periódica y las valencias de los días de estudio para memorizarla, los enlaces químicos y las fórmulas en su estado sólido, líquido y gaseoso, encerradas las letras iniciales entre corchetes para poder identificarlas, según las estudiábamos. 

Las cuatro de la tarde no era la mejor hora para prestar atención a ninguna explicación del maestro de Química, dado el sopor de la digestión y lo vaporoso del aula. Era un momento para escapar de la monotonía y soltar la imaginación medio adormilado. Hasta que surgió la pregunta de don Germán sobre el significado de aquella ‘[S]’, y yo, pobre de mí, sin saber dónde estaba respondí lo más rápido que mis reflejos mentales supieron: «significa plural». Toda la clase rió mientras el profesor me indicaba: «ese será otro de sus chistes, como el del camello». «Perdón, significa estado sólido», pude decir ya más espabilado de mi somnolencia. 

El chiste del camello a que aludía mi educador era la típica broma de adolescente, contado una vez tras otra hasta la saciedad, desde un humor de lo absurdo, para estupefacción de la audiencia, y que él tuvo que soportar en un viaje de estudios cuando nos dirigíamos a presenciar la representación de la obra Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, del dramaturgo José Martín Recuerda en el Teatro de la Comedia de Madrid. No dijo una palabra y mientras yo lo suponía desatento a mi martilleante chascarrillo que, micrófono en mano dediqué a mis compañeros del autobús, él lo guardó en su memoria hasta el momento oportuno en que me lo pudo recordar.

La anécdota que su hijo Víctor M. Pérez Benítez recogería muchos años después en el libro ‘La mirada que respira’, me hizo entender con cuánta paciencia se enfrentaba aquel profesorado a nuestras adolescentes conductas y cuánto amor a la profesión en la transmisión de sus enseñanzas, no solo de contenidos sino de vida en sí.




2 apostillas:

Albada Dos dijo...

Ignoro el chascarrillo del camello, pero si el recuerdo hacia el profesor es tan tierno, es que era de esos buenos profesores. Los que enseñan, más que la asignatura que nos daban.

Un abrazo

Juan Poz dijo...

Entrañable anécdota, en efecto, y más para quienes hemos vivido tantos años de ese a veces fecundo y a veces embrutecedor contacto con las luminarias y los peludos de la dehesa que hemos tenido por alumnos...