Tantas veces le es dado a quien se entrega a la escritura creativa, en una de esas inflexiones de ánimo, quemar todo lo escrito, destruir lo creado. Abandonar la obra a su destino maldito, repudiar su trabajo o no publicarlo. Wilde, Maupassant, Tolstoi, también Bazlen, Rulfo, Rimbaud, Joubert, la larga nómina se engrosa con nombres deslumbrantes.
Afortunadamente, al igual que el amigo de Kafka quien decidió contrariar su última voluntad y nos entregó su obra, hoy algún apasionado lector, bajo el síndrome Brod, puede legar un trozo de buena literatura. Basta editarlo en cualquier minúsculo 'blog' del universo de las bitácoras para salvarlo.