Montaña rusa

9.4.20



Me asfixio en la cresta del día. Necesito respirar mecánicamente, asistido por la brisa del mar para sentir la vida que ha sido, la que es, la que vendrá tras esta funda de miedo que ha envuelto el mundo. Era una pesadilla real, no un sueño que se deslíe con la luz y deja flotando retazos oníricos por todo el cuerpo. Sé que no es un sueño porque Amelita se ha marchado joven con su bata verde y su mascarilla de pudor, porque Arcadio no sale a pasear por los jardines de la resiliencia más, o porque hay una demora de encuentros aleatorios. 

Asintomático, respiro cuando desaparece la inflamación de la melancolía y me recupero pronto de la incubación de las malas predicciones y se avienen los confortables recuerdos y los días emotivos que quedan por vivir.



Limbos

8.4.20



Crecen flores en soledad con ausencia de perfumes y parece que la vida no va a volver a ser normal. La tristeza forma largas colas a la puerta de los supermercados, ahora como comedores sociales sin mendigos. Los pocos transeúntes que transitan las calles se sienten espiados por los investigadores de acatamiento social. Crece un clamor de vacíos por el abandono de los cuerpos que se marcharon hacia el limbo de la privacidad. Mascarilla sobre máscara, el sigiloso invisible y enemigo de todos separa al cielo del infierno.



Epistolario viral

7.4.20



Llegan cartas rotas al despacho de mi corazón. Misivas de alas quebradas que me confieren el peso de sus lágrimas. Sentado aquí no puedo desatarme y correr a abrazar al remitente. El punzante abrecartas del destino ensarta las palabras hasta hacer brotar de ellas un hilo rojo de tinta que mancha cualquier albura en el papel. Anuncian un conteo estadístico infinito de párpados cerrados en soledad y avisan de frías despedidas, con esquelas enfundadas en trajes de protección. Es una correspondencia heladora, un carteo de pérdida y dolor. Un matasellos cruel tras un giro postal de irrealidad.



Fastidios

6.4.20



El tiempo pesado de estos días lo mide el reloj de la incertidumbre.



Alterables

5.4.20



Salía del metro cuando me topé con una manifestación de palíndromos. Caminé unos pasos y pregunté a uno de ellos que sostenía una pancarta por el motivo de la protesta y dijo: «somos reversibles y es un derecho que se nos tiene que reconocer».



Pasajes

4.4.20



Mi voluntad se encierra en una casa, mi corazón late dentro de ella. ¿Quién puede decir que la vida sucede en los pasillos? Es la anti crónica del diapasón modal de la existencia que acontece entre cuatro paredes donde la soledad es mucha convivencia.



Modernidades

3.4.20



Ante el fragor tecnológico de estos días donde millones de mentes infantiles se adiestran en los soportes de la baquelita para vencer el reto digital, recuerdo una niñez lejana de asombro y emoción. 

En el barrio apenas sonaban las radios de válvulas, un avance de modernidad sobre las radios a galena, sin apenas amplificación y algún tocadiscos empleado en las fiestas vecinales para celebrar bautizos, primeras comuniones o guateques, porque de los aparatos de televisión solo teníamos noticias lejanas o al contemplarlos al pasear por el centro comercial de la ciudad. Nos quedábamos pegados a los escaparates atraídos por pequeñas pantallas que emitían imágenes en blanco y negro para recluirse en el hogar, ya que el cine seguía siendo el principal atractivo del entretenimiento. 

El primer televisor que llegó a la vecindad determinó el signo de las relaciones amistosas. Si ese día eras buen amigo de los niños de la vivienda que tenía tele, podías entrar a ver la sesión de tarde del sábado o del domingo. A veces hasta la emisión nocturna era permisible para los más espigados. Nunca pasé tanto miedo como en los cincuenta metros que separaban la casa de mi amigo Rafa de la mía, en una calle con solo una bombilla por iluminación y tras ver alguna noche una serie de terror. Cuando la fraternidad entre críos alcanzaba toda la vecindad en la proyección se podían juntar, en el salón del domicilio, un numeroso público infantil que nunca bajaba de la docena de espectadores. Una invasión en toda regla del domicilio convertido en sala de cine casero. 

Tras aquel primer suceso aconteció la segunda adquisición y la consiguiente mitosis de intereses amigables que repartieron las audiencias. En más de una ocasión penamos por los descampados ante las puertas cerradas de los domicilios por el agotamiento de sus moradores. 

Todo aquello no tuvo parangón con lo que ocurrió al volver del colegio concentrado en mis ensoñaciones pueriles. Algo ocurría en mi calle. Percibí en mi pausado andar que la gente me miraba sonriente y, desconcertado, no adivinaba a entender qué acontecía. Hasta que un zagal me dio la noticia: «te han traído una tele». Emocionado e incrédulo, la distancia hasta mi casa me pareció insalvable a pesar de acelerar mi caminar, mientras una turba de chavales se arremolinaba para felicitarme. Pensé entonces que mis padres habían cedido a las súplicas de mis hermanos y mías. 

Desde esa fecha, aquel aparato ofició como un miembro más de la familia las reuniones del comedor porque todo nos giramos hacia él y dejamos de mirarnos a la cara. Eso sí, aportó la audiencia de las vecinas que, portando sus asientos, participaban en las galas del sábado noche. Nadie podía imaginar entonces el rapto tecnológico de nuestros días. Ni los niños actuales lo creerían.

Agenda suspendida

2.4.20



–Caminar por la vida sin excusas. 
–Pararme hablar con la mujer de siempre. 
–Mojarme cuando llueven las sonrisas. 
–Bañar la desnudez de los pies en la playa. 
–Beberme una infusión de palabras en el ágora. 
–Hablar de introspección a la puerta de un bar. 
–Auditar poesía en los muros urbanos. 
–Solicitar descuentos en los días nublados. 
–Reclamar el olor de las flores. 
–Tomar apuntes al natural de las aves amantes. 
–Acudir al concierto de un crepúsculo. 
–Deambular. 
–Perderme entre la niebla humana. 
–Volver sin que me digan nada.



Respiradores

1.4.20



Afirma Maya Angelou: «La vida no se mide por los momentos que respiramos, sino por los momentos que nos dejan sin respiración». Nos falta oxígeno, estos días de ahogo más que nunca. 



Abrazos virtuales

31.3.20



Una de las primeras tareas que me asignaré tras la pandemia será la de abrazar y estrechar con dilección a todas aquellas personas con las que intercambio afectos, conocidas o no. Quiero rodear sus vidas con emoción ante esta volátil existencia.



Descalcificación

30.3.20



Parece que estuvieran fatigadas las palabras, aquejadas por esta infección de alarma y tribulación que el mundo tiene. No parecen nombrar con exactitud las cosas que ocurren, ni viven en la Pangea del pensamiento dispuestas a designar la realidad. Aun así, las llamo para que vengan y comiencen a engalanar nuevamente la vida que quizás, después de todo esto, sea mejor.



Confesión

29.3.20



Al principio no me gustaba su aspecto, parecía un hombre acantilado con poco atractivo. A medida, en cambio, que fuimos hablando se produjo una especie de transfiguración, mayor en lo que sentía que en lo que seguían viendo mis ojos. Cuando me contó los libros que leía, empecé a ver sus paisajes interiores poblados de historias y me asomé al borde de su altura. Al escuchar sus sueños y cómo los defendía me lancé a sus brazos. Pensé entonces que el amor embellece a las personas y percibí que sus manos torpes eran una fábrica de caricias aladas, su andar dubitativo camino para mi espera, y su pétrea decisión de amarme la cima del cariño.



Efugio

28.3.20



No salgas fuera de ti. Observa tus límites, tus reglas frente al espejo. Persigue tu sombra. Tu casa es un laberinto sin escapatoria. Tú eres tu prisión incondicional. Quédate dentro.



Sin noticias de la primavera

27.3.20



Confinada la primavera, las flores crecen sin aroma y en los parques juegan niños imaginarios. El vacío de los abrazos y la postergación de las sonrisas hace observancia de los decretos de recogimiento. Remolinos de recuerdos se desatan y las palabras borradas de las conversaciones públicas encuentran eco en las intimidades de los hogares. Astrónomos de la soledad observan las singularidades que, en el horizonte de sucesos, han creado agujeros negros en las oquedades dejadas por los cuerpos. La primavera ha sido aislada en el hospital de las esperas.



Consecuencias

26.3.20



A un efecto se opone otro efecto de igual o superior en intensidad.



Ciudades

25.3.20



Pienso en una ciudad donde cada calle tuviera el nombre de las personas que la habitaron. Calles abiertas a la luz del recuerdo. Represento mi calle con niños jugando y algunos árboles o sin nada de esto. Una callejuela solitaria, espacio abierto para pasear o para buscar otra arteria distinta. Una travesía poco transitada, ni una gran avenida ni una ronda estirada. Una vía recóndita. Sobre todo, me imagino mi calle, un lugar donde nunca ocurrió desgracia alguna.




Astronauta

24.3.20



Hoy toca hacer la compra y me recorre una sensación extraña. Igual que una película de ciencia ficción, donde el protagonista enfundado en un traje espacial, sale a recorrer espacio exterior y se enfrenta a peligros insospechados. Es entonces cuando los espectadores, un poco amedrentados, desean que el personaje regrese sano y salvo. Volveré del súper porque en casa me esperan. 

                                                             ***

Regresé de mi salida tras hacer la compra. Ya en mi ánimo no pesaba el temor a lo inesperado. Volví con un cargamento de extraños alimentos. Adquirí ese aire pesado de tristeza que puebla ahora las calles, el vaciado de sus gentes, ecos silentes allí donde el colorido de las risas y los gritos anidaron, un cuento de silencios relatado en el desierto de asfalto, el viento colándose por los espacios desocupados que dejaron los cuerpos. Compré, después de acompañar a un hatajo de desconocidos enmascarados, apenas comprensibles, reos de una larga expectativa, un pack de esperanza con la que subsistir.



Plagas

23.3.20



Durante muchas generaciones nadie nos avisó de que esto llegaría, cuando lo que está ocurriendo no es algo inusual en el relato de la historia de la humanidad (guerras, epidemias, catástrofes naturales). Tras el último periodo bélico y su dolorosa y terrible resaca, la sociedad fue conquistando mayores estándares de comodidad y de su memoria fue desapareciendo el hambre, la enfermedad, la muerte prematura. Ahora llega esta pandemia y da de pleno en los pilares de la colectividad del bienestar mental con la diferencia de que, en otras épocas, no contaban con el eco mediático de la información y la contrainformación y, por supuesto, con el nivel sanitario de este momento.



Confinados

22.3.20



De pronto los sueños han comenzado a tener otra sustancialidad. Te vas a la cama no con la sensación de que amanecerá un nuevo día sino el mismo ya vivido, que el horizonte de la mañana no es una nueva jornada diferente a la de ayer y continúas encerrado en la misma libertad.



Desnutrición

21.3.20



A veces me pregunto qué lee alguna gente que le sienta tan mal, o quizás solo sea una anemia mental lo que padecen por falta de lectura.