Cerrazón

19.3.20



Sin imaginación no hay porvenir.



Alarmados

18.3.20



Hay gente que está nerviosa porque no sabe vivir fuera de su rutina, esa que cada día los conduce sin tener que pensar, y ya sabemos que quien cambia de hábitos transfigura su vida.



Encargos

17.3.20



Las mejores historias llegan cuando la realidad es inverosímil. Alguien ha ido dejando pósits en cada esquina que cruzaba con una misma frase: «No me esperes, llegaré». Como las calles están casi vacías estos días han recuperado el sonido de los pájaros y la calma de los domingos. Me ha dado por pensar que el enunciado lo escribió la mano de la primavera. También otra cuaresma de libertad. Otra alucinación colectiva tan llena de sobresaltos y que nos asoma al precipicio de lo que nunca hemos sentido. He guardado de recuerdo uno de esos papelitos amarillos: que no se acabe el invierno. Mañana escribiré otro pósit igual a este, me hace feliz.



Efluvios

16.3.20



Al entrar en aquel estudio de arquitectura lo que más me llamó la atención fue que los tres delineantes estaban cojos. Dos de ellos lesionados por la enfermedad, el tercero solo se había fracturado la pierna jugando al fútbol. Contaba apenas trece años y ese verano mi padre le pidió al arquitecto, con quien mantenía una buena relación laboral, que me admitiera para ir conociendo el oficio de tirar líneas sobre el papel, dado que comencé a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios la especialidad de Delineación, y así practicar y conocer los entresijos de los planos, a usar el escalímetro y las reglas Faber Castell de las que estaba enamorado por su color verde esmeralda y su flexibilidad. Allí con pulso tembloroso me amnistiaron de la gota de tinta en el tiralíneas que siempre manchaba el documento, para que comenzara a usar los revolucionarios Rotring

Las tareas que me asignaron eran las más sencillas de la oficina. Una consistía en hacer copias de los planos de las viviendas que eran dibujados en papel vegetal, tras haber realizado el croquis y dibujo con lápiz a escala. Eran copias en papel diazotípico, sensibles a la luz ultravioleta, que tras pasar por una duplicadora heliográfica debían ser reveladas con vapor amoniacal, para lo que tenían que ser introducidas en un cajetín oscuro y de considerable altura. 

Me mandaron a recoger una de ellas. Cuando fui a sacar el dibujo introduje la cabeza y respiré con normalidad. Siguió una sensación de fuego en los pulmones, un olor exasperante y cáustico, y la falta de aire como hasta entonces no había sentido, tras inspirar una bocanada de amoniaco. Salí del pequeño cuarto oscuro donde se revelaban las reproducciones medio trastornado y, en la sonrisa disimulada de los dos jóvenes con su pequeña maldad, encontré la respuesta a mi experiencia inolvidable.



El enfermo imaginario

15.3.20



Nunca me topé con alguien que se alegrara tanto de estar enferma. Cada parámetro analítico por encima de los límites de la normalidad lo celebraba con algarabía. Manifestaba cierto orgullo cuando su lozanía empeoraba. Al contrario, si le apuntaban que tenía buena salud mostraba su enfadado desacuerdo. Nadie poseía una patología tan extrema como ella, no había ninguna persona que estuviera tan insana. Murió, según el diagnóstico médico, de un golpe de salud.



Contra las distopías

14.3.20



Estamos en cuarentena mental. Podríamos pensar en hacer un mundo nuevo mejorado mientras asistimos a un hecho espectacular por las dimensiones desproporcionadas de su escenario. Vamos hacia un mundo que se desmorona.



Zigzagueos

13.3.20



Trato, a diario, de entender el vaivén humano. Sus filias y sus fobias, sus fortalezas y sus debilidades. La fragilidad con la que afronta su enconado existir.



Logros

12.3.20



¿Cada persona llega a alcanzar la verdad que tiene la facultad de padecer?




Habituales costumbres

11.3.20




Escribir es una costumbre después de tantos años, lo es. O como lo entendía Aristóteles: «Somos lo que hacemos repetitivamente. La excelencia entonces, no es un suceso sino un hábito». Y por tanto en la repetición, según Will Durant, encontramos no un acto, sino un hábito. Por eso «Respirar es un hábito. La vida es un hábito o, mejor dicho, una sucesión de hábitos, ya que un individuo es una sucesión de individuos», si hacemos caso a Samuel Beckett, y pensamos en todos los yos que somos y que hemos sido en la prestación de existir.




Militancias

10.3.20



He decidido querer a las personas que quiero como son. No hay mejor forma de amor comprometido.



Pertrechados

9.3.20



Según Günter Grass, «cuando algo es moralmente correcto hay que defenderlo sin preocuparse de las consecuencias políticas o personales que vamos a pagar». No en todo momento, no en todo lugar, no todas las personas. El ejemplo recae siempre sobre uno mismo.



Tríos

8.3.20


Sentados en la mesa de un café los tres tramaron escribir una farsa literaria. El primero de ellos narró hacia atrás su encuentro en una trigonometría temporal. El siguiente relató un melodrama sobre la infancia espuria de aquella trinidad. El último compuso unos versos bastardos acentuados en la tercera sílaba. Los tres fueron fusilados al amanecer por sus plagiadores.

Este relato forma parte de una experiencia de 'escritura colaborativa', con los poetas y escritores Francisco C. Ayudarte y Nicolás Rodríguez Martín, que desarrollan esta ficción literaria de la siguiente manera:


EN UNA CAFETERÍA, una mesa redonda de cristal, tres poetas apócrifos sentados y cuatro sillas).
ACTO I
PRIMER POETA: Señores poetas, nos hemos reunido aquí para contar o inventar nuestros recuerdos.
SEGUNDO POETA: Bien. Cada uno de mis recuerdos dibuja y colorea un retrato fidedigno que mezcla lo real con lo soñado.
TERCER POETA: Los míos no. Cuando recuerdo, el recuerdo cambia: se alarga se acorta o se deforma como una figura reflejada en la sala de los espejos de una feria.

Francisco C. Ayudarte 


RECUERDO final, maravilla
trizado el espejo,
cambios de voz reflejados
silencio de versos:
cerveza, té verde, manchado
café contra el sueño;
también girasol de abandono
y aquí no te espero.
Ya es tarde, mañana nunca es
del verso en silencio.

Nicolás Rodríguez Martín

Recapitulaciones

7.3.20



No es la muerte, es la vida la que te da un zarpazo y te hiere. Es la vida tan sentida la que te cierra la puerta. Morir es un epílogo, una isquemia existencial.



Ruidos

6.3.20



En la cámara ecoica del ego solo reverbera el yo.



Identificaciones

5.3.20



Lo que más me gusta es ser yo, pero no sé ser sin otros.



Salmodias

4.3.20



Recordamos a los muertos cuando se mueren, nunca cuando están viviendo.



Taller

3.3.20



Llevaba tiempo observando, al pasar por el estudio de pintura cuyas cristaleras ofrecían una completa visión de lo que ocurría en su interior, a una señora que pintaba un paisaje. Siempre era una imagen similar a la anterior porque tras acabar el cuadro, la pintora lo borraba para comenzar otro boceto. 

Intrigado, mi curiosidad me llevó a preguntar por tan insólita actuación. La mujer con complacencia me descubrió: «Lo hago para satisfacerme a mí misma sin otra trascendencia más allá del placer de crear arte». 

Me quedé pensativo sobre lo que me expuso y deduje que la creatividad se encierra en un primer y único ciclo donde vive el artista que muere con cada obra ejecutada, dueño de borrar su producto. 

Escribiré entonces para mí, aunque no lo desescriba luego.



Rutilantes

2.3.20



Alumbrarse con un pequeño fanal que, sin encandilar a nadie, ilumine solo cada paso andado en el camino hosco de la existencia.



Consulta 313

1.3.20

Una pantalla colgada en la pared pixeló su nombre a la par que una voz robotizada lo pronunciaba en dos ocasiones. Un segundo antes de levantarse se sintió avergonzado por haber sido anunciado ante la audiencia de la sala que, ahora sí, lo identificaba por sus apellidos y lo sacaba del anonimato que estaba disfrutando camuflado entre los que esperaban. 
Fueron instantes de una ligera incertidumbre hasta que logró desaparecer de la vista del público y entrar en el consultorio médico. Allí dentro el mundo se hizo inmenso en tanto una mujer le pedía que ocupara la silla junto a la mesa. 
Después de preguntar qué le ocurría narró, profusamente, la sintomatología de su padecimiento. La doctora procedió a realizar una exploración de su cuerpo para lo que hubo de tumbarse en una camilla. Y mientras notaba que lo palpaba con sus manos destempladas miró al techo y se apreció vulnerable a la vez que protegido. Imaginó morir y ser eterno, pensó en la nada y en todo lo que era. 
Tras la auscultación, la médica le diagnosticó que sufría de duplicidad neuronal completa, bilateral disconforme con su esencia de ente. Es grave, preguntó confundido. Nada hay de peligroso en pensar las cosas doblemente, le explicó la facultativa.


Eludidos

29.2.20



Acomplejado ante la eternidad, el ser humano es cada vez más complejo y frágil.