Reinicio

20.4.20



Pienso que la vida nos está reseteando y con ello trata de devolvernos a unas condiciones más estables, donde nuestro sistema operativo produzca un comportamiento menos pernicioso y agresivo. Un binarismo que nos conecta con un funcionamiento eficaz, fraternal e igualitario. Quizás solo sea un vano intento y a poco que volvamos a operar el sistema siga tan defectuoso como ha funcionado siempre o sus problemas vayan a más.



En edad de crecer

19.4.20



Pasaron tantos meses de andar descalzos por la casa que el día que acabó el confinamiento no les cabían los pies en los zapatos.



Agobios

18.4.20



Dos mujeres jóvenes hablan desde las azoteas de dos edificios enfrentados. Refieren la decepción por el largo encierro y lamentan todas las fiestas de las que han debido abjurar sin haber hecho acto de presencia. 

Al final, como menciona el dicho quien no se consuela es porque no quiere, una de las dos redondea la charla con la frase de desahogo: «Bueno, al menos nos queda Navidad».



Desmoronados

17.4.20



Cunde el desánimo. Por días, me derrumba pensar que no habrá mucho bueno cuando retornemos a la vida que dejamos pendiente. Y pienso que es normal, que no por ser diferentes las circunstancias que nos asisten, hemos dejado de ser vulnerables y nuestras emociones ya no se alteran. 

Escucho hablar a esas voces totémicas, que lo saben todo con lucidez y experiencia, echar un jarro de agua fría sobre nuestra frágil conciencia. Empeora el paisaje porque vuelven a dibujar ese mundo viejo que hemos dejado atrás donde seremos seres más endeudados. 

Hace años pedí, a rescoldo de aquella frase nihilista que decía: «paren el mundo que me quiero bajar», un frenazo y parar la fuerza inercial en la que se mueven nuestras vidas. 

¿No sería esta una oportunidad única de bajarnos de todo aquello que en nada nos procura el bienestar y empezar, suavemente, un movimiento cuya velocidad podemos manejar, para ser conductores y no conducidos?



Viaje interestelar

16.4.20



No sé si el tiempo pasa muy deprisa o muy despacio, si esto es la anticipación del cielo o del infierno, o es un viaje a una existencia que nos lleve a realizar todo lo que imaginamos que podría ser mejor, o solo el reglón seguido tras la pausa de, otra vez, la vida deteriorada que dejamos parada. 

Quizás nos hallamos dado cuenta de cuantas cosas superfluas e innecesarias acometimos y que nos quitan el tiempo tan necesario para entregarlo a los demás o a una parte de nosotros a la que tratamos malamente. 

¿Estamos en la búsqueda del planeta utopía al que debemos llegar con la energía de los sueños?

Diagnosticados

15.4.20



¿Estamos en una guerra y no lo había notado? ¿Somos la infantería que camina hacia la muerte? ¿Qué combate es el que libramos? ¿Está el enemigo?, que se ponga mientras militarizamos el lenguaje. Dicen que esta batalla la vamos a ganar y que venceremos. Me asusta tanta belicosidad en una ofensiva contra la paz y la palabra. 

Es esta una cuestión sanitaria, vírica y contagiosa que nos confina contra la enfermedad y la muerte. Es una crisis que nos aplana la curva de la felicidad. Es una pandemia, una endemia, una epidemia y una infodemia. 

Es una incubación en la que se buscan antígenos y vacunas, es un baile de mascarillas y de asintomáticos que esperan su dosis del recuerdo para la inmunidad de los patógenos y tolerancia cero.



Tomografías

14.4.20



Tumbado bocarriba miro el techo inmóvil. No me puedo mover según las instrucciones recibidas. Vuelvo entonces mi pensamiento hacia la techumbre blanca y voy dibujando en ella un mapa de acontecimientos y accidentes geográficos para visitar. La máquina me habla entonces, me dice que puedo respirar y pienso que igual lo había olvidado. Me atrae hacia ella y radio diagnostica mis huesos húmeros y los flujos de tristeza. Antes han introducido en mi cuerpo un contraste de luz que aclara mi condición de humano, mi sobresaltos y preocupaciones, el regomeyo de la sobremesa, la torpeza de sentir. Después me pide que aguante la respiración y, tras cerrar los ojos, me imagino un inmersión profunda y oceánica. Otra vez me deja inspirar aire mientras retiene mi nombre y mis signos cardinales. Tras jugar conmigo, me libera. Me voy algo tambaleante y alcanzo la libertad no sé a qué precio.



Espejismos

13.4.20



Me tumbo sobre la hierba que reluce al sol, los brazos extendidos, los ojos fijos en el cielo azul eterno, mientras gira el planeta. La luz me baña y zumban las abejas entre los aromas que la montaña mezcla. Es el primer día tras el confinamiento y no me quiero despertar del sueño. No, porque esto es un sueño dentro de otro sueño, ese que anhela volver no al mismo mundo, no a la misma realidad agotada, no las viejas costumbres insensibles. Ni a los desdichados hábitos de gastar la vida en todo aquello que nos agota por dentro.



Resilientes

12.4.20



En la casa se activaron conductas singulares durante el aislamiento. Anabel comenzó a caminar por las paredes, nunca por el techo. Martina adoptó la visión nocturna y solo viajaba por el edificio si había oscuridad. Paula se nutría solamente de algas fosforescentes. Y Valeria por su parte cocinaba con fuego fatuo.



Vacíos reflejos

11.4.20



Son las diez de la mañana, recojo mis cosas y me mudo de casa. Me salto el confinamiento y me traslado al otro lado del espejo, al segundo piso de tu dulzura desde donde diviso la ciudad en tus mejillas. Puede que venga Alicia a tomar té con pastas esta tarde, pero quien seguro no faltará será Borges que ha recuperado la alegría de la luz porque ya no está solo frente al espejo. En ti todo es confortable y asumo tu mano dibujando líneas evanescentes entre un lado y otro del confín. El azogue de la calle refleja el paisaje vacío de este tiempo, en cambio aquí dentro no existe peligro alguno de contagio.



Galbana

10.4.20



Para Samuel Beckett «no existe pasión más poderosa que la pasión de la pereza». Días para ello son, o para vindicar como Paul Lafargue, El derecho a la pereza, el pensamiento en zapatillas y la delectación en pijamas.



Montaña rusa

9.4.20



Me asfixio en la cresta del día. Necesito respirar mecánicamente, asistido por la brisa del mar para sentir la vida que ha sido, la que es, la que vendrá tras esta funda de miedo que ha envuelto el mundo. Era una pesadilla real, no un sueño que se deslíe con la luz y deja flotando retazos oníricos por todo el cuerpo. Sé que no es un sueño porque Amelita se ha marchado joven con su bata verde y su mascarilla de pudor, porque Arcadio no sale a pasear por los jardines de la resiliencia más, o porque hay una demora de encuentros aleatorios. 

Asintomático, respiro cuando desaparece la inflamación de la melancolía y me recupero pronto de la incubación de las malas predicciones y se avienen los confortables recuerdos y los días emotivos que quedan por vivir.



Limbos

8.4.20



Crecen flores en soledad con ausencia de perfumes y parece que la vida no va a volver a ser normal. La tristeza forma largas colas a la puerta de los supermercados, ahora como comedores sociales sin mendigos. Los pocos transeúntes que transitan las calles se sienten espiados por los investigadores de acatamiento social. Crece un clamor de vacíos por el abandono de los cuerpos que se marcharon hacia el limbo de la privacidad. Mascarilla sobre máscara, el sigiloso invisible y enemigo de todos separa al cielo del infierno.



Epistolario viral

7.4.20



Llegan cartas rotas al despacho de mi corazón. Misivas de alas quebradas que me confieren el peso de sus lágrimas. Sentado aquí no puedo desatarme y correr a abrazar al remitente. El punzante abrecartas del destino ensarta las palabras hasta hacer brotar de ellas un hilo rojo de tinta que mancha cualquier albura en el papel. Anuncian un conteo estadístico infinito de párpados cerrados en soledad y avisan de frías despedidas, con esquelas enfundadas en trajes de protección. Es una correspondencia heladora, un carteo de pérdida y dolor. Un matasellos cruel tras un giro postal de irrealidad.



Fastidios

6.4.20



El tiempo pesado de estos días lo mide el reloj de la incertidumbre.



Alterables

5.4.20



Salía del metro cuando me topé con una manifestación de palíndromos. Caminé unos pasos y pregunté a uno de ellos que sostenía una pancarta por el motivo de la protesta y dijo: «somos reversibles y es un derecho que se nos tiene que reconocer».



Pasajes

4.4.20



Mi voluntad se encierra en una casa, mi corazón late dentro de ella. ¿Quién puede decir que la vida sucede en los pasillos? Es la anti crónica del diapasón modal de la existencia que acontece entre cuatro paredes donde la soledad es mucha convivencia.



Modernidades

3.4.20



Ante el fragor tecnológico de estos días donde millones de mentes infantiles se adiestran en los soportes de la baquelita para vencer el reto digital, recuerdo una niñez lejana de asombro y emoción. 

En el barrio apenas sonaban las radios de válvulas, un avance de modernidad sobre las radios a galena, sin apenas amplificación y algún tocadiscos empleado en las fiestas vecinales para celebrar bautizos, primeras comuniones o guateques, porque de los aparatos de televisión solo teníamos noticias lejanas o al contemplarlos al pasear por el centro comercial de la ciudad. Nos quedábamos pegados a los escaparates atraídos por pequeñas pantallas que emitían imágenes en blanco y negro para recluirse en el hogar, ya que el cine seguía siendo el principal atractivo del entretenimiento. 

El primer televisor que llegó a la vecindad determinó el signo de las relaciones amistosas. Si ese día eras buen amigo de los niños de la vivienda que tenía tele, podías entrar a ver la sesión de tarde del sábado o del domingo. A veces hasta la emisión nocturna era permisible para los más espigados. Nunca pasé tanto miedo como en los cincuenta metros que separaban la casa de mi amigo Rafa de la mía, en una calle con solo una bombilla por iluminación y tras ver alguna noche una serie de terror. Cuando la fraternidad entre críos alcanzaba toda la vecindad en la proyección se podían juntar, en el salón del domicilio, un numeroso público infantil que nunca bajaba de la docena de espectadores. Una invasión en toda regla del domicilio convertido en sala de cine casero. 

Tras aquel primer suceso aconteció la segunda adquisición y la consiguiente mitosis de intereses amigables que repartieron las audiencias. En más de una ocasión penamos por los descampados ante las puertas cerradas de los domicilios por el agotamiento de sus moradores. 

Todo aquello no tuvo parangón con lo que ocurrió al volver del colegio concentrado en mis ensoñaciones pueriles. Algo ocurría en mi calle. Percibí en mi pausado andar que la gente me miraba sonriente y, desconcertado, no adivinaba a entender qué acontecía. Hasta que un zagal me dio la noticia: «te han traído una tele». Emocionado e incrédulo, la distancia hasta mi casa me pareció insalvable a pesar de acelerar mi caminar, mientras una turba de chavales se arremolinaba para felicitarme. Pensé entonces que mis padres habían cedido a las súplicas de mis hermanos y mías. 

Desde esa fecha, aquel aparato ofició como un miembro más de la familia las reuniones del comedor porque todo nos giramos hacia él y dejamos de mirarnos a la cara. Eso sí, aportó la audiencia de las vecinas que, portando sus asientos, participaban en las galas del sábado noche. Nadie podía imaginar entonces el rapto tecnológico de nuestros días. Ni los niños actuales lo creerían.

Agenda suspendida

2.4.20



–Caminar por la vida sin excusas. 
–Pararme hablar con la mujer de siempre. 
–Mojarme cuando llueven las sonrisas. 
–Bañar la desnudez de los pies en la playa. 
–Beberme una infusión de palabras en el ágora. 
–Hablar de introspección a la puerta de un bar. 
–Auditar poesía en los muros urbanos. 
–Solicitar descuentos en los días nublados. 
–Reclamar el olor de las flores. 
–Tomar apuntes al natural de las aves amantes. 
–Acudir al concierto de un crepúsculo. 
–Deambular. 
–Perderme entre la niebla humana. 
–Volver sin que me digan nada.



Respiradores

1.4.20



Afirma Maya Angelou: «La vida no se mide por los momentos que respiramos, sino por los momentos que nos dejan sin respiración». Nos falta oxígeno, estos días de ahogo más que nunca.