Catárticos

13.10.25


Quien escribe no comunica: se purga. La escritura no siempre nace del deseo de ser comprendido, sino del impulso de ordenar el caos interior. Contar lo que ocurre sería narrar un hecho; escribir, en cambio, es transformarlo. El escritor no busca testigos, solo persigue sombras. Por eso escribir es un acto profundamente solitario y autárquico, una conversación con lo que dentro de uno aún no tiene nombre. Lo que se comparte después es apenas un residuo, una piel que ha mudado. La paradoja de este asunto es que cuanto más se escribe para sí, más próximo se está de los otros. Porque lo personal, destilado en palabras, se vuelve universal. Así, quien escribe no cuenta lo que le ocurre, sino lo que le ocurre al hecho de ocurrir. No relata su vida, más bien la piensa, la deforma, la interroga hasta que deja de doler o hasta que duele con belleza.


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