Aquella
mañana vio cómo por el ojo del huracán subían al cielo las vacas que pastaban
junto al arrozal. Al atardecer comenzó a llover arroz con leche. Los niños
corrían con cuencos en las manos, celebrando el milagro. Los mayores, en
cambio, temblaban: sabían que cada prodigio lleva escondido un precio. Esa
noche, mientras las estrellas parecían espolvoreadas de azúcar, alguien
preguntó en voz baja qué pasaría cuando el cielo decidiera devolver las vacas.
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