Entre dos corazones

21.10.25


A veces sentimos que vivir plenamente es un acto de equilibrio delicado y nos da por abrirnos a los demás, entregarnos, amar y conectar con intensidad, pero también anhelamos protegernos, mantener nuestra paz y cuidar nuestra felicidad personal. Es como si nuestro corazón tuviera que dividirse entre dos funciones, la que nos permite sentir sin miedo y la que nos resguarda del dolor.

La vida nos enseña que entregarse implica vulnerabilidad. Amar con sinceridad significa exponerse, arriesgarse a la decepción, a la pérdida, a la herida. Pero vivir únicamente para protegernos, estando cerrados, insensibles y prevenidos, nos priva de la riqueza de las emociones profundas, de la magia de los vínculos auténticos, de la intensidad de los afectos que nos hacen sensiblemente humanos.

Encontrar el equilibrio no es fácil, pero es posible. Significa aprender a cuidar nuestra felicidad sin renunciar a la cercanía, a la confianza y al amor. Significa poner límites cuando es necesario, elegir con quién compartimos nuestro corazón, pero también atrevernos a sentir, a emocionarnos y a conectar genuinamente con esas personas.

Vivir entre dos corazones, entonces, no es una fantasía imposible. Es la habilidad de protegernos sin dejar de amar, de conservar nuestra serenidad mientras nos abrimos a los demás, de ser conscientes de nuestra vulnerabilidad sin permitir que nos paralice. Es aprender a dosificar, a equilibrar la entrega y la reserva, la pasión y la prudencia.

En este equilibrio radica la plenitud de vivir con intensidad sin perderse en el riesgo, amar sin renunciar a la propia felicidad, y descubrir que la vida más rica es aquella en la que nuestros dos corazones, el de la prudencia y el de la entrega, laten juntos en armonía.


0 apostillas: