Cercanías

15.10.25


Es mejor no despegarse demasiado de aquello que se quiere. La proximidad constante con lo amado nos recuerda el valor de lo que poseemos y nos enseña a cuidar aquello que, a fuerza de cotidiano, corremos el riesgo de olvidar. Permanecer cerca no es un acto de dependencia, sino un gesto de atención. Los afectos, como los jardines, necesitan ser regados con la paciencia de lo cotidiano. En ocasiones basta la mínima distancia para comprender que ninguna seguridad es eterna, que el cariño se sostiene en los pequeños gestos, en la voluntad de estar y de aceptar al otro tal como es, con su misterio intacto. Mantenerse próximo es también una forma de gratitud con la que agradecer por lo que la vida nos concede y por quienes, sin promesa ni obligación, eligen quedarse cercanos. Gaston Bachelard, desde su poética del espacio, afirma que la proximidad también es una forma de morada. Lo amado construye para nosotros una casa invisible, un refugio que no se mide en metros, sino en afecto. Estar cerca es volver siempre a ese lugar donde el alma descansa. Quizá la proximidad no sea solo un gesto afectivo sino una manera de cuidarse, atenderse y agradecerlo. Permanecer cerca es agradecer que todavía exista un lugar o alguien al que regresar.


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