—Nos faltan palabras para los extraños —me confesó—. En cambio, apenas encontramos un punto de comunión con ellos nos vaciamos. Si tienes perro hablas con los dueños de perros; si son hijos, conversas de bebés; si del mismo equipo, hablas del deporte.
—¿Y tú y yo por qué hablamos? —le pregunté.
—Por puro vicio.