Hipnosis

21.12.25


Me dijo «relájate y deja la mente en blanco. No pienses en nada». Y un gramo de nada ocupó mi mente. Pesaba lo justo para hundirse. Primero desplazó un recuerdo, luego una duda, y al final toda la conciencia quedó comprimida en un rincón de mí mismo. El hipnotizador sonrió porque la dosis había sido exacta. Desde entonces pienso menos, pero cada vez que intento recordar quién era, noto cómo la nada sigue creciendo, lenta y metódica, como una sustancia con voluntad propia.


Abrazos

20.12.25


Hay abrazos que no abrigan: piden. No son gesto sino súplica contenida, un intento de sutura. Últimamente, cada cuerpo que se acerca trae consigo una fisura, como si abrazar fuera también sostener lo que está por romperse. Julio Cortázar decía que los encuentros verdaderos suceden a deshora. Tal vez por eso ahora los abrazos se sienten así, fuera de tiempo, pero en el momento exacto, porque ya no buscamos calor sino coincidencia. Y quien abraza bien no te envuelve, te recoge.


Autoindulto

19.12.25


A falta de quien te entienda, siempre puedes terminar por darte tú la razón. Es el consuelo final del náufrago, el declararse inocente ante el espejo. No se trata de verdad sino de tregua porque cuando nadie te escucha, el silencio empieza a asentir. Y así, poco a poco, uno deja de buscar aprobación y se instala en la dulce tiranía de tener siempre la última palabra.


La emoción de vivir

18.12.25


Cada generación presupone que su vivencia fue más auténtica, más verdadera, más real. Se aferra a la textura de su tiempo como si fuera la única con sentido. Pero esa certeza no nace del juicio, sino del vértigo. La emoción de vivir crea perspectiva, pero también la deforma. Desde dentro del instante, todo parece eterno. Solo el que mira desde lejos puede ver el espejismo de que la nostalgia no es una prueba de verdad, es tan solo el eco emocional de haber estado allí.


Momentaneidades

17.12.25


Estamos preparados para conocer el desastroso absurdo de la existencia humana, esa fragilidad de los deseos, la arbitrariedad del destino, el temblor constante que sostiene cada certeza. Sabemos, en el fondo, que todo es provisional, que nuestras construcciones son efímeras y que la vida avanza indiferente a nuestras preguntas.

Y aun así o quizá, precisamente, por eso, nada nos impide defendernos de ese absurdo con alegría. Una alegría discreta, obstinada, casi rebelde, que no niega la oscuridad, pero se atreve a encender una luz. Una alegría que no es ingenuidad, sino resistencia, que no es olvido, sino coraje, que no oculta el sinsentido y que, a pesar de ello, decide cantarle encima. Porque en el fondo, la mayor dignidad humana consiste en seguir celebrando, incluso cuando conocemos el final del cuento.


Autoría

16.12.25


Este texto que ahora lees no lo he escrito yo, se lo he pedido a una inteligencia artificial. Puedes creerlo o no, pero es cierto. Y, dicho esto, aparece la pregunta incómoda de si importa quién escribe cuando lo escrito, escrito está ¿Pesa más la mano que sostiene el lápiz o la huella que deja la frase en quien la lee? Durante siglos confundimos autoría con garantía, firma con verdad. Hoy el texto llega sin cuerpo, sin biografía, sin temblor visible, y nos obliga a leer sin coartada. Tal vez el aprecio o el desprecio no dependan del origen, sino del efecto, ya que si algo nos toca, nos incomoda o nos acompaña, ha cumplido su función, venga de donde venga. Quizá la inteligencia artificial no escriba pero nos devuelve la pregunta de por qué seguimos leyendo. Y en esa duda, donde no importa saber el autor, se juega, otra vez, la dignidad del lenguaje, quieras o no.


Caja de cartón

15.12.25


Tratamos de aplazar lo inaplazable para prorrogar lo definitivo. Al ser humano le cuesta tanto entender el cubicaje de la friabilidad de su naturaleza.

Tinieblas

14.12.25


«Para qué quiero la luz. Me sé la casa de memoria». Me dijo antes de desaparecer en la oscuridad. Lo escuché avanzar con la seguridad de quien camina por un mapa íntimo, pero pronto el silencio se volvió tan denso que ya no pude distinguir si seguía allí o si la negrura se lo había tragado entero. Lo llamé por su nombre y la oscuridad respondió con un eco extraño, como si repitiera mis palabras desde un lugar que no pertenecía a la casa sino a algo más profundo, un sótano sin paredes ni suelo donde solo cabía la certeza de que, al apagar la luz, uno también apaga una parte de sí mismo.


Páginas en blanco

13.12.25


Dicen que en el gran libro de la vida hay que pasar algunas páginas sin haberlas leído y, aunque suene a resignación, lo interpreto como lucidez, con capítulos que se escriben sin nosotros, con escenas que nos incluyen pero no nos pertenecen. Querer entenderlo todo y tratar de leer cada línea antes de vivirla es una forma de rebeldía. La vida, en cambio nos pide confianza y seguir avanzando, incluso cuando la trama se oscurece y las palabras se borran, o cuando el argumento se resiste a explicarse.

Pasar página sin leer es aceptar que no todo se comprende en el momento, porque hay dolores que solo se descifran después, y alegrías que nunca tendrán nota a pie de página. Tal vez el conocimiento no sea otra cosa que seguir leyendo sin haberlo entendido todo, porque la historia, al igual que nosotros, solo se revela al pasar el tiempo.


Posibles

12.12.25


Se vive también en lo que ama, la única eternidad posible, porque la vida no se agota en el cuerpo que la lleva, ni en la suma incierta de días que nos permiten existir. Vivimos, sobre todo, en aquello que elegimos amar, en los gestos que dejamos en otros, en las palabras que se quedan resonando cuando ya no estamos, en la huella discreta que alguien recuerda sin saber por qué.

El amor, no el romántico sino el que sostiene, es la única forma de permanencia, el resto se erosiona, nombres, obras, méritos... Lo amado, en cambio, se vuelve casa ajena donde seguimos habitando sin saberlo. Esa es nuestra eternidad transitoria y suficiente, la de durar un poco más allá de nosotros en la vida de quienes tocamos.


En estado de espera

11.12.25


Hay despedidas que no clausuran nada, tan solo ensanchan el silencio. Recordar a quien se fue es un modo de sostenerlo un instante más, de rescatar su voz del vacío y devolverla a la conversación que el tiempo interrumpió. La memoria actúa como un escenario provisional donde seguimos hablando con los que ya no pueden responder.

La música y la poesía permiten esa resurrección mínima. No salvan el mundo, quizá nunca lo pretendieron, pero lo alivian porque afinan una grieta y ponen luz donde solo había ruido. Cuando alguien transforma un poema en canción, o una canción en refugio, ocurre un pacto secreto, que lo vivido deja de ser pasado y empieza a ser compañía.

Tal vez toda ausencia sea solo eso, un standby, una espera sin reloj en la que seguimos escuchando lo que ya no está, porque a veces basta un eco para sostener la vida mientras el mundo gira.



Fetichismo tecnológico

10.12.25

 

Nos hemos acostumbrado a pensar en la tecnología como si fuera neutra, como si las máquinas y los algoritmos existieran en un mundo aparte, ajeno a los conflictos sociales. Pero esa es la primera gran trampa. Ningún código, ningún sistema de inteligencia artificial, ningún dispositivo es inocente: todos están atravesados por decisiones humanas, y por tanto, por ideología.

La narrativa dominante, la misma que nos repiten en conferencias de Silicon Valley y en anuncios de Apple, insiste en la idea de que la tecnología es un mero medio que solo depende del uso que hagamos de ella. Por eso hablan de que lo peligroso no es la herramienta, sino cómo la uses. Pero esto no es más que un espejismo cómodo. La realidad es que detrás de cada línea de código hay una persona que la escribió, casi siempre bajo condiciones precarias y sin capacidad de decidir el rumbo del proyecto.

Y no hablamos de un sujeto genérico, sino de un perfil muy concreto ya que son hombres, en su mayoría blancos, heterosexuales, formados en universidades de élite norteamericanas, con trayectorias que poco tienen que ver con la mítica narrativa de “empezar en un garaje”. Son estos grupos, homogéneos y con visiones del mundo limitadas, los que diseñan sistemas que luego se imponen como universales y supuestamente objetivos. Lo que hacen no es programar máquinas neutras, sino exportar su propia cosmovisión disfrazada de eficiencia y lógica.

El mito de la neutralidad cumple una función política y es la blanquear el poder. Si asumimos que la tecnología es imparcial, dejamos de preguntarnos quién la controla, quién se beneficia y quién queda excluido. Los algoritmos que seleccionan a qué barrio enviar más policía, qué currículum merece ser descartado o qué noticia se vuelve viral, no son decisiones naturales, son elecciones inscritas en código. Y como todo en esta sociedad, responden a intereses concretos.

Quizás el mayor riesgo de la inteligencia artificial no sea que se convierta en un monstruo autónomo, sino que nos acostumbremos a verla como una autoridad incuestionable. Como el jefe final de la mistificación tecnológica, como una máquina que no solo ejecuta órdenes, sino que dicta el sentido de la realidad mientras nosotros dejamos de cuestionar su legitimidad. Porque la tecnología nunca ha sido neutral. Y cuanto antes lo entendamos, más difícil será que nos gobierne desde la sombra.



Artilugios

9.12.25


Los aforismos son artefactos intelectuales, dotarlos de un cierto lirismo es un arte.



Contra la nada

8.12.25


De pronto te sientes vacío, como si una grieta silenciosa atravesara el día. Y es entonces cuando aparece el impulso de escarbar en el sinsentido, pero no para encontrar respuestas, sino para escuchar su eco. La nada no nos debe paralizar sino al contrario, provocarnos, porque tiene la cortesía áspera de abrir un hueco donde antes había prisa, de recordar que el absurdo es también una herramienta, un cincel que afina la mirada.

Y en ese vano sin nombre descubrimos que avanzar no siempre es tener rumbo, sino aceptar la intemperie. El vacío, bien mirado, es una invitación al espacio donde la conciencia se extiende como una mano en la oscuridad. Y quizá esa mano, al no encontrar nada, halle la osadía de seguir hurgando.



Kamikaze

7.12.25


Tropezó mil veces sobre la misma piedra, pero no era un error. Quería suicidarse. La piedra estaba en el umbral, una losa suelta que él mismo había puesto. Durante años, cada mañana, el mismo golpe exacto. Las rodillas primero sangraron, luego se hicieron de cuero. La piedra se fue puliendo: los bordes se redondearon, la superficie se volvió lisa. Al final, la piedra se desgastó más que sus rodillas. Y aún seguía tropezando.


La sombra de la dominación

6.12.25



La naturaleza conoce muchas formas de fuerza, pero ninguna se parece del todo a la nuestra. Las hormigas esclavizadoras actúan por instinto, los lobos alfa gobiernan por impulso y los chimpancés imponen jerarquía por músculo. Son mecanismos ciegos, sin memoria ni culpa, engranajes de un equilibrio antiguo. El animal domina porque no puede hacer otra cosa.

El ser humano, en cambio, inventó algo distinto y es el dominio que se justifica a sí mismo. Donde la biología solo impone conducta, nosotros levantamos sistemas. Lo que en otras especies es simple competencia, en la nuestra se vuelve arquitectura en leyes, instituciones y mitos. Una hormiga no funda un imperio ni un lobo escribe un código penal o un simio construye prisiones mercados financieros. La violencia animal es un impulso mientras que la humana es un diseño.

Y es ese diseño el que deja el daño más profundo. No el golpe, sino lo que se hereda después del golpe en el cuerpo marcado por el miedo, en la mente que aprende a obedecerse a sí misma, en la sociedad que olvida cómo confiar o en la tierra tratada como materia muerta y, sobre todo, en las generaciones que ya no saben imaginar otra forma de mundo.

El pedagogo Paulo Freire lo llamó internalización del opresor cuando el dominado ya no necesita cadenas porque las lleva dentro. Y el psicólogo Martin Seligman observó la indefensión aprendida es esa sombra que hace creer que nada puede cambiar, incluso cuando el camino está abierto.

Así opera nuestra especie, convirtiendo la fuerza en estructura, la estructura en costumbre y la costumbre en naturaleza. El triunfo mayor del opresor no es someter cuerpos, sino modelar percepciones y hacer que la opresión parezca inevitable, casi biológica, como si viniera inscrita en nuestro adeene.

Pero no lo está porque no hay hormiga libre ni lobo revolucionario y solo el ser humano puede rebelarse contra su propio destino. Eso es lo terrible y lo esperanzador, porque de todas las formas de dominación que existen en el mundo, la más peligrosa es aquella que se vuelve invisible. Y la más liberadora, la que aprendemos a nombrar, ya que nombrar es siempre el primer acto de desobediencia.


Atreverse y ceder

5.12.25


Sin atrevimiento no hay ruptura, ya que el mundo no cambia desde la prudencia, sino desde ese gesto mínimo que abre una grieta en lo establecido. La valentía no siempre ruge ya que, a veces, basta un paso fuera del surco para que la realidad empiece a desbordarse. Pero sin ductilidad no hay adaptación porque la rigidez promete firmeza, pero termina quebrando. Lo que sobrevive no es lo más fuerte, sino lo que sabe inclinarse sin perderse, moldearse sin desaparecer.

La vida avanza entre esos dos movimientos: romper y ceder, arriesgar y ajustar, tensar y soltar. Quien sólo se atreve se consume y quien sólo se adapta se diluye. Por eso el equilibrio está en esa doble lección de cambiar lo necesario sin romperse y sostenerse sin dejar de cambiar.


La llamada maternal

4.12.25


En la isla Socorro, ciertas aves reclaman a sus crías con un piar agudo y obstinado para que no se pierdan entre las ramas. En Andalucía —y quizá en cualquier lugar donde la vida conserve su raíz antigua— las madres llaman a sus hijos con un timbre único, una vibración que solo el cuerpo del hijo reconoce sin esfuerzo. No es un nombre, es una melodía ancestral, una cuerda que atraviesa generaciones. Ese grito claro, esa sílaba aguda, era en los pueblos una brújula infalible.

Hoy, el ruido continuo de las ciudades ha borrado esa frecuencia. El claxon, el tráfico, la música filtrada por ventanas abren un paisaje donde las voces identitarias se disuelven. Solo quedan en los márgenes, en algunas barriadas o en aldeas, los últimos ecos de esa llamada primera.

César Vallejo lo sabía cuando versificaba que la voz de la madre puede despertarnos con su cólera tierna, como si un antiguo canto habitara aún en esa orden dulce y feroz. Su voz no convoca solo al hijo, convoca a la especie. Porque toda llamada maternal es, en el fondo, un vestigio del primer idioma que tuvimos, esa mezcla de advertencia, amor y música, como si cada madre guardara en su garganta la última nota del canto de las sirenas. Es ese tono, imposible de confundir, imposible de olvidar, el que nos recuerda que, antes que individuos, fuimos una escucha. Y tal vez lo sigamos siendo.


Contra todos los premios

3.12.25



El cielo nunca compite con el mar en azul. La rosa no aspira a desbancar a la clavellina. En la naturaleza no hay jurados ni diplomas, existe solo presencia. Cuando el ser humano inventó el premio, inauguró la envidia disfrazada de mérito. El color que gana es el que empieza a perder, me dijo un pintor ciego que firmaba sus cuadros con olor a trementina. Ganar es la forma más veloz de comenzar a pudrirse.

Los premios son la coartada amable del castigo social porque consagran lo que debe repetirse, silencian lo que incomoda, barnizan con brillo la obediencia. Subir al estrado es pisar la nuca de quien no subió, recibir un aplauso es aceptar el canon que lo concede. El podio, tantas veces, es un patíbulo con alfombra roja.

Premiar la ‘originalidad’ es domesticarla y aplaudir la ‘excelencia’ es convertirla en estándar. Así se forja un cementerio de obras que no encajan en la vitrina. El certamen transforma la diferencia en desigualdad porque cuando dos poemas compiten, ambos pierden, uno al ser elegido, el otro al ser descartado. Y mientras tanto, la infancia aprende temprano que vivir es un ring y que el vecino es adversario.

Abolir los premios no implica negar la excelencia, sino devolverla al aire común, donde nadie la firma y todos la respiran. Tal vez el único mérito legítimo sea aquel que no necesita constancia, el de una obra que se ofrece como pan sin etiqueta, un gesto sin testigo, una rosa sin jurado.

Cuando se apague el último diploma, quedará lo único verdadero que no es otra cosa que la brisa moviendo las hojas sin premiar al árbol, y donde el hay amor a la creación sin esperar recompensa.


Futuro pretérito

2.12.25


Vivimos como si avanzáramos hacia el futuro, pero a veces sospecho lo contrario, que es el futuro quien avanza hacia nosotros y nos convierte, de repente, en pasado. Lo que aún no existe ya pesa sobre el presente y las consecuencias que no veremos, los ojos que todavía no han nacido, las preguntas que un día nos harán sin poder oír nuestras excusas. No hay instante puro porque es como si todo ahora estuviera habitado por su interpretación ulterior. Y quizás por eso la responsabilidad no es una carga, sino un anticipo y cada gesto es una semilla que alguien leerá como memoria. Y en esa conciencia extraña, saber que ya somos pasado en apresto, se juega nuestra dignidad, porque el tiempo no nos sigue pero nos examina.


Orígenes

1.12.25


Inquietos por encontrar algún vestigio del primigenio pensamiento humano, descubrimos que el esqueleto de las ideas mantiene estrechos márgenes de miseria e indignidad.