Nadie se detiene a esperar en este mundo sin esperas.
Niños previsores
28.7.24
Vivíamos muy asustados desde que nos explicaron
que llegaría el día del Juicio Final para hacernos un cuestionario sobre
nuestras vidas. Desde ese momento nos preguntábamos cómo sería estar haciendo
cola en el cielo y nos preocupaba que, con tanta gente la cosa iría para largo,
así que decidimos tener preparado un kit de supervivencia para pasar el rato.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
El desapego de escribir
24.7.24
—Aquí, señora Kristóf, con el ruido monótono
que hacen las máquinas en la cadena de montaje de relojes, es difícil tener una
mente de escritor.
—Para escribir poemas, la fábrica está muy
bien. El trabajo es monótono, se puede pensar en otras cosas y las máquinas
tienen un ritmo regular que ayuda a contar los versos. En general, me contento
con escribir dentro de mi cabeza. Es más fácil. En la cabeza, todo se
desarrolla sin dificultad. Pero, en cuanto se escribe, los pensamientos se
transforman, se deforman, y todo se vuelve falso. A causa de las palabras.
—¿Se escribe contra todo y a pesar de todo?
—Escribir no es una profesión, es una vocación.
Una se hace escritora escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca
la fe en lo que se escribe. Hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que
seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando
tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los
manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros.
—¿La escritura es una herramienta de
autodescubrimiento y comprensión que permite procesar experiencias y saber
sobre la condición humana?
—Escribo para entender el mundo y a mí misma.
—¿Se escribe para amplificar las voces de aquellos
que a menudo son marginados o no escuchados?
—Escribir es una forma de dar voz a los que no
tienen voz.
—También de desafiar las normas sociales.
—Escribir es una lucha contra el silencio.
—Pero surgen dudas, interrogantes sobre el
absurdo de escribir, la mala conciencia por dejar de hacerlo y la consideración
de los demás sobre lo que uno hace.
—Incluso ahora, por la mañana, cuando la casa
se vacía y todos mis vecinos se van
a trabajar, tengo un poco de cargo de
conciencia por instalarme en la mesa de la
cocina a leer los diarios durante horas en vez
de… fregar los platos del día anterior, ir
de compras, lavar y planchar la ropa, hacer
mermeladas o pasteles… Y, ¡sobre todo!, en vez de escribir.
—¿Y al final qué hacemos?
—Realmente ya no quiero escribir más. A los
libros anteriores les fue bien. No quiero estropearlos con algo menos bueno.
—¿Y leer?
—Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que
cae en mis manos, bajo los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos
de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles.
Cualquier cosa impresa. Fue así como, muy joven, por casualidad y sin apenas
darme cuenta, contraje la incurable enfermedad de la lectura.
—¿Lo pasó mal entonces?
—Mi enfermedad de la lectura me traería sobre
todo reproches y desprecio: No hace nada. Se pasa el día leyendo. No sabe hacer
nada más. Es la tarea más pasiva de todas. Perezosa. Y, sobre todo, lee en vez
de… ¿en vez de qué? Hay miles de cosas más útiles, ¿no?
—¿La mentira forma parte del juego literario?
—Desconfío de la mentira de los sentimientos.
Si uno piensa, le resulta imposible amar la vida. Las palabras que definen los
sentimientos son muy vagas; es mejor evitarlas y atenerse a la descripción de
los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción
fiel de los hechos.
—¿Y la tristeza?
—Hay vidas que son más tristes que el más
triste de todos los libros. Por muy triste que sea un libro, nunca puede ser
tan triste como la vida.
Etiquetas: aforismo dialógico, Ágota Kristóf
Voz narrativa
21.7.24
«Eres idiota», le espetó el lector (y pensó puede que sí o puede que no) y sorprendido el autor de este cuento volvió a escuchar: «¡Qué cuento tan ridículo! Cómo se te ocurre decir esto». Momento en el que estuvo a punto de abandonar la tarea que se traía entre manos, porque no estaba dispuesto a que le faltaran el respeto a su trabajo. «Quieres centrarte en contar una buena historia y no divagar con estas memeces que escribes», lo escuchó expresar desde el otro lado del libro aún sin publicar. Se turbó y dudó en seguir escribiendo estas líneas porque le desconcertaba la idea de que, desde el universo paralelo de la lectura, un intralector le estuviera coartando su creatividad con esas expresiones que escuchaba. Llegó a pensar que se trataba de esas voces interiores que se le aparecen a quienes escriben y andan mezclándose en la cabeza entre el monólogo y el diálogo. Así que trató de centrarse en lo que quería plasmar y que no era otra cosa que una narración sobre gatos. «Te leo y no salgo de mi asombro, ¿de verdad vas a tratar sobre felinos domésticos y holgazanes? ¿no tienes una ocurrencia peor?», (y mientras lo oía reír, de manera instintiva, quiso indicarle: dímela tú). Entonces paró en seco y dejamos de escribir los dos.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Cosmología
19.7.24
Las estrellas pequeñitas son los grandes fenómenos del Cosmos y los asuntos cotidianos lo inmenso de la vida sencilla.
En la lavandería
17.7.24
—Me gusta esta lavandería, Lucia, no es como otras, usted que conoce tantas lo sabe bien. Se respira un cierto aire de soledad.
—La soledad es un concepto anglosajón. En Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien sube, no solo se sentará a tu lado sino que se recostará en ti.
—De lavanderías y también de señoras de la limpieza sabe bien.
—Las mujeres de la limpieza lo saben todo. Y las mujeres de la limpieza roban.
—¿Qué les aconsejaría?
—Aceptad todo lo que la señora os dé, y decid gracias. Luego lo podéis dejar en el autobús, en el hueco del asiento. Como norma general, no trabajéis para las amigas. Tarde o temprano se molestan contigo porque sabes demasiado de su vida. O dejan de caerte bien, por lo mismo.
—Y su experiencia como mujer de la limpieza ¿cómo fue?
—Las mujeres de la limpieza de toda la vida no me aceptan de buenas a primeras. Y además, me cuesta conseguir trabajo en esto, porque soy «instruida». Desde que me alcanza la memoria siempre he tenido un don para quedar mal.
—Eso a pesar de que usted les da un manual.
—Mujeres de la limpieza: aprenderéis mucho de las mujeres liberadas. La primera fase es un grupo de toma de conciencia feminista; la segunda fase es una mujer de la limpieza; la tercera, el divorcio.
—¿Y las señoras cómo la tratan?
—He aprendido a contarles a las señoras desde el principio que mi marido alcohólico acaba de morir y me he quedado sola con mis cuatro hijos. Hasta ahora nunca había trabajado, criando a los niños y demás. Las señoras siempre suben la voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los gatos.
—La suya no parece que haya sido una vida fácil.
—Todo lo bueno o malo que ha ocurrido en mi vida ha sido predecible e inevitable, en especial las decisiones y los actos que han garantizado que ahora esté completamente sola. La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta a la pena al pesar, al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desgarrará el corazón…
—También hay recuerdos…
—Todos tenemos nuestros álbumes de recortes mentales. Planos congelados. Instantáneas de gente a la que amamos en distintos momentos. Cuando fallecen tus padres has de afrontar tu propio final. Entonces ya no queda nadie para protegerte de la muerte.
—¿Qué sabe de la muerte?
—Una cosa sé de la muerte. Cuanto «mejor» es la persona, cuanto más cariñosa, feliz y comprensiva, menor es el vacío que deja su muerte. El tiempo se detiene cuando alguien muere. Por supuesto se detiene para ellos, quizá, pero para los que sufren la pérdida el tiempo se desquicia. La muerte llega demasiado pronto. La muerte cura, nos dice que perdonemos, nos recuerda que no queremos morir solos.
—Por eso son tan crueles las demoras.
—La gente pobre está acostumbrada a esperar. La Seguridad Social, la cola del paro, lavanderías, cabinas telefónicas, salas de urgencias, cárceles, etcétera. Vivirás siempre paralizada por las normas, por lo que la gente te dice que deberías pensar o hacer.
—Siempre habrá algo más importante que no tengamos que desatender.
—Nada importa mucho, ¿no? Me refiero a importar de verdad. Sin embargo a veces de pronto, durante apenas un segundo, se te concede la gracia de creer que sí, que importa muchísimo.
—El amor, por ejemplo.
—El amor te hace desgraciado, decía nuestra madre. Mojas la almohada llorando hasta quedarte dormida, empañas las cabinas telefónicas, con tus lágrimas, tus sollozos hacen aullar al perro, fumas dos cigarrillos a la vez.
Etiquetas: aforismo dialógico, Lucia Berlin
Pulsador
16.7.24
El circuito de la tristeza tiene en la alegría un interruptor, no te olvides de darle cada día.
La piedra verde
14.7.24
Tras escuchar la disertación le dijo que dónde quería llegar. «Si quieres escribir trata de ser como esa materia vidriada, a merced de las olas, y haz que se distinga tu voz entre las interminables y monótonas arenas», le explicó.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Relajaciones
12.7.24
Mejor la tranquilidad de ser quien eres que no la frustración de quien nunca alcanzarás ser.
Etiquetas: aforismo, frustración, tranquilidad
La muerte del autor
11.7.24
Existe
un símil entre las personas que escriben y los gusanos de seda. Al igual que
estos quienes se dedican a escribir, tras comer y comer la morera del conocimiento
en las ricas hojas de la lectura y la experiencia, se encierra en un capullo
hasta que se produce esa maravillosa metamorfosis del ser escritor al ser
escritura que, en forma de mariposa, deja escapar la belleza. Y como el gusano que
muere, el autor desaparece, pero queda su creación en ese finísimo hilo con el
que tejer la seda tan apreciada por su brillo adamantino y su delicada suavidad,
semejante que una buena lectura.
Etiquetas: autor, muerte, muerte autor, reflexión
En el salón de baile
10.7.24
Etiquetas: aforismo dialógico, Irène Némirovsky