Deslumbramientos

30.7.21



A veces se me nubla la realidad y no sé dónde estoy. Al instante, recuperada la conciencia, contemplo mi existencia y no entiendo qué hago aquí.




Amnésicos

29.7.21



El olvido es ingrato y la desmemoria infiel.



Audaces

28.7.21



Quién pudiera escribir sin miedo a terminar una frase.



Planeos

27.7.21



Y la vida se va como un pájaro que echa a volar y ya no vuelve.




Aleccionados

26.7.21



Fui un joven responsable: amé, bebí, me divertí, y holgazaneé. Ahora soy un padre sensato y pido a mis hijos responsabilidad. No hay ninguna contradicción, solo son lecciones de vida.



Iliteratos

25.7.21


Provskoye es un pueblo donde todos sus habitantes son analfabetos y nadie sabe leer ni escribir. El nueve de enero de 1869 del calendario juliano el termómetro marcaba menos catorce grados centígrados, pero como la vecindad no conoce los números no entienden muy bien si hace poco o mucho frío. Se arropan por la costumbre del invierno.

Las casas de madera con sus techos azules y rojos cobijan a numerosos pobladores aunque por la soledad siberiana de sus calles parece lo contrario, un lugar desérticamente blanqueado por la nieve y pintado de álamos negros y abetos.

Entre los aspectos más desoladores está el hecho de no recibir cartas porque nadie las escribe y si llega alguna nadie puede descifrar sus grafismos, por lo que el papel es utilizado para encender las estufas de carbón, igual que el de los pocos periódicos que pueden dejar estrafalarios viajeros. En toda la zona no existe libro alguno y sus moradores desconocen a los grandes genios literarios y sus obras.

Tampoco existe un registro de la propiedad y se da por sentado que la pertenencia es la que es, sin ponerla en duda, porque lo que es de uno es de uno y no es de los demás. Los medicamentos son marcados con ideogramas para no confundirlos.

Nadie puede leer la Biblia y por tanto cada persona reza para sí lo que entiende o quiere sin tener que edificar iglesia alguna. Niños, mujeres y hombres, están igualados en ignorancia.

Su historia no está escrita y sus gentes cuentan oralmente los sucesos más importantes que se van perdiendo con el paso de las generaciones en sus trescientos años de existencia.

Viven de trabajar la tierra cuando el clima lo permite y cuidan de sus caballos que les sirven para ir a comprar provisiones al poblado vecino que se aparta medio centenar de kilómetros.

Una tarde de finales de verano, las nubes esparcidas sobre la estepa del cielo que repartía una luz difusa, algo sorprendente ocurrió. No se trataba de la llegada de la luz eléctrica que aún no estaba inventada o de la máquina de escribir, tampoco la venida de un vehículo con motor de gasolina. No era una gran autoridad ni un profeta.

En el alejado horizonte sobre su montura, lentamente una figura se fue haciendo mayor hasta llegar a la altura de dos aldeanos eternos.

—Es el maestro que viene al pueblo —advirtió el primero.

—Se acabó la tranquilidad.


 

Desaceleraciones

24.7.21



El ser humano, a pesar de ser consciente de su aceleración física y mental en todo momento, no sabe detenerse, frenar esa inercia que lo lleva todo el tiempo tensionado.



Universidades

23.7.21



Más sabe el diablo por viejo que por haber estudiado en Harvard.





Crematístico

22.7.21



Cuando los precios están por las nubes es difícil ver el valor de lo que compras.



Elevaciones

21.7.21



Solo si escalas una montaña de libros tendrás altura de miras.




Menciones

20.7.21



Cuando realices una autocita debes tener en cuenta si eres original o solo un plagio.



Sin disyuntivas

19.7.21



Afirma Guy Debord en su libro ‘Panegírico’ que «las citas son útiles en los períodos de ignorancia o creencias oscurantistas». Ambas caben en este tiempo incomprensible y bárbaro.



Retornada

18.7.21



Nos conocíamos desde la época escolar y le perdí el rastro en la universidad. Había regresado a la ciudad tras medio siglo ausente, sola y enferma. Tenía dos hijas pero estaban lejos, una trabajaba como doctora en Suecia y la más pequeña, pintora, vivía en Nueva York (la gente, ya se sabe, tiene preferencia por vivir en los lugares más insólitos). 

La vi sentada en el porche de su casa y apenas la reconocí. Había vuelto después de enviudar. Fue ella la que me llamó la atención: 

—Sigues igual, no has cambiado nada. 

—Ni tú tampoco— le mentí, consciente de que mi mentira le sentaría bien. 

No era la misma, es más, su rostro no guardaba recuerdo alguno de juventud. Incluso llegué a dudar sobre su identidad hasta que fue desgranando un manojo de anécdotas que derribaron mis vacilaciones. Perdía vista y se estaba quedando ciega a pasos acelerados. Leer era lo que más añoraba y ya no lo podía hacer, por lo que le propuse usar audio libros, algo que rechazó porque no se llevaba bien con la tecnología, así que acordamos que pasaría algunas tardes a realizar una lectura de los libros que más interés le despertaran. Me pidió nombres, sobre todo de mujeres: Matute, Beauvoir, Bazán, Highsmith, Gaite, Lessig, Zambrano, Berlín… Los textos fueron cayendo como fruta madura.


—La lectura que realizo ahora es este mismo relato—. Ella entonces detuvo mi lectura. 

—¡Alto! ¡alto! ¡alto! Eso que haces es muy borgiano y aunque es un escritor a quien admiro soy más de escuchar Cortázar pero sin frenillo en la voz. 

—No puedo hacer nada porque el relato se está escribiendo solo.



Mercadotecnia

17.7.21



Los vendedores de humo lo envasan al vacío.



Dimensiones

16.7.21



La prepotencia otorga un gran espacio al ridículo.




Vita flumen

15.7.21



Ahora mismo soy quien escribe, pero mañana qué puedo ser, ¿memoria borrada? ¿ser de olvido? ¿nada que recordar?




Platonismos

14.7.21



¿Si la ignorancia es una enfermedad, el conocimiento es saludable?



Solaz candor

13.7.21



«La ingenuidad es la más peligrosa de las revoluciones» y, con ingenuidad, me pregunto: para quién.




Cristalografía

12.7.21



El pasado es un déjà vu del futuro.



Tú ponte en mi lugar

11.7.21



Fui a visitarlo al hospital después del grave accidente que había sufrido al quemarse en una explosión de un cuadro de luces donde trabajaba. Tras preguntarle cómo se encontraba me contestó: «esto es para mí». 

Entonces le pedí que desalojará la cama y su dolencia y me puse en su lugar. Y, efectivamente, lo miré tendido y sentí su dolor, desesperante y profundo. Ahora él me sonreía feliz. 

En ese instante llegaron unos familiares a visitar al paciente que ignoraban lo que estaba ocurriendo y comenzaron a hablar. Conversaban hasta por los codos de trivialidades y como no me podía mover del lecho por las heridas, mi amigo me dio de beber agua con una pajita y me secó la boca con un pañuelo de papel. Después continuó hablando, alegremente, con las personas que habían ido para saber sobre su salud. Divagaban sobre mi aspecto deteriorado por las quemaduras y lo mal que debería estar pasándolo, no sin darme todo tipo de ánimos. 

Al poco llegó una enfermera y me tomó la temperatura, miró mis constantes vitales y me proporcionó la medicación, mientras comprendía, cada vez más, por lo que pasaba. Después entró el doctor y mandó desalojar la habitación del personal innecesario. Se marchó, según creí escuchar, a la cafetería a tomarse algo con los parientes. 

Desde ese momento llevo cuarenta días hospitalizado y él no ha vuelto ni para que le den el alta.