Recuerdo, ahora, una de las primeras lectoras fieles a esta bitácora. Regularmente dejaba comentarios casi a diario. Hallé en sus ‘post’ la recompensa necesaria para mi bitácora, entonces, casi huérfana de lecturas.
Un día me comentó que no colocaba el enlace de mi ‘blog’ en el suyo porque no quería compartir con nadie lo que yo escribía. Necesitado como estaba de formar parte de los anillos de amigos ‘blogueros’ que pueblan la red, encontré, en principio, egoísta y ridícula su decisión.
Sin embargo al reflexionar sobre el hecho, me di cuenta que aquello era un acto de amor. Igual que quien se tropieza con un tesoro y lo oculta a la vista de todos para que nadie se lo robe.
El sentimiento, a veces, tiene esa cadencia: ambicionamos sólo para nosotros aquello que queremos. Y es hermoso y brutal al mismo tiempo.