Me lo encuentro sentado en el parque sin echarle de comer a las palomas en actitud serena, como quien medita algo intrascendente. Me acerco y le pregunto: «qué haces».
Levanta una de sus cejas y cierra el ojo contrario antes de responderme.
–Trato de sortear el destino aciago.
–Eso qué es.
–Algo así como escurrir el bulto.
–No sabes que la inacción nos despersonaliza.
Entonces fue cuando se incorporó bruscamente y me dijo medio enojado:
–Siempre he procurado que en la escuela no me preguntaran la lección; que en la mili no me cayera algún castigo; que en el trabajo no toque atender los asuntos más engorrosos; y que en la sociedad no me señalen con el dedo. Porque como dice un proverbio chino: «el clavo que sobresale siempre recibe un martillazo».
Y se marchó sin despedirse.