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Una a una
17.10.25
El mundo no cambia de un día para otro. Es una larga tarea de siglos la que nos ha traído hasta este momento y la que nos alejará del mismo. Es por ello que siempre he pensado que los verdaderos cambios funcionan por el boca a boca, en la proximidad. La premio Nobel de Literatura, Herta Müller, criticó en su discurso algunos de los aspectos del liberalismo económico y el incumplimiento de los derechos humanos, y dijo que la escritura no podía cambiar eso, pero sí «hablar a cada persona, una por una», y no hay nada tan fuerte como ese hecho.
Esa revolución permanente encierra una verdad que a menudo olvidamos, que el cambio profundo no se impone, se contagia. No llega por decreto ni por grandes discursos, sino por la emoción compartida, por el gesto cotidiano que despierta algo en el otro. Las ideas transforman el mundo solo cuando logran anidar en la conciencia de alguien, cuando ese alguien las hace suyas y, a su vez, las transmite.
Así funciona la literatura, la educación, la palabra, como un eco que se multiplica sin hacer ruido. Tal vez no podamos derribar los sistemas injustos con un poema o una conversación, pero sí podemos abrir una grieta en la indiferencia. Y a veces, una sola grieta basta para que entre la luz.
Por eso sigo creyendo que el cambio verdadero nace del vínculo, de la escucha, del encuentro entre miradas que se reconocen. En esa cercanía, a veces íntima, otras humana, siempre irrepetible, reside el poder más revolucionario que tenemos, el de conmover y ser conmovidos.
Etiquetas: análisis, comentario, reflexión, revolución cotidiana
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