Hipnosis

21.12.25


Me dijo «relájate y deja la mente en blanco. No pienses en nada». Y un gramo de nada ocupó mi mente. Pesaba lo justo para hundirse. Primero desplazó un recuerdo, luego una duda, y al final toda la conciencia quedó comprimida en un rincón de mí mismo. El hipnotizador sonrió porque la dosis había sido exacta. Desde entonces pienso menos, pero cada vez que intento recordar quién era, noto cómo la nada sigue creciendo, lenta y metódica, como una sustancia con voluntad propia.


Abrazos

20.12.25


Hay abrazos que no abrigan: piden. No son gesto sino súplica contenida, un intento de sutura. Últimamente, cada cuerpo que se acerca trae consigo una fisura, como si abrazar fuera también sostener lo que está por romperse. Julio Cortázar decía que los encuentros verdaderos suceden a deshora. Tal vez por eso ahora los abrazos se sienten así, fuera de tiempo, pero en el momento exacto, porque ya no buscamos calor sino coincidencia. Y quien abraza bien no te envuelve, te recoge.


Autoindulto

19.12.25


A falta de quien te entienda, siempre puedes terminar por darte tú la razón. Es el consuelo final del náufrago, el declararse inocente ante el espejo. No se trata de verdad sino de tregua porque cuando nadie te escucha, el silencio empieza a asentir. Y así, poco a poco, uno deja de buscar aprobación y se instala en la dulce tiranía de tener siempre la última palabra.


La emoción de vivir

18.12.25


Cada generación presupone que su vivencia fue más auténtica, más verdadera, más real. Se aferra a la textura de su tiempo como si fuera la única con sentido. Pero esa certeza no nace del juicio, sino del vértigo. La emoción de vivir crea perspectiva, pero también la deforma. Desde dentro del instante, todo parece eterno. Solo el que mira desde lejos puede ver el espejismo de que la nostalgia no es una prueba de verdad, es tan solo el eco emocional de haber estado allí.


Momentaneidades

17.12.25


Estamos preparados para conocer el desastroso absurdo de la existencia humana, esa fragilidad de los deseos, la arbitrariedad del destino, el temblor constante que sostiene cada certeza. Sabemos, en el fondo, que todo es provisional, que nuestras construcciones son efímeras y que la vida avanza indiferente a nuestras preguntas.

Y aun así o quizá, precisamente, por eso, nada nos impide defendernos de ese absurdo con alegría. Una alegría discreta, obstinada, casi rebelde, que no niega la oscuridad, pero se atreve a encender una luz. Una alegría que no es ingenuidad, sino resistencia, que no es olvido, sino coraje, que no oculta el sinsentido y que, a pesar de ello, decide cantarle encima. Porque en el fondo, la mayor dignidad humana consiste en seguir celebrando, incluso cuando conocemos el final del cuento.


Autoría

16.12.25


Este texto que ahora lees no lo he escrito yo, se lo he pedido a una inteligencia artificial. Puedes creerlo o no, pero es cierto. Y, dicho esto, aparece la pregunta incómoda de si importa quién escribe cuando lo escrito, escrito está ¿Pesa más la mano que sostiene el lápiz o la huella que deja la frase en quien la lee? Durante siglos confundimos autoría con garantía, firma con verdad. Hoy el texto llega sin cuerpo, sin biografía, sin temblor visible, y nos obliga a leer sin coartada. Tal vez el aprecio o el desprecio no dependan del origen, sino del efecto, ya que si algo nos toca, nos incomoda o nos acompaña, ha cumplido su función, venga de donde venga. Quizá la inteligencia artificial no escriba pero nos devuelve la pregunta de por qué seguimos leyendo. Y en esa duda, donde no importa saber el autor, se juega, otra vez, la dignidad del lenguaje, quieras o no.


Caja de cartón

15.12.25


Tratamos de aplazar lo inaplazable para prorrogar lo definitivo. Al ser humano le cuesta tanto entender el cubicaje de la friabilidad de su naturaleza.

Tinieblas

14.12.25


«Para qué quiero la luz. Me sé la casa de memoria». Me dijo antes de desaparecer en la oscuridad. Lo escuché avanzar con la seguridad de quien camina por un mapa íntimo, pero pronto el silencio se volvió tan denso que ya no pude distinguir si seguía allí o si la negrura se lo había tragado entero. Lo llamé por su nombre y la oscuridad respondió con un eco extraño, como si repitiera mis palabras desde un lugar que no pertenecía a la casa sino a algo más profundo, un sótano sin paredes ni suelo donde solo cabía la certeza de que, al apagar la luz, uno también apaga una parte de sí mismo.


Páginas en blanco

13.12.25


Dicen que en el gran libro de la vida hay que pasar algunas páginas sin haberlas leído y, aunque suene a resignación, lo interpreto como lucidez, con capítulos que se escriben sin nosotros, con escenas que nos incluyen pero no nos pertenecen. Querer entenderlo todo y tratar de leer cada línea antes de vivirla es una forma de rebeldía. La vida, en cambio nos pide confianza y seguir avanzando, incluso cuando la trama se oscurece y las palabras se borran, o cuando el argumento se resiste a explicarse.

Pasar página sin leer es aceptar que no todo se comprende en el momento, porque hay dolores que solo se descifran después, y alegrías que nunca tendrán nota a pie de página. Tal vez el conocimiento no sea otra cosa que seguir leyendo sin haberlo entendido todo, porque la historia, al igual que nosotros, solo se revela al pasar el tiempo.


Posibles

12.12.25


Se vive también en lo que ama, la única eternidad posible, porque la vida no se agota en el cuerpo que la lleva, ni en la suma incierta de días que nos permiten existir. Vivimos, sobre todo, en aquello que elegimos amar, en los gestos que dejamos en otros, en las palabras que se quedan resonando cuando ya no estamos, en la huella discreta que alguien recuerda sin saber por qué.

El amor, no el romántico sino el que sostiene, es la única forma de permanencia, el resto se erosiona, nombres, obras, méritos... Lo amado, en cambio, se vuelve casa ajena donde seguimos habitando sin saberlo. Esa es nuestra eternidad transitoria y suficiente, la de durar un poco más allá de nosotros en la vida de quienes tocamos.


En estado de espera

11.12.25


Hay despedidas que no clausuran nada, tan solo ensanchan el silencio. Recordar a quien se fue es un modo de sostenerlo un instante más, de rescatar su voz del vacío y devolverla a la conversación que el tiempo interrumpió. La memoria actúa como un escenario provisional donde seguimos hablando con los que ya no pueden responder.

La música y la poesía permiten esa resurrección mínima. No salvan el mundo, quizá nunca lo pretendieron, pero lo alivian porque afinan una grieta y ponen luz donde solo había ruido. Cuando alguien transforma un poema en canción, o una canción en refugio, ocurre un pacto secreto, que lo vivido deja de ser pasado y empieza a ser compañía.

Tal vez toda ausencia sea solo eso, un standby, una espera sin reloj en la que seguimos escuchando lo que ya no está, porque a veces basta un eco para sostener la vida mientras el mundo gira.



Fetichismo tecnológico

10.12.25

 

Nos hemos acostumbrado a pensar en la tecnología como si fuera neutra, como si las máquinas y los algoritmos existieran en un mundo aparte, ajeno a los conflictos sociales. Pero esa es la primera gran trampa. Ningún código, ningún sistema de inteligencia artificial, ningún dispositivo es inocente: todos están atravesados por decisiones humanas, y por tanto, por ideología.

La narrativa dominante, la misma que nos repiten en conferencias de Silicon Valley y en anuncios de Apple, insiste en la idea de que la tecnología es un mero medio que solo depende del uso que hagamos de ella. Por eso hablan de que lo peligroso no es la herramienta, sino cómo la uses. Pero esto no es más que un espejismo cómodo. La realidad es que detrás de cada línea de código hay una persona que la escribió, casi siempre bajo condiciones precarias y sin capacidad de decidir el rumbo del proyecto.

Y no hablamos de un sujeto genérico, sino de un perfil muy concreto ya que son hombres, en su mayoría blancos, heterosexuales, formados en universidades de élite norteamericanas, con trayectorias que poco tienen que ver con la mítica narrativa de “empezar en un garaje”. Son estos grupos, homogéneos y con visiones del mundo limitadas, los que diseñan sistemas que luego se imponen como universales y supuestamente objetivos. Lo que hacen no es programar máquinas neutras, sino exportar su propia cosmovisión disfrazada de eficiencia y lógica.

El mito de la neutralidad cumple una función política y es la blanquear el poder. Si asumimos que la tecnología es imparcial, dejamos de preguntarnos quién la controla, quién se beneficia y quién queda excluido. Los algoritmos que seleccionan a qué barrio enviar más policía, qué currículum merece ser descartado o qué noticia se vuelve viral, no son decisiones naturales, son elecciones inscritas en código. Y como todo en esta sociedad, responden a intereses concretos.

Quizás el mayor riesgo de la inteligencia artificial no sea que se convierta en un monstruo autónomo, sino que nos acostumbremos a verla como una autoridad incuestionable. Como el jefe final de la mistificación tecnológica, como una máquina que no solo ejecuta órdenes, sino que dicta el sentido de la realidad mientras nosotros dejamos de cuestionar su legitimidad. Porque la tecnología nunca ha sido neutral. Y cuanto antes lo entendamos, más difícil será que nos gobierne desde la sombra.



Artilugios

9.12.25


Los aforismos son artefactos intelectuales, dotarlos de un cierto lirismo es un arte.



Contra la nada

8.12.25


De pronto te sientes vacío, como si una grieta silenciosa atravesara el día. Y es entonces cuando aparece el impulso de escarbar en el sinsentido, pero no para encontrar respuestas, sino para escuchar su eco. La nada no nos debe paralizar sino al contrario, provocarnos, porque tiene la cortesía áspera de abrir un hueco donde antes había prisa, de recordar que el absurdo es también una herramienta, un cincel que afina la mirada.

Y en ese vano sin nombre descubrimos que avanzar no siempre es tener rumbo, sino aceptar la intemperie. El vacío, bien mirado, es una invitación al espacio donde la conciencia se extiende como una mano en la oscuridad. Y quizá esa mano, al no encontrar nada, halle la osadía de seguir hurgando.



Kamikaze

7.12.25


Tropezó mil veces sobre la misma piedra, pero no era un error. Quería suicidarse. La piedra estaba en el umbral, una losa suelta que él mismo había puesto. Durante años, cada mañana, el mismo golpe exacto. Las rodillas primero sangraron, luego se hicieron de cuero. La piedra se fue puliendo: los bordes se redondearon, la superficie se volvió lisa. Al final, la piedra se desgastó más que sus rodillas. Y aún seguía tropezando.


La sombra de la dominación

6.12.25



La naturaleza conoce muchas formas de fuerza, pero ninguna se parece del todo a la nuestra. Las hormigas esclavizadoras actúan por instinto, los lobos alfa gobiernan por impulso y los chimpancés imponen jerarquía por músculo. Son mecanismos ciegos, sin memoria ni culpa, engranajes de un equilibrio antiguo. El animal domina porque no puede hacer otra cosa.

El ser humano, en cambio, inventó algo distinto y es el dominio que se justifica a sí mismo. Donde la biología solo impone conducta, nosotros levantamos sistemas. Lo que en otras especies es simple competencia, en la nuestra se vuelve arquitectura en leyes, instituciones y mitos. Una hormiga no funda un imperio ni un lobo escribe un código penal o un simio construye prisiones mercados financieros. La violencia animal es un impulso mientras que la humana es un diseño.

Y es ese diseño el que deja el daño más profundo. No el golpe, sino lo que se hereda después del golpe en el cuerpo marcado por el miedo, en la mente que aprende a obedecerse a sí misma, en la sociedad que olvida cómo confiar o en la tierra tratada como materia muerta y, sobre todo, en las generaciones que ya no saben imaginar otra forma de mundo.

El pedagogo Paulo Freire lo llamó internalización del opresor cuando el dominado ya no necesita cadenas porque las lleva dentro. Y el psicólogo Martin Seligman observó la indefensión aprendida es esa sombra que hace creer que nada puede cambiar, incluso cuando el camino está abierto.

Así opera nuestra especie, convirtiendo la fuerza en estructura, la estructura en costumbre y la costumbre en naturaleza. El triunfo mayor del opresor no es someter cuerpos, sino modelar percepciones y hacer que la opresión parezca inevitable, casi biológica, como si viniera inscrita en nuestro adeene.

Pero no lo está porque no hay hormiga libre ni lobo revolucionario y solo el ser humano puede rebelarse contra su propio destino. Eso es lo terrible y lo esperanzador, porque de todas las formas de dominación que existen en el mundo, la más peligrosa es aquella que se vuelve invisible. Y la más liberadora, la que aprendemos a nombrar, ya que nombrar es siempre el primer acto de desobediencia.


Atreverse y ceder

5.12.25


Sin atrevimiento no hay ruptura, ya que el mundo no cambia desde la prudencia, sino desde ese gesto mínimo que abre una grieta en lo establecido. La valentía no siempre ruge ya que, a veces, basta un paso fuera del surco para que la realidad empiece a desbordarse. Pero sin ductilidad no hay adaptación porque la rigidez promete firmeza, pero termina quebrando. Lo que sobrevive no es lo más fuerte, sino lo que sabe inclinarse sin perderse, moldearse sin desaparecer.

La vida avanza entre esos dos movimientos: romper y ceder, arriesgar y ajustar, tensar y soltar. Quien sólo se atreve se consume y quien sólo se adapta se diluye. Por eso el equilibrio está en esa doble lección de cambiar lo necesario sin romperse y sostenerse sin dejar de cambiar.


La llamada maternal

4.12.25


En la isla Socorro, ciertas aves reclaman a sus crías con un piar agudo y obstinado para que no se pierdan entre las ramas. En Andalucía —y quizá en cualquier lugar donde la vida conserve su raíz antigua— las madres llaman a sus hijos con un timbre único, una vibración que solo el cuerpo del hijo reconoce sin esfuerzo. No es un nombre, es una melodía ancestral, una cuerda que atraviesa generaciones. Ese grito claro, esa sílaba aguda, era en los pueblos una brújula infalible.

Hoy, el ruido continuo de las ciudades ha borrado esa frecuencia. El claxon, el tráfico, la música filtrada por ventanas abren un paisaje donde las voces identitarias se disuelven. Solo quedan en los márgenes, en algunas barriadas o en aldeas, los últimos ecos de esa llamada primera.

César Vallejo lo sabía cuando versificaba que la voz de la madre puede despertarnos con su cólera tierna, como si un antiguo canto habitara aún en esa orden dulce y feroz. Su voz no convoca solo al hijo, convoca a la especie. Porque toda llamada maternal es, en el fondo, un vestigio del primer idioma que tuvimos, esa mezcla de advertencia, amor y música, como si cada madre guardara en su garganta la última nota del canto de las sirenas. Es ese tono, imposible de confundir, imposible de olvidar, el que nos recuerda que, antes que individuos, fuimos una escucha. Y tal vez lo sigamos siendo.


Contra todos los premios

3.12.25



El cielo nunca compite con el mar en azul. La rosa no aspira a desbancar a la clavellina. En la naturaleza no hay jurados ni diplomas, existe solo presencia. Cuando el ser humano inventó el premio, inauguró la envidia disfrazada de mérito. El color que gana es el que empieza a perder, me dijo un pintor ciego que firmaba sus cuadros con olor a trementina. Ganar es la forma más veloz de comenzar a pudrirse.

Los premios son la coartada amable del castigo social porque consagran lo que debe repetirse, silencian lo que incomoda, barnizan con brillo la obediencia. Subir al estrado es pisar la nuca de quien no subió, recibir un aplauso es aceptar el canon que lo concede. El podio, tantas veces, es un patíbulo con alfombra roja.

Premiar la ‘originalidad’ es domesticarla y aplaudir la ‘excelencia’ es convertirla en estándar. Así se forja un cementerio de obras que no encajan en la vitrina. El certamen transforma la diferencia en desigualdad porque cuando dos poemas compiten, ambos pierden, uno al ser elegido, el otro al ser descartado. Y mientras tanto, la infancia aprende temprano que vivir es un ring y que el vecino es adversario.

Abolir los premios no implica negar la excelencia, sino devolverla al aire común, donde nadie la firma y todos la respiran. Tal vez el único mérito legítimo sea aquel que no necesita constancia, el de una obra que se ofrece como pan sin etiqueta, un gesto sin testigo, una rosa sin jurado.

Cuando se apague el último diploma, quedará lo único verdadero que no es otra cosa que la brisa moviendo las hojas sin premiar al árbol, y donde el hay amor a la creación sin esperar recompensa.


Futuro pretérito

2.12.25


Vivimos como si avanzáramos hacia el futuro, pero a veces sospecho lo contrario, que es el futuro quien avanza hacia nosotros y nos convierte, de repente, en pasado. Lo que aún no existe ya pesa sobre el presente y las consecuencias que no veremos, los ojos que todavía no han nacido, las preguntas que un día nos harán sin poder oír nuestras excusas. No hay instante puro porque es como si todo ahora estuviera habitado por su interpretación ulterior. Y quizás por eso la responsabilidad no es una carga, sino un anticipo y cada gesto es una semilla que alguien leerá como memoria. Y en esa conciencia extraña, saber que ya somos pasado en apresto, se juega nuestra dignidad, porque el tiempo no nos sigue pero nos examina.


Orígenes

1.12.25


Inquietos por encontrar algún vestigio del primigenio pensamiento humano, descubrimos que el esqueleto de las ideas mantiene estrechos márgenes de miseria e indignidad.


Ejemplar único

30.11.25


Si se arrojara una Enciclopedia Británica a un agujero negro ¿desaparecería la información de todos los ejemplares? La pregunta me obsesionó durante los invernales años que administré la Biblioteca Nacional. Recuerdo que un joven físico, tal vez israelita, me la formuló en 1983, el año en que murieron mi madre y la tipografía Caslon. Le respondí que no ya que el agujero negro, ese ojo sin párpados del universo, no destruye sino que traslada la información a su horizonte, donde se estampa como la letra de un libro cerrado para siempre. Pero aquella noche, en el sexto sueño, soñé que yo era el agujero negro y que la Enciclopedia era mi autobiografía. Al despertar comprendí la sospecha de los escolásticos, que quizá no hay ejemplares sino un solo libro que vive en todos los lugares a la vez, y arrojarlo al vacío es devolverlo al manuscrito original, que es el alfabeto, que es el punto, que es la nada que lo contiene todo. La información no desaparece sino que simplemente deja de ser nuestra para ser del tiempo, que es otro nombre del olvido.


Coral

29.11.25


La inteligencia artificial no nace de una sola mano ni responde a una sola voluntad. Es el resultado de muchas voces que investigan, programan, etiquetan datos, diseñan interfaces, la usan y, sobre todo, la alimentan con lenguaje, preguntas y criterios. Cada uno aporta una nota, unas veces mínima y otras decisiva, en una composición que ningún individuo podría firmar en solitario.

Incluso cuando parece que una IA habla como una unidad, lo hace desde un fondo plural que no es otro que el de las bibliotecas, los errores, las intuiciones colectivas, los sesgos heredados y las sucesivas correcciones. Es más un coro que una batuta, es una armonía hecha de sumas, tensiones y ajustes.

Si algo se le parece, quizá sea una catedral trabajada durante siglos con manos anónimas que colocan piedras distintas hacia un mismo cielo. No hay un autor único, sino una obra en progresión, sostenida por todos los que la piensan, la construyen y la interrogan. Y en esa coralidad está también su límite y su promesa.


El abrazo

28.11.25


La soledad es el único patrimonio que no se hereda ni se dona: cada quien nace con su celda. No es pena, sino condición. El error está en buscar quien la rompa; la sabiduría, en quien se siente en ella contigo.

El abrazo no disuelve la soledad, la nomina. Es el gesto que dice reconozco tu celda, y entro como huésped, no como carcelero. No comparte la pena, sino el terreno cuando dos aislamientos que se vuelven confín uno del otro.

Por eso el abrazo verdadero es silencio, no promesa. No dice ya no estarás solo sino estarás solo, pero conmigo. Reconciliarnos con la soledad ajena es el único amor que no miente porque no cura la condición, la atestigua. Y en ese testimonio, la soledad deja de ser presidio para ser relación.


Madrugones

27.11.25


Quien con dignidad se acuesta, con honestidad se levanta.



Tiempo de uso

26.11.25


El tiempo no se mira en el reloj, se huele en la nevera cuando la leche se pasa. Yo pensaba que era yo quiene lo administraba hasta que un día encontré un pelo mío en un jersey de lana que guardé en el armario en 1997. El pelo seguía negro, pero el de mi testa actual ya no. Ahí comprendí que el tiempo me contaba y no al revés.

Es como el aire de la ciudad que entra por las fosas nasales y sale por los recuerdos. A veces protege, borrando el nombre del quien nos rompió el corazón, y otras hiere, dejando intacto el olor de la infancia recién abierta la bolsa de la compra. Lo cierto es que nunca desaparece, tan solo cambia de bolsillo.

Cubrió la moto de mi padre hasta convertirla en un monumento verde. Nadie se atreve a arrancarla porque, debajo, sigue la huella del asiento donde yo dormía de pequeño mientras él conducía sin prisa para que no despertara.

Cada vez que intento describir aquella tarde, el papel se empapa y las palabras se hunden. Lo que queda es un borrón que parece una isla y desde ella diviso mi propia silueta gritando, pero no llega el sonido.

Desde la azotea del hospital el mundo se ve del tamaño de una uña. Allí supe que somos un punto que dura lo que tarda una gota en secarse sobre la barandilla. Y, sin embargo, dentro de ese diminuto espacio caben todas las Navidades, todos los miedos, todos los besos que no dimos.

Existe un segundo, puede que solo uno, donde el tiempo se abre como una persiana rota. Ocurre cuando oímos nuestra voz grabada y no la reconocemos. En ese intersticio se asoma lo que fuimos y lo que seremos y, por un instante, nos comprendemos enteros. Y, entonces, quizá no haya que vencer al tiempo, sino dejar que nos roce sin prisa, como quien palpa una tela antes de comprarla. Al final, él no cuenta la historia, tan solo la devela.


Lastimadas

25.11.25


A veces convertimos nuestras heridas en habitaciones donde nos quedamos demasiado tiempo. El auto compecimiento entra entonces como un huésped amable, dispuesto a justificarnos cada inercia, cada miedo. Pero ese perdón que nos ofrece no cura sino que más bien anestesia. Nos absuelve sin pedirnos transformación y por eso es innecesario al perdonar sin levantarnos, ya que la verdadera compasión no nos encierra sino que nos impulsa.



La curvatura de la Tierra

24.11.25


Descubrir que este planeta era curvo me costó noches de insomnio infantil. Pensar que había gente bocabajo sin caerse al vacío y admitir, demasiado pronto, la ilógica adulta. Uno crece aprendiendo que el mundo no encaja en la geometría de nuestros miedos.

Hoy acepto, sin más, que el universo es curvado, finito e ilimitado, una paradoja que no inquieta, porque ya no busco comprenderlo, sino apenas acompañarlo. Sé que la materia se dobla, que el espacio se hunde sobre sí mismo, que nada es recto salvo nuestra necesidad de orden.

Y también acepto que un día este globo terráqueo puede estallar, no sólo porque lo advirtiera Stephen Hawking, sino porque la fragilidad es quizá su destino cierto, el de una esfera minúscula suspendida en un abismo que no promete nada.

La curvatura de la Tierra ya no me quita el sueño. Lo que me asombra ahora es que sigamos aquí, aferrados a este punto ínfimo del Universo, como si lo infinito necesitara testigos.


Metido en el charco

23.11.25


Hay un charco en la noche que, en sus bordes, refleja la luz de la luna. Su silueta asemeja el bocadillo de un tebeo con la superficie oscura. Qué escribir dentro: la noche misma, el pensamiento del día que se va o el sueño que espera. La larga meditación del cuento que es la vida. Al final me doy cuenta que dentro de ese negro espacio estoy yo. Y entonces el charco trepida, no por ningún viento ni por mis pasos sino porque la figura que veo allí no coincide del todo conmigo. Me observo desde abajo, como si fuese una versión más sincera y menos contenida de mi propia sombra. Esa otra presencia me mira, paciente, esperando que descifre el mensaje que no sé formular. Me acerco más y más, hasta que el reflejo extiende un gesto que no recuerdo haber hecho jamás, hasta hacerme comprender que no es mi imagen lo que se oculta en ese fondo oscuro, sino mi futuro, una historia aún sin escribir que me mira desde el agua y aguarda a que decida qué poner en su bocadillo de tinta.


Quebrantamientos

22.11.25


Cada vez se hace más necesario que nos convirtamos en saboteadores de los algoritmos.


Principio de perplejidad

21.11.25


Existe un destino certero y luego está la incertidumbre de lo que somos.


Fabricantes de ignorancia

20.11.25


Hay ignorancias que nacen del descuido, y otras que se siembran con esmero. Vivimos rodeados de verdades a medias, de silencios convenientes, de datos que brillan para ocultar otros. Y en ese terreno fértil de la confusión florece lo que llaman agnotología, es decir el estudio de la ignorancia fabricada.

No se trata de la inocente falta de conocimiento, sino de un no saber cuidadosamente construido. Alguien decide qué se oculta, qué se tergiversa, qué se disfraza de duda. Y así, el desconocimiento deja de ser un accidente para convertirse en una herramienta.

La agnotología nos recuerda que la ignorancia también tiene autores. Son gobiernos que esconden, corporaciones que manipulan, discursos que nublan en lugar de iluminar, pero también somos cómplices, porque a veces preferimos la niebla a la claridad, el rumor a la verdad, la comodidad de no saber a la responsabilidad de entender.

El conocimiento libera, pero el exceso de ruido lo adormece. Por eso, aprender hoy no consiste solo en buscar lo que se sabe, sino en reconocer lo que nos quieren hacer ignorar. La agnotología es, en el fondo, una poética de la sombra, una invitación a mirar no solo la luz del saber, sino también las manos que la sostienen o la apagan.


La densidad de las palabras

19.11.25


Las palabras no son corchos que echas al agua y flotan. Tienen que tener un peso específico que las haga hundirse en nuestro interior. Solo así dejan sedimento, memoria, huella.

Las palabras ligeras resbalan, suenan, pero no tocan porque se las lleva el aire, como polvo que no encuentra superficie donde adherirse. Las otras cuya densidad la hace verdaderas, descienden lentamente hasta la zona donde la conciencia guarda su materia viva. Ahí, en ese fondo íntimo, empiezan a trabajar en silencio.

Una palabra con peso se densifica y nos obliga a detenernos, a respirar de nuevo, a reacomodar el mundo en torno a ella. A veces incomoda, a veces consuela pero siempre transforma, porque solo las que hunden en nosotros su gravedad son capaces de sostenernos.


Macilentos

18.11.25


No nos cansa la fatiga ocular sino aquello que deja de revelarnos su misterio. La mirada se agota cuando el mundo pierde su espesor, cuando los objetos ya no nos entregan su secreto y la realidad se vuelve superficie. La fatiga no nace de los ojos sino de la falta de asombro. Nada pesa más que lo que ya no tiene misterio porque cuando todo parece conocido, la vida se nos vuelve plana, inerte, sin relieve y, entonces, comprendemos que el cansancio no viene de la luz, sino de la ausencia de revelación. No nos cansa la fatiga ocular sino aquello que deja de revelarnos su misterio.


Un alto

17.11.25


Me sostengo, no sé, en la punta de algo, el punto más extremo de la evolución humana. No soy más que un espécimen, como otros miles de millones que viven en este planeta. Contemplo pues la cima de todo lo que nos ha traído hasta aquí. Y en mi conocimiento se mezclan aspectos horribles, aspectos hermosos, en una mirada única y disoluble en el tiempo. Y esa atalaya será ocupada por otros seres humanos que me sucederán porque somos un sustrato de la vida. Es desde esa conciencia enardecida desde la que me pregunto qué hago aquí.


El espectador

16.11.25


Me contó que su gran sueño, su única ilusión, era participar como público en un programa de televisión. Ser un obediente espectador que aplaude y se ríe cuando lo indica el regidor. Sería el súmmum de su existencia extasiarse ante presentadores y famosos. Sería feliz siendo público de televisión.

Y un día lo consiguió. Lo vi en la pantalla, en la segunda fila, sonriendo con devoción y aplaudiendo con fervor cada vez que la luz roja se encendía. Desde entonces no ha vuelto a salir de allí: cambia de programa, de canal, de época, pero siempre está sentado, mirando hacia un escenario que no termina nunca.

Dicen que, si haces zapping con atención, todavía se le puede ver, feliz, esperando la próxima orden del regidor.


El alivio de lo imposible

15.11.25


A veces sueño con cosas imposibles. No importa que no sean ciertas, bastan con que me sostengan en mitad de la cotidiana rutina, porque esos sueños inventan una fisura en el tiempo, un respiro para recordar que aún puede imaginar. Lo imposible cumple una función secreta que no es otra que la de mantenernos despiertos, ya que mientras la razón mide lo alcanzable, el sueño nos concede una leve fuga, un instante sin peso, en esos días en que la vida se vuelve demasiado real, y solo lo inasible nos devuelve la esperanza. A veces no soñamos para realizar los sueños sino para alivianar el peso de existir.


La trampa de la memoria

14.11.25


Hay recuerdos que creemos intactos, como fotografías protegidas por un cristal, pero basta tocarlos para descubrir que el vidrio es, en realidad, un pantano. La memoria, esa zona que suponemos firme, tiene la consistencia de las arenas movedizas y cuanto más intentamos sostenernos sobre ella, más nos hundimos. Idealizamos el pasado con la esperanza de que nos devuelva una versión coherente de lo que somos y, sin embargo, lo que guardamos no es lo que fue, sino lo que hemos sobrevivido en ser, y cuando nos empeñamos en rescatar la imagen precisa de un instante, esa misma precisión se convierte en trampa porque el recuerdo se resiste, se hunde, se escapa entre los dedos. Cernuda supo que el deseo termina disuelto en la memoria, como una figura que el agua borra. Borges advirtió que recordar demasiado puede ser un infierno: el exceso de pasado paraliza. Ambos comprendieron que el olvido no es un enemigo, sino un derecho y tal vez, por eso, la memoria no esté hecha para conservar, sino para arrinconar las cosas. Lo que se hunde en ella no se pierde pero se transforma en silencio, en sustancia de lo vivido. Y esa aceptación, más que un acto de renuncia, es una forma de paz.



El error que fuimos

13.11.25


Todos los errores cometidos nos han traído hasta aquí. Cada tropiezo, cada desvío, cada torpeza ha tejido, sin saberlo, la trama de lo que somos. Sin ellos, quizá habríamos sido una versión más pulida, pero también más ajena, más irreal, porque los errores no solo deforman el camino sino que lo revelan. Nos muestran el contorno de nuestras búsquedas, la medida de nuestros límites y, a veces, incluso el modo secreto en que la vida nos corrige sin decirlo. No hay destino sin falla ni aprendizaje sin caída. Sin los errores que fuimos, no existiría la verdad que hoy nos sostiene.


El puzle

12.11.25


Nunca terminarás de encajar todas las piezas del rompecabezas de tu vida. Siempre faltará una, o sobrarán dos. Y, sin embargo, seguirás ordenando los bordes, girando las figuras, buscando el fragmento que encaje con lo que fuiste. La vida no se completa: se sostiene en su hueco. Cada pieza ausente nos recuerda que seguimos vivos, que aún buscamos. El sentido no está en terminar el puzle, sino en mirar cómo la imagen, aun incompleta, sigue teniendo forma.


Cernudiana

11.11.25


El tiempo como una enredadera cubre de olvido los muros de todo lo sentido.


Replegarse

10.11.25


Veo el mundo sin verme en él y entonces lo comprendo porque mientras me miro, todo se distorsiona y las cosas dejan de ser y se vuelven puro reflejo. Solo cuando me retiro, el mundo recupera su forma. Por eso, tal vez, comprender no sea poseer ni juzgar, sino desaparecer un instante de aquello que se contempla. La verdad no se alcanza con la mirada, sino con la renuncia al yo que mira.


Invasiones

9.11.25



Durante muchos siglos la Gran Muralla China aguantó innumerables arremetidas mongolas pero con el paso del tiempo no ha podido contener las incursiones bárbaras de los turistas. Ahora llegan en oleadas, armados con cámaras, teléfonos y palos de selfi. No buscan conquistar territorios, sino encuadres. Allí donde antes resonaban ecos de guerra, hoy se escuchan clics y risas en todos los idiomas. Media guardia ha desertado y el resto de guardianes ha dejado de vigilar el horizonte y se dedica a controlar el acceso del wifi.


Recibimientos

8.11.25


La solidaridad es tantas veces criticada por quienes podrían ser sus beneficiarios, que asusta la honda ingratitud del corazón humano. Parece que ayudar se ha vuelto sospechoso y recibir, una herida al orgullo. Y olvidamos que la solidaridad no humilla sino que dignifica al que da y, por supuesto, al que acepta. Pero vivimos en tiempos donde la dependencia se confunde con debilidad y la empatía con ingenuidad, donar se interpreta como paternalismo y aceptar como derrota. Y sin embargo, toda sociedad se sostiene sobre el intercambio invisible del cuidado, porque nadie se salva solo, aunque a veces la autosuficiencia lo disfrace de virtud. Quizá el verdadero desafío no sea aprender a dar, sino reaprender a recibir y a reconocer en el gesto ajeno no una ofensa, sino una forma de humanidad compartida. Recibir con gratitud también es una forma de dar.


Inventario de las cosas impensadas

7.11.25


El pensamiento humano ha conquistado casi todo, salvo el misterio de lo que no puede pensar. Y quizá en ese límite invisible habite la conciencia de que siempre habrá algo que aún no hemos pensado. Pongamos en duda que el pensamiento sea la cima de la conciencia sino su base porque, aunque hayamos pensado en dioses, en átomos, en universos paralelos, en el infinito, en la trascendencia o las máquinas que por nosotros actúan, deben de existir zonas del ser todavía no tocadas por mente alguna.

Un sentimiento sin cuerpo.
El silencio sin sonido.
El deseo de una inteligencia que no necesita desear.
Cómo nos percibe la materia.
El tiempo contándose a sí mismo.
El morir de la muerte cuando nada exista.
La desaparición de todo lo no aparecido.

Al nombrar en lo que no se ha pensado ya deja de ser impensado. Nombrar lo impensado es ya una forma de pensarlo pero aceptar que algo permanece más allá del pensamiento es lo que mantiene viva la inteligencia humana.


El instante eterno

6.11.25


No existe nada más eterno que el instante que vivimos. El resto tanto pasado como futuro son ficciones de la mente, un registro y un bosquejo. Solo el presente tiene cuerpo, solo en él respiramos conciencia.

El instante no dura, pero deja huella. En su brevedad se condensa la memoria, el deseo, la cognición del ser. Su eternidad no proviene del tiempo, sino de la intensidad.

Cuando un momento nos atraviesa plenamente, el reloj se detiene no porque el tiempo cese, sino porque dejamos de medirlo. Esa suspensión es el territorio de lo intenso, el punto donde la vida y la eternidad se lían y aunque busquemos la permanencia en lo que dura, lo eterno habita en lo que sucede y se marcha. La eternidad no está en el infinito, sino en el ahora consumido. Vivir es conceder al instante la dignidad de lo imperecedero.


El arquitecto de las ideas

5.11.25


Tuve dos vocaciones de juventud: ser poeta y ser arquitecto. Emborroné cuadernos, regalé malos versos e insistí hasta que el tiempo me hizo flojear de aquel empeño. También diseñé edificios y soñé imaginativas construcciones mientras estudiaba Delineación, pero nunca alcancé aquella meta. De la primera ambición ya me curé, aunque no del todo, porque dicen que los poetas nunca se remedian, solo se transforman, y ahora, sin proponérmelo, me realizó en la segunda.

Igual que un arquitecto que diseña obras de arte y tiene un gran equipo que las realiza, técnicos que hacen los cálculos, obreros que la levantan, ahora me he convertido en un arquitecto de las ideas que proyecta estructuras invisibles que ya no se construyen en piedra, sino en el pensamiento, con miles de máquinas inteligentes que las construyen, que las revisten, que las detallan, según mi plan director de la obra.

La inteligencia artificial ha desplazado las manos, pero no el gesto creador. Esas máquinas no son mis obreras ni mis sustitutas, sino los instrumentos con los que mi pensamiento se vuelve materia. Como todo buen arquitecto, debo saber cuándo intervenir y cuándo dejar que la obra se construya sola. Quizá esa sea la paradoja de nuestro tiempo: las ideas todavía necesitan un arquitecto, aunque el edificio ya se levante sin manos humanas. El diseño imaginativo sigue siendo un acto de pensamiento humano.

Desde los primeros filósofos del siglo XX, la relación entre el ser humano y la técnica ha sido una de las grandes cuestiones del pensamiento. No se trata solo de cómo usamos las herramientas, sino de cómo las herramientas nos piensan a nosotros.

Martin Heidegger, en ‘La pregunta por la técnica’, afirmaba que el peligro no está en las máquinas, sino en la manera en que nos relacionamos con ellas: cuando dejamos de verlas como medios y empezamos a pensar como ellas. La técnica, decía, no es un instrumento, sino una forma de desocultamiento, una manera de revelar el mundo. En ese sentido, el arquitecto de las ideas no es esclavo de sus máquinas, sino su guía ontológico, el que decide qué debe ser revelado.

Al respecto, Walter Benjamin advirtió que la reproductibilidad técnica transformaba la experiencia del arte, pero también democratizaba el acto creativo. La obra ya no depende solo del genio individual, sino de un tejido colectivo de medios, dispositivos y miradas. Algo parecido ocurre con la inteligencia artificial donde el creador sigue existiendo, pero ahora su taller es el universo digital.

Más tarde, Gilbert Simondon entendió la técnica como una forma de individuación donde cada herramienta encarna un fragmento de pensamiento humano en evolución. Crear con máquinas no significa perder autonomía, sino extender la mente hacia otros materiales de lo posible.

En ese horizonte, El arquitecto de las ideas no plantea una nostalgia por el pasado artesanal, sino una continuidad espiritual en el acto de proyectar, de concebir formas, de imaginar estructuras, sigue siendo profundamente humano. Porque mientras haya alguien que trace el plano invisible de una idea, la técnica. por muy autónoma que parezca, seguirá siendo una obra del pensamiento en construcción.


Saludable creatividad

4.11.25


Vivimos rodeados de discursos sobre productividad, innovación y rendimiento. Sin embargo, casi nadie habla de creatividad en su sentido más humano: como una forma de libertad interior. Crear no es solo inventar algo nuevo, sino abrir espacio donde antes solo había rutina, obediencia o miedo.

Una mente caótica en una vida ordenada es una suerte porque en el caos interno impide que la existencia se endurezca, que la costumbre adquiera la forma de destino. La creatividad es esa grieta luminosa por la que entra el aire del asombro.

Ya Gilles Deleuze y Félix Guattari advirtieron que no nos falta comunicación, sino creación. En una época saturada de mensajes y datos, la resistencia más profunda no está en hablar más, sino en imaginar distinto. La entereza imaginativa ante lo actual es lo que alivia su peso, lo que nos salva del conformismo que disfraza de normalidad lo intolerable.

Erich Fromm escribió que la creatividad requiere el valor de desprenderse de las certezas, ya que toda invención nace de una pérdida y solo quien se atreve a soltar los mapas encuentra caminos nuevos. La perplejidad, lejos de ser debilidad, es una forma de inteligencia, la que sabe vivir sin saber del todo.

Frente a un sistema que todo mide y anticipa, solo dos actitudes mantienen viva la dignidad del pensamiento, la creatividad y la subversión, hermanas del mismo gesto de negarse a repetir. Fomentar la imaginación en la niñez no es un lujo educativo, sino una urgencia moral. Un niño que imagina será un adulto que sobrevive, no porque tenga respuestas, sino porque sabrá inventarlas.

Adivinatorias

3.11.25


Imaginamos el porvenir con los ojos del presente, con los mismos temores y deseos que nos limitan hoy. Confundimos proyección con comprensión, como si ver más lejos fuera entender mejor. Pero el futuro no se deja adivinar: se inventa, se desvía, nos desmiente. Quizá lo más sabio no sea intentar verlo, sino aprender a recibirlo sin la soberbia de creer que ya lo conocemos. El problema de pronosticar el futuro es que caemos en nuestra propia miopía.


El charco

2.11.25


El niño chapotea con sus botas de agua en un charco formado por la lluvia. Aparentemente sin ningún peligro da saltos de alegría, hasta que en un momento el charco se hace profundo y el chaval se sumerge en él. Después la superficie del agua como un espejo queda aquietada y refleja un cielo. Nadie lo vio desaparecer, pero a veces, cuando llueve, se oye una risa lejana que brota desde los charcos, como si el niño siguiera saltando al otro lado del mundo.


Ensanchar la libertad

1.11.25


La libertad no siempre se alza, a veces se dilata como el aire que entra hondo después de mucho contenerlo. Se ensancha cuando caminamos sin prisa, cuando escuchamos sin miedo, cuando dejamos de obedecer al ruido. Ensanchar la libertad es también agrandar la libertad del pensamiento, permitirle desviarse, dudar, contradecirse sin culpa. Es dejar que la mente respire sin dogma, que la idea no se vuelva trinchera, que la palabra no sea jaula. Ensanchar la libertad es permitir que la vida respire por dentro sin mandato ni miedo, convirtiendo lo cotidiano en un territorio donde la ideas puedan moverse con naturalidad. Quizá la libertad no sea una conquista sino un ensanchamiento como se expande la luz en la mañana.


Decires

31.10.25


A veces hablamos mucho, pero decimos poco. Contamos historias, compartimos detalles, llenamos silencios y, sin embargo, lo esencial queda guardado. Hay muchas cosas que contar y pocas que decir, porque lo que de verdad importa no siempre necesita palabras.

Vivimos en tiempos donde todo se muestra, todo se dice, todo se publica. Queremos compartir cada momento, cada pensamiento, cada emoción. Pero en medio de tanto ruido, a veces perdemos la profundidad de lo que sentimos. Nos acostumbramos a narrar sin realmente decir, a llenar los espacios con palabras que no siempre nacen del alma.

La narrativa de nuestros días es que hablamos más que nunca, pero escuchamos menos, contamos mucho y conectamos poco. Nos volvemos expertos en mostrar vidas completas y, al mismo tiempo, en esconder lo que verdaderamente nos pasa por dentro. Lo esencial es esa emoción sincera, esa palabra honesta, ese silencio que dice más que mil frases se queda ahí, esperando un momento de calma para salir.

Tal vez por eso, cada vez valoramos más esas conversaciones pequeñas donde alguien no intenta impresionar, sino simplemente compartir lo que siente. Donde no hay filtros ni frases armadas, solo presencia, porque al final, no se trata de tener mucho que contar, sino de tener algo que realmente decir.



El espejismo del deseo

30.10.25


Los seres humanos pasan media vida anhelantes y la otra media desencantados por no conseguir sus deseos. Quizá el error no está en el deseo mismo, sino en el modo de imaginarlo como una promesa de plenitud, cuando en realidad es apenas una chispa que nos mantiene en movimiento. Deseamos con la ingenuidad de quien cree que alcanzar algo equivale a entenderlo, y al tenerlo, descubrimos que nada se colma del todo. Así vivimos, alternando entre la esperanza y la desilusión, sin advertir que lo más vivo ocurre en el tránsito, en la tensión entre lo que falta y lo que se tiene. Tal vez la sabiduría consista en reconciliarse con el deseo como un estado permanente, no como una carencia, sino como una forma de estar en el mundo, atentos, abiertos, incompletos, pero conscientes de que el anhelo también es una manera de existir.


Saciedades

29.10.25


Busco algún lugar donde la gente esté cansada de ser feliz. Tal vez exista un rincón del mundo donde la felicidad no sea una obligación, donde nadie tenga que sonreír para demostrar que todo está bien. Un lugar donde la alegría no se mida en fotos ni en promesas de plenitud constante.

Allí, quizás, las personas comprendan que estar cansado también es una forma de vivir, que la calma puede ser más profunda que la euforia, y que no hay vergüenza en sentir el peso de existir.

Busco ese lugar no por desesperanza, sino por descanso. Porque incluso la búsqueda de la felicidad cansa, y a veces uno solo quiere sentarse un rato a mirar cómo pasa la vida, sin tener que ser feliz todo el tiempo.


Alucinaciones azarosas

28.10.25


Tendemos a pensar que un destino diferente al que nos rige nos libraría de soportar nuestras limitaciones. Imaginamos vidas paralelas donde nuestras decisiones fueron otras, donde el azar jugó distinto. Nos decimos que, en ese otro lugar, seríamos más libres, más sabios, más completos.

Pero incluso en esos escenarios inventados donde todo aparecería distinto ¿seguiríamos siendo nosotros, con nuestras mismas grietas, miedos y vacíos? ¿cambiar el contexto no borra la esencia o solo la desplaza?

Los contextos donde podemos reubicar mentalmente nuestro azar pueden parecer infinitos, pero todos terminarían por revelarnos el mismo rostro, ese de nuestros propios límites. ¿Escapamos del destino o solo cambiamos de paisaje?

Quizá la libertad no consista en huir de lo que somos, sino en aprender a habitarnos sin querer ser otros, reconciliarnos con el azar que nos tocó vivir y hacerlo parte de nosotros, no como un sometimiento sino como una revelación existencial.


Ruborescencias

27.10.25


Existen gestos mínimos que revelan más de lo que aparentan. Que alguien se ruborice delante de ti por algo que has dicho o hecho es un instante de verdad, un temblor humano que no se puede fingir. En ese leve enrojecimiento del rostro, llamarada contenida, asoma la parte más sensible y encantadora de las personas. El rubor es una confesión sin palabras, un modo de decir ‘esto me toca’ sin necesidad de explicaciones. Su aparición rompe la superficie del control, deja salir al alma por la piel. Por eso es tan valioso, porque en tiempos de máscaras y poses, ruborizarse es un acto de transparencia, es pintarse con el color de la atmósfera del corazón. Y en esa breve tonalidad rosada, la vida se declara viva, vulnerable, verdadera.


Llegadas

26.10.25


La mujer que viene a verme todos los atardeceres no tiene nombre o quizás lo tenga pero es impronunciable. Es muy atenta conmigo y me habla de cosas imposibles, no porque no puedan ocurrir sino porque cuando pasan todo se detiene y no puedes respirar y se va la luz.

A veces entra sin hacer ruido, como si atravesara las paredes. Se sienta a mi lado y me toma la mano. Sus dedos están fríos, pero no me incomoda. Dice que el tiempo no es una línea, sino una cuerda que se puede tensar o soltar, y que a veces ella viene de un nudo de esa cuerda. No sé si entiendo lo que dice, pero su voz me calma, como si me hablara desde dentro de mi propio sueño.

Le pregunto si volverá mañana. Sonríe sin mover los labios. Luego, todo se apaga. Cuando despierto, la habitación huele a frangipani y hay una silla vacía junto a mi cama.


Aparcados

25.10.25



Tuve la suerte en mi infancia de convivir y disfrutar de mi abuela materna, era como la madre buena que nos protegía y nunca nos regañaba. La vi expirar un día, ya casi nonagenaria, como quien se duerme. Nunca la hubiera imaginado en una residencia para personas mayores.

Las residencias de ancianos son la muestra silenciosa del fracaso de la evolución humana. Allí donde deberíamos haber aprendido a cuidar, a corresponder, a acompañar el tiempo que se apaga con ternura, hemos levantado muros. Un sistema que aísla, que encierra, que aparta de los afectos a quienes alguna vez nos dieron el mundo.

El trabajo moderno, con sus ritmos implacables, con su dictadura de horarios y de urgencias, nos ha condicionado hasta volvernos ciegos. Hemos organizado la vida en torno a la productividad, no al afecto. Y así, sin darnos cuenta, la presencia se volvió un lujo, el cuidado una tarea delegada, el amor un trámite pendiente.

Les llamamos ‘centros de atención’, pero son lugares donde la vida se administra, no se comparte. Hemos aceptado, casi con alivio, que el deber laboral justifica la distancia, que la vejez puede externalizarse, que el tiempo con los nuestros puede aplazarse indefinidamente. En nombre de la eficiencia, sacrificamos el contacto humano, convencidos de que el progreso nos absuelve.

Y al final, el ser humano termina recluido en un espacio aséptico, ajeno a los suyos, rodeado de rutinas que no le pertenecen. Es el precio que pagamos por confundir el trabajo con el sentido, la velocidad con la vida, la productividad con la plenitud. Quizá un día entendamos que no hay futuro posible si no sabemos habitar el final con amor, ni presente digno si el trabajo nos roba la ternura.



¿Adónde va el tiempo que se va?

24.10.25


El tiempo no se pierde, se posa. El tiempo que fluye hace mudanza de piel y se esconde en las cosas que amamos. Se queda en la huella de una voz como la pisada en la arena, en la curva de una tarde como una ecuación de lo bello, en el gesto mínimo con que decimos adiós sin saberlo.

El tiempo que se va se adormece en los objetos más cercanos, como el eco del calor de la mano que coge una taza, en la mirada perdida que ya no vuelve, en la respiración serena al borde del silencio.

Tal vez el tiempo no pase y tal vez solo pasemos a través de él, dejando hilos de luz en su corriente. Y cuando preguntamos adónde va, es porque sentimos que una parte de nosotros también se aleja, flotando suavemente hacia ese lugar donde todo lo vivido sigue siendo presente, pero en otra forma. Quizá el tiempo no vaya a ningún lugar.


Desapariciones

23.10.25


Veo el mundo sin verme en él y entonces lo comprendo, porque eso exige desaparecer un poco. Mientras el yo ocupa el centro de la mirada, todo se distorsiona y así juzgamos, comparamos, esperamos que el mundo se parezca a lo que deseamos. Pero cuando logramos apartarnos, cuando dejamos de mirarnos en cada cosa, el mundo se vuelve claro, sereno, casi transparente, y cuando mengua el ego aparece la comprensión. No porque el mundo cambie, sino porque por fin dejamos de usarlo como espejo. En ese instante, ver deja de ser un acto de posesión y se convierte en un hecho de presencia. Y entonces, sin buscarnos, nos encontramos.


Garabatos

22.10.25


La escritura manual confiere a quien la practica el papel de amanuense de su propia vida. Mirar la caligrafía de otros es como asomarse a la respiración de su alma. Cada letra, un latido; cada trazo, un temblor del ser sobre la página. Pero esa experiencia se ha ido desvaneciendo, convertida en fósil desde que los ordenadores asumieron el oficio de taxidermistas de la grafología.

Donde antes el pulso dejaba su huella, su vacilación, su impulso, su herida del pensamiento, hoy gobierna la practicidad perfecta de las grafías, porque las letras ya no brotan, solo se plasman. Y así, el texto se vuelve un cadáver elegante sin voz ni tacto.

Escribir a mano era un acto de encarnación donde la tinta se confundía con el pulso de la mano y el papel era la piel donde quedaba inscrito el instante. Ahora, frente a la pantalla, la palabra ya no nos toca y somos ecos uniformes en una tipografía sin cuerpo, fantasmas que escriben sin dejar su impronta personal.



Entre dos corazones

21.10.25


A veces sentimos que vivir plenamente es un acto de equilibrio delicado y nos da por abrirnos a los demás, entregarnos, amar y conectar con intensidad, pero también anhelamos protegernos, mantener nuestra paz y cuidar nuestra felicidad personal. Es como si nuestro corazón tuviera que dividirse entre dos funciones, la que nos permite sentir sin miedo y la que nos resguarda del dolor.

La vida nos enseña que entregarse implica vulnerabilidad. Amar con sinceridad significa exponerse, arriesgarse a la decepción, a la pérdida, a la herida. Pero vivir únicamente para protegernos, estando cerrados, insensibles y prevenidos, nos priva de la riqueza de las emociones profundas, de la magia de los vínculos auténticos, de la intensidad de los afectos que nos hacen sensiblemente humanos.

Encontrar el equilibrio no es fácil, pero es posible. Significa aprender a cuidar nuestra felicidad sin renunciar a la cercanía, a la confianza y al amor. Significa poner límites cuando es necesario, elegir con quién compartimos nuestro corazón, pero también atrevernos a sentir, a emocionarnos y a conectar genuinamente con esas personas.

Vivir entre dos corazones, entonces, no es una fantasía imposible. Es la habilidad de protegernos sin dejar de amar, de conservar nuestra serenidad mientras nos abrimos a los demás, de ser conscientes de nuestra vulnerabilidad sin permitir que nos paralice. Es aprender a dosificar, a equilibrar la entrega y la reserva, la pasión y la prudencia.

En este equilibrio radica la plenitud de vivir con intensidad sin perderse en el riesgo, amar sin renunciar a la propia felicidad, y descubrir que la vida más rica es aquella en la que nuestros dos corazones, el de la prudencia y el de la entrega, laten juntos en armonía.


Acelerados

20.10.25



Cada salto generacional parece más radical y extremo que el anterior. Entre abuelos, padres y nietos se abre una distancia que ya no mide solo el tiempo, sino la velocidad con que se asimilan las nuevas herramientas. En pocas generaciones se ha pasado de escuchar la radio y cuidar con esmero el tocadiscos, a rebobinar casetes, a navegar por catálogos infinitos de música digital, que se actualizan antes de que terminemos una canción, prisioneros de la abundancia.

La escritura también se ha comprimido hasta volverse casi fantasmal y del garabateo manual se saltó al teclado metálico, del procesador de texto al archivo que se desvanece en la nube, para acabar en la autoedición instantánea. Lo que antes era un oficio paciente, lineal y lento, se ha convertido en un vértigo de novedades que mueren al nacer, incapaces de dejar huella en el tiempo que las devora antes que se vuelvan obsoletas e incomprendidas.

Hartmut Rosa llamó a este fenómeno aceleración social, una expansión de la vida que no amplía la experiencia, sino que la fragmenta. En la prisa por conectarnos, dice, nos alienamos del mundo y de nosotros mismos. Frente a esa pérdida, su propuesta de la resonancia busca reencontrar una relación sensible con lo que nos rodea. Otros pensadores coinciden en la urgencia de reconstruir vínculos significativos, de volver a un ritmo donde la existencia pueda sentirse y no solo medirse.

La generación actual, perdida en ese vértigo perpetuo, debería aprender a demorarse en los márgenes. Quizás el sentido no esté en correr más rápido hacia ninguna parte, sino en volver a oír ese eco que es el rumor del mundo que aún quiere hablarnos antes de que el ruido de la velocidad lo borre para siempre.



Un sueño recurrente

19.10.25


Acudía siempre a ella la misma pesadilla. Algún episodio de su vida ya superado, pero que resultó estresante, volvía a aparecer y ella estaba atrapada en mitad de aquel escenario, angustiada porque no podía estar volviendo a suceder.

Laura Méndez, era una profesora cuarentona de Lengua y Literatura que trabajaba en un instituto público y compartía su vida con Iván, un músico que solía componer de madrugada. Aquellas noches en que los acordes del piano la despertaban, Laura se quedaba inmóvil, intentando distinguir si lo que la había sobresaltado era el sonido del instrumento o el eco del sueño.

El escenario onírico variaba poco. Un aula vacía, un examen olvidado, un amor juvenil que la miraba desde el pasado con reproche. Todo parecía un bucle sin salida, una repetición absurda de lo que creía enterrado. Sin embargo, cada mañana, al despertar, sentía que algo del sueño se había filtrado en la vigilia, como una mancha de tinta en las páginas de su presente. Iván decía que los sueños eran solo ruido del cerebro y ella sospechaba que eran mensajes del tiempo, recordatorios de lo que aún no se había perdonado.

Otra noche más, Laura volvió a soñar. El aula estaba vacía como siempre, pero sobre la pizarra alguien había escrito con tiza la palabra ‘Despierta’. Avanzó entre los pupitres, notando que el suelo se ondulaba como agua bajo sus pies. Afuera, por las ventanas, no se veía el patio del instituto, sino un paisaje que no conocía. Era un campo cubierto de partituras flotando al viento. Reconoció una melodía. Era la que Iván solía tocar en la habitación contigua. Se acercó a una de las hojas y la tomó entre las manos. Las notas comenzaron a brillar, y de pronto, el aula se transformó en una vasta laguna iluminada por lunas.

Laura se vio a sí misma en la superficie del agua, pero no era la mujer de ahora sino aquella niña que había sido, la que temía fallar, la que aún no sabía perdonarse. La pequeña le sonrió y susurró que aquello no estaba pasando, que era un recuerdo enquistado. Entonces todo se disolvió en una claridad sin bordes. Cuando despertó, Iván dormía a su lado y el piano mudo. En el silencio, Laura comprendió que la pesadilla había terminado: el sueño la había devuelto al origen para dejarla, por fin, en paz o no.