—Cuando uno tiene que explicar la vida es cuando se plantea su fracaso —dijo sin mirar mientras atendía a su faena.
—¿Merece, entonces, la vida una explicación —preguntó su compañero.
—Merece, al menos, un desahogo. La satisfacción de haberse cobrado un tiempo cuando las cosas parecen importar.
—El resto, como respalda nuestro invitado, es pura fantasmagoría —expuso mientras señalaba el cuerpo inerte.
—Sólo yo sé de mi nada, sujeto a mi conciencia interna.