«El placer contiene en sí el germen del dolor, pues produce una posibilidad de conciencia que no sólo destruye su plenitud sino que pone de manifiesto su insuficiencia e introduce una duda que lo socava. Esta conciencia que reflexiona sobre el placer es el origen de la moral y recorrerá un camino penoso: la inminencia de la sanción, el remordimiento, el desconsuelo y el sentimiento de lo irreversible», escribió en La mala conciencia Vladimir Jankélévitch. Trágico destino humano que camina su existencia con tan pesada carga.
Trastornos
2.3.09
«El placer contiene en sí el germen del dolor, pues produce una posibilidad de conciencia que no sólo destruye su plenitud sino que pone de manifiesto su insuficiencia e introduce una duda que lo socava. Esta conciencia que reflexiona sobre el placer es el origen de la moral y recorrerá un camino penoso: la inminencia de la sanción, el remordimiento, el desconsuelo y el sentimiento de lo irreversible», escribió en La mala conciencia Vladimir Jankélévitch. Trágico destino humano que camina su existencia con tan pesada carga.
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Viceversa: el dolor contiene en sí el germen del placer, porque produce una posibilidad de conciencia que no sólo construye la plenitud de ese placer, sino que pone de manifiesto la suficiencia divina e introduce una certeza que lo proclama. Esta conciencia que reflexiona sobre el dolor es también origen de la moral y recorrerá un camino jubiloso: la inminencia de la confianza, el consuelo y un sentimiento reversible que toda dicotomía resurge
Jankélevitch,a quien no he conocido hasta hoy, no deja de ser un hombre, un punto de vista, una excusa perfecta para la reflexión, pero identificarse con él es una mera elección. Como cualquier otra.
"que de toda dicotomía resurge"
Nos duele ser felices, sin duda. Y más aún si nos damos a la malsana e injusta manía de las comparaciones. Parece como si tuviéramos que pedir perdón por ser felices; cuando en realidad habríamos de pedirlo por imponer nuestra desgracia a los demás, a los que, sin embargo, les servimos en bandeja una oportunidad para practicar la empatía o la caridad, según se mire.
Con este argumento seguro que Bergman hubiera hecho una película de esas que a mí me encantaban con mucho sentimiento de culpa, incapacidad para el placer, pulsiones autodestructivas, resentimientos y reproches. Me gusta como lenguaje cinematográfico pero seguro que no escojo a este tal Jankélévitch como autor de cabecera. Un saludo.
Hasta el placer se hace trágico visto de este modo. Mejor será no mirar más allá de un beso.
Besos lunáticos.
¿Pero siempre pasa eso?
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