La excelencia en la escritura es un acto y siempre es el momento de actuar.
Dignidades
27.4.23
Etiquetas: acto, aforismo, escritura, excelencia
Estancados
26.4.23
Etiquetas: aforismo, despropósito, mundo
Secundario
23.4.23
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Invariables
17.4.23
Etiquetas: aforismo, avanzar, movimiento, pensar
Gramática salvaje
16.4.23
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Embebedores
15.4.23
Etiquetas: actualidad, aforismo, anulación, succionar
Resbaladizos
14.4.23
Inauditos
13.4.23
Etiquetas: aforismo, desconcierto, futuro
El patio de los ahorcados
12.4.23
De niño, curioseábamos por las tapias del cementerio y recorríamos sus patios luminosos llenos de flores secas, mustias o frescas todavía tras un reciente sepelio. Mirábamos las fotografías en blanco y negro o sepia, con los rostros de los difuntos cuando eran seres vivientes. Nos deteníamos a cuchichear al reconocer el retrato de algún personaje adherido a la lápida o sabíamos de alguna tragedia ocurrida por la que dejó de existir.
Debatir sobre la muerte causaba, en nuestras cabezas infantiles, un efecto de temor por qué dios nos esperaría en el más allá, y de incomprensión e indolencia al no ser ningún familiar o persona conocida.
Especialmente desconcertante nos parecían los fallecimientos de los niños atropellados, caídos en lugares mortíferos o víctimas de enfermedades incurables, por las que cruzábamos los dedos para que no nos tocara padecerlas en suerte.
Pero la expedición al camposanto tenía dos puntos de observación macabros: la sala de autopsias y los terribles manejos forenses con prácticas descuartizadoras de cuerpos, en la búsqueda de la verdadera causa del óbito y, por supuesto, el patio de los ahorcados, cerrado por una gruesa puerta metálica y que, para observar su interior, debíamos escalar las encaladas paredes.
Una vez encaramados arriba del muro siempre me invadía la tristeza. Era un espacio desahuciado de flores y más bien oscuro, donde suponíamos que estaban las personas que se ahorcaban, las que se envenenaban, se desangraban o se despeñaban por un tajo.
Parecía como si estuvieran castigados para que nadie pudiera ver el terrible delito de haber decidido morir, y que no lograron hacerlo sobre sus vidas.
Igual todas las personas llevamos un suicida hibernado dentro de nosotros como nos recuerda el filósofo Émile Cioran: «Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera. Sin la idea del suicidio, si no fuera por la posibilidad del suicidio, ya me habría matado».
Etiquetas: ahorcado, cementerio, historias, reflexión
Restando
11.4.23
Etiquetas: aforismo, conocimiento, saber
Combinatoria
10.4.23
El resplandor del oro no: el brillo en la mirada, el destello en la sonrisa, el fulgor en lo amistoso.
Domingo de resurrección
9.4.23
El timbrazo repentino la sacó del sopor transoceánico del almuerzo.
Abrió la puerta para encontrarse con un rostro joven de mujer, bastante
arreglada y que sostenía una carpeta bajo el brazo. Seria, elegante, el pelo
recogido y una actitud de serena firmeza en su mirada.
—Dígame que quiere —la interrogó.
—Buenas tardes. Vengo porque es la fecha según queda
registrado en la póliza.
—¿La póliza?
—Sí, la de doña Lucía Salmerón.
—¿La abuela? ¿qué le ocurre a la abuela?
—Es el día fijado y acudo a realizar el papeleo.
—¿Qué momento?
—Bueno —carraspeó—. El momento del sepelio. Lo siento.
—Pero, cómo… —balbució desconcertada, pensando a la vez si
sería una broma o estaba ocurriendo en realidad.
—Ya sabe, hay que hacer los trámites. Decidir si quieren
enterramiento o incineración, el tipo de féretro, si van a querer que la
arregle la tanatoesteticista…
—Pare, pare, pare, ¿me habla del entierro de la abuela? Si
está ahí tan tranquila sentada en el salón, viendo la tele.
—Ya, lo siento mucho y la acompaño en el sentimiento, pero
le ha llegado su hora.
—No puede ser, esto es un programa de esos de cámara oculta,
¿verdad? —y miró confundida en derredor.
—Tranquilícese, entiendo que es doloroso, si bien todas las
personas tenemos nuestro día señalado.
—Mire, no sé si reír o llorar o lanzarla a usted por el
hueco de la escalera —manifestó irritada.
—Solo he venido a que firme estos papeles, es un puro trámite,
aunque sea la muerte de su abuela.
—Es mi madre, tiene noventa años y está vivita y coleando. Y
usted se la quiere cargar.
—No se equivoque señora —indicó subiendo en tono—. No quiero
matar a nadie, simplemente cumplo con mi trabajo y aquí dice que doña Lucía
tiene que fallecer hoy.
El texto de la vida se reveló antes sus ojos y se dejó
vencer por una sensación como de torbellino cuya gravedad te hunde en su
agujero, mezclándose lo real y lo soñado de quien no entiende muy bien por qué
cuesta tanto despertar.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos