Cercanías

15.10.25


Es mejor no despegarse demasiado de aquello que se quiere. La proximidad constante con lo amado nos recuerda el valor de lo que poseemos y nos enseña a cuidar aquello que, a fuerza de cotidiano, corremos el riesgo de olvidar. Permanecer cerca no es un acto de dependencia, sino un gesto de atención. Los afectos, como los jardines, necesitan ser regados con la paciencia de lo cotidiano. En ocasiones basta la mínima distancia para comprender que ninguna seguridad es eterna, que el cariño se sostiene en los pequeños gestos, en la voluntad de estar y de aceptar al otro tal como es, con su misterio intacto. Mantenerse próximo es también una forma de gratitud con la que agradecer por lo que la vida nos concede y por quienes, sin promesa ni obligación, eligen quedarse cercanos. Gaston Bachelard, desde su poética del espacio, afirma que la proximidad también es una forma de morada. Lo amado construye para nosotros una casa invisible, un refugio que no se mide en metros, sino en afecto. Estar cerca es volver siempre a ese lugar donde el alma descansa. Quizá la proximidad no sea solo un gesto afectivo sino una manera de cuidarse, atenderse y agradecerlo. Permanecer cerca es agradecer que todavía exista un lugar o alguien al que regresar.


Cansancio de saber

14.10.25


A veces abruma intentar comprender todas las cosas y, entonces, se entiende que el conocimiento es algo agotador. Vivimos en un tiempo que ha hecho del saber una obligación, del pensamiento un rendimiento y de la comprensión un modo de control. Nos sentimos responsables de entenderlo todo, incluso aquello que apenas puede ser sentido.

Cioran decía que se enferma de lucidez por pensar demasiado porque el conocimiento, más que redimir nos extrae el sosiego animal condenándonos a un exceso de conciencia que termina por consumirnos. Quien piensa sin tregua acaba percibiendo el vacío que sostiene las cosas, y ese vértigo no tiene cura.

Pero frente a una lógica agotadora de la explicación total hay quien propone una línea de fuga que se escapa de todo sistema cerrado. No se trata de dominar lo real, sino de habitarlo, de crear nuevas formas de vida en lugar de intentar descifrarlas todas.

Tal vez el agotamiento que sentimos al intentar comprenderlo todo provenga de la tensión entre saber demasiado y lo que creemos entender.

Saber que el conocimiento tiene límites nos devuelve una cierta ternura por lo incomprensible. No todo lo que existe está hecho para ser explicado porque algunas cosas solo pueden acompañarse en silencio. Quizá la auténtica lucidez no consista en saber más, sino en saber detenerse, en dejar que el misterio siga respirando por nosotros.


Catárticos

13.10.25


Quien escribe no comunica: se purga. La escritura no siempre nace del deseo de ser comprendido, sino del impulso de ordenar el caos interior. Contar lo que ocurre sería narrar un hecho; escribir, en cambio, es transformarlo. El escritor no busca testigos, solo persigue sombras. Por eso escribir es un acto profundamente solitario y autárquico, una conversación con lo que dentro de uno aún no tiene nombre. Lo que se comparte después es apenas un residuo, una piel que ha mudado. La paradoja de este asunto es que cuanto más se escribe para sí, más próximo se está de los otros. Porque lo personal, destilado en palabras, se vuelve universal. Así, quien escribe no cuenta lo que le ocurre, sino lo que le ocurre al hecho de ocurrir. No relata su vida, más bien la piensa, la deforma, la interroga hasta que deja de doler o hasta que duele con belleza.


Primer amor

12.10.25


En un corro improvisado los quinceañeros se abrazan. Lloran en llanto solidario tratando de empatizar con el sentimiento de uno de ellos a quien abandonó su chica. El dolor del amigo es un drama en sus vidas. Por eso deciden ir a jugar al fútbol. La mancha de una mora con otra verde se quita.


No Nobel

11.10.25


¿Quién me mandaría a mí meterme en el berenjenal de la escritura? Es algo enfermizo ahora que lo miro desde esa cumbre que es la edad. No me ayuda a resolver problemas, no me hace ganar dinero, me procura bastante torpeza frente a otras habilidades sociales y me frustra cuando no logro la perfección creativa. Igual es que cuando dan el premio Nobel de Literatura y no suena mi nombre, me deprimo, o me vengo abajo cuando leo entrevistas de autores rutilantes que ganan mucho dinero. Puede que sea eso o que debo enfrentarme a la ardua tarea de estar vivo y resolver angustiosos asuntos burocráticos. Ahí sí que hay buena literatura, en esos despachos y en esos retruécanos administrativos, cómo para escribir de ellos en placentera e inútil venganza.


Destripamiento

10.10.25


Nunca he tenido un diario, al modo tradicional, digo, aunque siempre he escrito hasta en las paredes si era necesario. Ahora este blog cada vez se parece más a un espóiler de mi vida, maravillosa mientras sea vida, pero puñetera en cuanto a consecuciones artísticas. El ser humano tiende a hacer analogías y comparaciones y quienes tecleamos y garabateamos palabras también. Lo solemos hacer fantaseando con cuantas personas han parido libros y sus nombres han quedado como marcados en el cielo de la literatura como rutilantes estrellas. A mí me pasa y por eso me estrello contra la realidad tantas veces, o me pasaba, hasta que te das cuenta que tu eres un yo propio escritural distinguible de otros también singulares.

Y entonces entiendes que no se trata de brillar, sino de persistir. No de ser estrella, sino de ser combustible, aunque a veces duela arder. La escritura deja de ser una aspiración y se convierte en una forma de respiración, en un modo de mantener con vida lo que, de otro modo, se perdería en el ruido del día.

He llegado a pensar que escribimos no para que nos lean, sino para que algo dentro de nosotros se escuche. Cada palabra que dejo aquí, en este espacio deletreado, es como una pequeña vibración que busca su frecuencia en el aire. Tal vez alguien, en algún punto, la perciba y resuene con ella, pero eso ya no me obsesiona. Lo importante es que exista ese temblor, ese pulso, ese gesto que dice que sigo aquí pensando, sintiendo, agotándome.


Aburridos

9.10.25


En un lugar de la Mancha, en una galaxia muy, muy lejana o en este blog, crecen las cosas que son contadas. Pero sobre todo, en esta bitácora veinteañera lo que crece es una escritura aburrida de sí misma, contagiada por el espíritu del tedio que, día tras día se repite por su scroll en expresiones aburridas de literatura. Es una manera de sentir el fracaso y la frustración de quien no es capaz de decir algo interesante que sugestione a las almas lectoras.

Quizá escribir no sea ya más que un gesto vacío, un tic de la costumbre, una manía que sobrevive a la inspiración. El lenguaje, domesticado por la rutina, bosteza entre párrafos cansados de sí mismos. El que escribe, este pobre yo multiplicado en pronombres, se mira al espejo de las palabras y no se reconoce. Ni épica, ni lirismo, ni lucidez: solo el eco apagado de una voz que intenta, sin fe, mantenerse encendida.

Y sin embargo, sigo. Escribo aburrido porque no sé no hacerlo, porque el silencio me pesa más que mi mediocridad, porque en algún rincón del tedio todavía late la posibilidad de una frase viva, una que no huela a repetición o sí. Tal vez mañana, o dentro de mil escritos, aparezca. Mientras tanto, seguiré aburriendo mientras me aburro de escribir.


Inventivas e ingenios

8.10.25


La literatura inventa formas de eternidad.


Observados

7.10.25


Deberíamos acostumbrarnos a mirar, algunas veces, con los ojos que nos miran.


Seducidos

6.10.25


Confucio afirmaba que «Conceder más valor al esfuerzo que a la recompensa: a eso se llama amor». No se trata solo de una máxima ética, sino de una clave que hoy parece más necesaria que nunca, porque vivimos en una época en la que casi todo se mide en términos de éxito, resultados y reconocimiento. La productividad y las métricas se han vuelto normas invisibles que nos empujan a creer que lo importante es la recompensa final. Sin embargo, cuando hablamos de creatividad, esta lógica se derrumba. Porque la verdadera esencia de crear no reside en los aplausos ni en los números, sino en algo mucho más íntimo: el acto mismo de dar vida a lo que no existía.

Ayn Rand lo expresó con lucidez: «Una persona creativa está motivada por el deseo de conseguir, no por el deseo de superar a otros». El motor del espíritu creativo no es la competición, sino el impulso vital de materializar una visión. Así, el esfuerzo se vuelve más valioso que la meta, porque es en el camino donde se despliega la autenticidad. El esfuerzo creativo no espera recompensa. Surge de la necesidad interna de expresarse, de transformar lo invisible en visible: una emoción en palabra, un recuerdo en color, una intuición en melodía. Es un gesto de amor hacia la vida y hacia uno mismo.

Confucio tenía razón al valorar el esfuerzo sobre el resultado es la forma más pura de amor y Gandhi lo recordaba también al señalar que «Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado». Crear es amar sin pedir nada a cambio. El arte no busca gloria, sino expresión. No persigue la ovación, sino propósito. Y su mayor premio no está en el aplauso, sino en la transformación íntima que ocurre en quien crea.

Incluso cuando lo creado no obtiene reconocimiento, ya ha cumplido su misión: nos ha permitido crecer, comprendernos mejor, acercarnos a nuestra verdad más profunda. Crear es, en última instancia, una manera de estar vivos. Y al valorar el esfuerzo más que la recompensa, descubrimos que lo que parecía una renuncia es, en realidad, la mayor ganancia.




La borrasca

5.10.25

 

Aquella mañana vio cómo por el ojo del huracán subían al cielo las vacas que pastaban junto al arrozal. Al atardecer comenzó a llover arroz con leche. Los niños corrían con cuencos en las manos, celebrando el milagro. Los mayores, en cambio, temblaban: sabían que cada prodigio lleva escondido un precio. Esa noche, mientras las estrellas parecían espolvoreadas de azúcar, alguien preguntó en voz baja qué pasaría cuando el cielo decidiera devolver las vacas.



Amaños

4.10.25


A menudo, el ser humano imagina un complot del Universo para justificar que existe.



El desconcierto del amor

3.10.25


No falta quien señala que el amor nace de la falta, del deseo de lo que no tenemos, de la aspiración a una plenitud que nunca alcanzamos del todo. Vivir en esa tensión entre lo que poseemos y lo que anhelamos ya nos coloca en un terreno inestable, donde la certeza se escapa. Y hay hasta quien llega hasta más lejos y afirma que amar es un salto de fe, un acto que no puede justificarse con la razón ni garantizarse con seguridad alguna.

La modernidad nos ha traído otras opiniones como que el amor se vive es un lenguaje fragmentado, lleno de silencios y malentendidos, donde el amante nunca sabe si el otro escucha lo que quiso decir. Y quien entiende que amar significa salir de uno mismo en una sociedad obsesionada con el control y el rendimiento, donde esa expresión resulta casi subversiva.

Me atrevería a decir que el amor siempre es desconcertante. Lo es porque nunca encaja en lo calculable ni en lo previsible, ya que nos arrebata las certezas, nos expone a la vulnerabilidad, nos desarma frente al otro. Pero precisamente en ese desconcierto está su fuerza. Amar no es poseer, ni controlar, ni medir; es atreverse a habitar lo incierto y aceptar que en ese riesgo late la posibilidad de transformación.

De quebrantos y pérdidas

2.10.25


Perdemos muchas cosas en el camino pero nunca deberíamos desprendernos del sentimiento de querer.



Lógica coherencia

1.10.25


Lo paradójico es que la inteligencia artificial hay que usarla con inteligencia.


El filo de la tecnología

30.9.25


No son los usos, sino los abusos en las nuevas tecnologías quienes determinan su perjuicio. La herramienta, en sí misma, no porta el mal; lo que introduce desequilibrio es la desmesura. Escribía jacque Ellul que «La técnica avanza por sí misma pero su problema no es existir, sino escapar de nuestro control». Allí donde el ser humano abdica de la medida, la herramienta se convierte en amenaza.

La historia lo muestra una y otra vez: la escritura, la imprenta, la electricidad, cada novedad suscitó recelos. No era la innovación lo que dañaba, sino la incapacidad de integrarla sin excesos. Neil Postman lo expresó con claridad: «Cada tecnología es a la vez una carga y una bendición; no se distribuye equitativamente y crea una nueva definición de lo que significa ser sabio». El abuso, la absolutización, convierte lo que podía ser aliado en un enemigo íntimo.

El abuso convierte el puente en prisión. Umberto Eco, en su lúcido diagnóstico de los medios, ya distinguía entre apocalípticos e integrados: ni condena total ni aceptación ciega, sino un llamado a pensar los usos con lucidez. Porque, como recordaba Marshall McLuhan que el medio es el mensaje, lo importante no es tanto la herramienta en sí, sino el modo en que invade todos los espacios y transforma nuestra percepción.

El desafío, entonces, no está en negar la tecnología ni en rendirse a ella, sino en habitar con mesura. Nicholas Carr lo formula desde la neurociencia cuando dice que «Lo que practicamos con nuestras mentes se convierte en nuestro destino mental». Si entrenamos el cerebro en la dispersión, perderemos hondura; si lo entrenamos en la reflexión, lo conservaremos abierto.

En última instancia, no es el avance lo que daña, sino la incapacidad de detenerse. La verdadera libertad tecnológica no está en el uso sin freno, sino en la capacidad de elegir límites.



Liados

29.9.25


Siempre andamos enredados en la tela de araña de nuestras circunstancias, menos cuando echamos a volar.


La biblioteca anónima

28.9.25


De repente se borraron los nombres de todos los autores, pero ninguno de aquellos libros mermó en el placer de su lectura. Un maleficio había caído sobre la biblioteca, decían que un castigo por la vanidad de quienes los escribían y ambicionaban más el esplendor de su firma que la profundidad de sus palabras.

Las letras persistieron, las narrativas reposaron sin daño, pero la altanería fue tachada de cada portada sin dejar rastro. Desde entonces, leer allí era un acto inocente: nadie podía presumir de autoría, nadie podía reclamar méritos. Solo la voz ignota y desvestida, que hablaba al corazón de quien se enfrentaba a los textos, permanecía.

Cuentan que, todavía hoy, aquella maldición permanece y cualquier libro al entrar en ese edificio disipa de inmediato la autoría de su lomo. Es por ello que cada persona sale de allí con la sensación de haber conversado, por fin, con la literatura misma.


La calidad del espejismo

27.9.25


El desierto es una de las imágenes más antiguas de la desolación y del límite humano. Estar perdido en él significa habitar un territorio donde los recursos vitales se han agotado y donde la salvación es, sencillamente, imposible. Allí, la esperanza se desvanece y solo queda el espejismo: la ilusión que no alimenta, que no quita la sed, pero que al menos ofrece una forma de acompañar la agonía.

No es tanto buscar una verdad última que nos salve, frente al absurdo y al sufrimiento de la existencia, sino de crear ilusiones y valores que hagan la hagan soportable e incluso afirmable. El arte, por ejemplo, puede ser el espejismo necesario que permite seguir adelante en el desierto existencial. Y si hemos de morir de sed, mejor hacerlo contemplando un espejismo hermoso que rendirse a la aridez sin imágenes.

Los espejismos modernos nos saturan de imágenes, simulacros y pantallas. La ilusión digital, la positividad permanente, los mundos virtuales, son quimeras que no nos resguardan, pero que modelan la experiencia contemporánea. Si no hay salvación frente al cansancio, al rendimiento y a la hipertransparencia, quizá solo nos quede cuidar la calidad de esas ilusiones.

Cuando ya no hay posibilidad de salvación, la verdad pierde valor y lo estético ocupa su lugar, ya no se trata de sobrevivir, sino de cómo habitar la ilusión.



Desenganchados

26.9.25


Lo peor es aprender a desprenderse del sentimiento hermoso de las cosas.