El vestido de la boda
6.8.23
Érase una vez un vestido rojo con lunares blancos, de corte ajustado y escote pronunciado. Lo vio en el escaparate de una tienda de segunda mano y se enamoró al instante. Era la prenda perfecta para la boda de su mejor amiga, que se celebraría dentro de un mes. Entró en el comercio y preguntó por el precio. Era una ganga: solo diez euros. Ensayó en el probador y se miró al espejo. El atuendo le quedaba como un guante, pero no precisamente en el buen sentido. Le apretaba tanto que apenas podía respirar. Le marcaba los rollitos de la cintura, le hacía bolsas en las caderas y le acentuaba el busto hasta el punto de parecer vulgar.
—No me queda bien— se dijo con tristeza.
Pero no pudo resistirse a comprarlo. Tal vez si adelgazaba unos kilos podría lucirlo sin complejos. Se lo llevó a casa y lo colgó en su armario, como un trofeo, como un desafío.
Desde ese día se propuso hacer dieta y ejercicio para entrar en el vestido alunarado. Se apuntó a un gimnasio cercano y empezó a ir todos los días después del trabajo. Corría en la cinta, levantaba pesas, hacía abdominales y sentadillas. Sudaba como nunca y se dolía de todos los músculos. También cambió sus hábitos alimenticios: dejó de comer pan, pasta, dulces y frituras; se alimentaba a base de ensaladas, frutas, yogures y agua.
Cada semana se probaba el vestido para ver cómo le estaba. Al principio no advertía mucha diferencia y seguía sintiéndose apretada e incómoda dentro del traje. Pero poco a poco su cuerpo fue moldeándose hasta conseguir, al cabo de tres semanas abrocharse la cremallera sin dificultad y moverse con soltura, iluminándose su cara.
Su carácter perfeccionista le hizo continuar porque quería ser la más atractiva de la ceremonia, y deslumbrar a todos con su figura escultural. Así que siguió con su rutinaria dieta, ejercitándose hasta el día anterior al bodorrio.
Esa noche se lo volvió a probar por última vez y comprobó que la vestimenta le quedaba holgada, sobrándole centímetros por todas partes. Incrédula se percató que había adelgazado tanto que se había pasado de talla al perder más peso del necesario, por esa exagerada obsesión de embutirse en la vestidura colorada.
Se miró al espejo sin reconocerse en aquella mujer enflaquecida y demacrada, de mejillas hundidas y ojos tristones, con los huesos marcados bajo una piel exangüe. Se observó irreconocible y lloró con desconsuelo porque no había una indumentaria alternativa para ponerse al día siguiente, ni tiempo para arreglar aquel infortunio.
El desenlace de este cuento se ve venir de lejos porque es cuando el narrador mete el bisturí y construye una historia extractiva de sus divagaciones y extravíos, sin importarle despistar al lector, exagerando el desastre que, en la realidad, toma otro cariz muy diferente al que él idea.
De esa forma es capaz de contar que la protagonista se quitó el vestido rojo con rabia y lo tiró al suelo que, en ese instante, cobra vida propia moviéndose como una serpiente que se arrastra hacia ella, enrollándose alrededor de sus piernas como una boa constrictora y apretándose contra su cuerpo.
La mujer entonces siente que el atavío le aprieta el cuello y le impide tomar aire e intenta quitárselo con las manos, pero el tejido, demasiado fuerte y resistente, no cede. Grita y pide auxilio sin que nadie la oiga porque está en casa sola a merced de aquel trapo maldito.
En un flashback, recurso que introduce el cuentista, la hace recordar la primera vez que lo vio en la tienda y cómo se prendó del mismo. También tiene que rememorar cómo se había esforzado por adelgazar para poder exhibirlo en la boda de su mejor amiga. Pensó en todas las horas que había pasado entrenando, las comidas que había rechazado, las privaciones sufridas.
Había perdido su salud, su belleza y su alegría por culpa de aquella tela: un vestido que ahora quería matarla. Se arrepintió de haberlo comprado, de su deseo compulsivo y de obsesivo apasionamiento, en un momento que era tarde para lamentarse.
En la culminación de su desvarío, el autor escribe que la vestimenta le apretó aún más el cuello y le rompió la tráquea. La mujer dejó de respirar y cayó al suelo sin vida. El vestido rojo se soltó de su cuerpo y quedó tendido junto a ella, como una mancha de sangre sobre la alfombra.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Ahuyentadores
4.8.23
Etiquetas: aforismo, honestidad, interesado
Catastróficos
31.7.23
Etiquetas: aforismo, calamidad, hablar, sentimientos
Cuentos de hoy día
30.7.23
Los cuentos modernos no tienen terapia contra la narrativa que describen. No son como aquellos otros que contenían una enseñanza o moraleja. Sus personajes hoy son seres atribulados en un mar de confusión, desgarro y supervivencia. Los interpretan quienes encuentran en el final la solución de su historia. Le ocurre al protagonista de este cuento quien lleva negándose a ser sí mismo desde que era un joven estudiante de Medicina. Entonces se propuso como reto personal sacarse una carrera pero desde que comenzó sabía que él no curaría a nadie, que todo lo que hiciera como galeno no serviría para sanar a los pacientes y que no valdría la pena ejercer su profesión. Y así estuvo dedicado a la práctica médica durante décadas hasta que empezó a ser tratado por sus colegas bajo el síndrome de no quiero ser yo mismo porque niego lo que soy y quién soy. No importaba la vida que había vivido, ni sus tres maravillosas hijas, ni sus nietas, ni el largo pacienciario de su compañera. Sabía que la vida era un absurdo dentro de un absurdo y que su conciencia era el soporte de esa aberración existencial. Ni sufro ni padezco, solía señalar a quienes lo interpelaban. Desanclarlo de donde estaba era inverosímil para todas las personas que acudían en su ayuda, en las que estaba incluido él. Su negación era la afirmación que lo negaba y lo hacía navegar sonámbulo por los días. Seguramente morirá de viejo y no de incertidumbre y, por ello, cuando se sitúa frente a él, es como la imagen depositada en la capa de plata del espejo donde se observa un cuerpo encarcelado semejante al suyo, imposible de sacarlo de ahí si no es rompiendo la estructura silicatosa.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Lectoescritura
27.7.23
Etiquetas: aforismo, creatividad, escribir, leer
Salvaguardas
24.7.23
Etiquetas: aforismo, duro, honestidad
Relaciones laborales
23.7.23
Tengo la fortuna de tener un jefe excepcional, que se desvive por nosotros y nos tiende la mano en todo momento. Es el alma de nuestra sección, formada por una docena de empleados. Jamás nos alza la voz, pero en ocasiones debe acatar decisiones drásticas, que contrarían sus sentimientos hacia nosotros y su criterio sobre lo que sería equitativo. Nuestro jefe nos confiesa que su superiora no es una villana, sino más bien todo lo contrario. Mantienen una excelente relación y comparten pasión por el deporte, del que conversan y se narran peripecias. El inconveniente es que ella cumple órdenes de arriba y tiene que ajustarles el cinturón, no por placer, sino por obligación. En realidad, los jefes de cada planta tampoco son perversos, según me han comentado algunos colegas. Solo procuran desempeñar su labor y congraciarse con el jefe de la multinacional. Dicen que, aunque duro, es un tipo con cierto gracejo que se relaciona bien con los responsables de planta. Lo que ocurre es que la empresa pertenece a un grupo multinacional con ambiciones desmedidas. Imagino que los consejeros de ese grupo son personas corrientes, con sus familias y sus afectos, que dan órdenes pensando en el bien general, aunque ellos se lleven la mayor tajada. Al final deducimos que el responsable de las horas extras mal remuneradas y las jornadas extenuantes es Dios, jefe supremo de todos los jefes. Es por ello que ahora estoy pensando en hacerme ateo.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
Impensado
22.7.23
Etiquetas: aforismo, arrojo, debilidad, flexibilidad, resistencia, solidez, timidez
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