Atrasados

9.6.23



Caminando rápido se llega después.




Lapso

8.6.23



Al detenerme veo cómo de rápida pasa la vida de la gente.





Concentrados

7.6.23



Leer es escuchar atentamente el pensamiento.




Desiguales

6.6.23



Las identidades no nos hacen mejores o peores, nos hacen diferentes.




Inapreciables

5.6.23



Cada gesto, cada mirada, cada palabra, nos revela ante los demás tantas veces invidentes.




Helena abandona el grupo

4.6.23



En el WhatsApp se podía leer el mensaje sucinto: Helena abandona el grupo.

—¿Por qué se ha ido Helena? —preguntó Héctor.

—No lo sé, pero seguro que le habéis dicho algo malintencionado, porque os conozco —escribió Penélope.

—Bueno ya sabéis lo voluble que es Helena. No le daría mayor importancia, mañana pedirá que la volvamos a meter —medió Paris.

—Lo último que apuntó es que estaba amurallada en este grupo —recordó Penélope.

—¿Amurallada? ¿Eso qué es? — interpeló Briseida.

—Pues que se siente atrapada, incomprendida, juzgada, lo de siempre —respondió Ifigenia.

—No seas así. Helena tiene sus problemas y a veces necesita desahogarse —intentó suavizar Menelao.

—Pues que se desahogue con un psicólogo, no con nosotros. Que ya estamos hartos de sus dramas y sus quejas —replicó Ulises.

—Bueno, no os peleéis por esto. Lo mejor será que alguien hable con Helena y le pregunte qué le pasa. ¿Alguien se ofrece? —propuso Tetis.

—Yo no, desde luego. Ya tuve bastante la última vez que intenté consolarla y me soltó una sarta de reproches —dijo Eudoro.

—Ni yo. No tengo ni idea de cómo tratar con ella. Siempre se enfada por cualquier cosa —añadió Criseida.

—Vale, pues me toca a mí. A ver si consigo que me explique qué le ha molestado tanto como para dejar el grupo —se ofreció Casandra.

—Suerte con eso. Ya nos contarás qué te dice —deseó Glauco.

—Y no te dejes manipular por sus lágrimas de cocodrilo —advirtió Hécuba.

—¿Cómo os pasáis con la pobre Helena? —sentenció Briseida.

—Esto va a terminar peor que la guerra de Troya —se mofó Aquiles.

Infrecuentes

3.6.23



Lo anómalo será lo auténtico frente a inteligencia artificial.



Descontados

2.6.23



Somos lo que queda de nosotros.





Tumefacción

1.6.23



La inflamación del ego es de lo peor de los padecimientos modernos.




Protecciones

31.5.23



La ficción es una forma de defensa contra la realidad.




Improductivos

30.5.23



Lo extraño es que el mundo se mueva por dinero, trabajo, poder, pero que cuando eso se rompe las personas necesiten ternura, música, poesía.




Osteosporosis verbal

29.5.23



Las palabras, como las aceitunas, son carnosas por fuera y duras por dentro, pero es en su médula ósea donde está el alma.





Más o menos, un día

28.5.23



—Hoy es un día de más.

—No, hoy es un día de menos.




Significaciones

27.5.23



A las buenas personas lo que les importa son las buenas acciones.




Antiarrugas

26.5.23



Estos últimos días mientras transito por la ciudad, llena de rostros políticos por todos los lugares, me llama poderosamente la atención un detalle: los candidatos no tienen arrugas. Sus semblantes aparecen inmaculados de rugosidades, expropiados de surcos en la piel, redimidos de los pliegues que el tiempo otorga.

Lo impúdico de esas imágenes aventuran su primera gran mentira, la máscara inicial con que maniobrarán desde su insinceridad, porque quien es capaz de maquillar su realidad mostrándose como no es, anuncia un espíritu truculento y falaz.

La vida escribe en nuestro cuerpo una narración de estrías en la que se pueden leer los momentos de risa y de llanto, de alegría y de dolor, de sorpresa y desengaño. Y nadie debería borrar lo que es.




Eficacias

25.5.23



La versatilidad en la escritura es una potencialidad eficiente.




Enclaustramiento

24.5.23



Hay quien tiene miedo a ser querido.




Desconfianzas

23.5.23



Siempre estarás bajo sospecha ante la gente que no te quiere.




Desvestidos

22.5.23



Si desnudas las palabras descoses las hechuras del lenguaje.





El editor

21.5.23


Encendía un cigarro con la colilla de otro mientras no dejaba de parlotear como quien lo tiene todo hecho. Los libros se hacen solos, nacen, viven y se pierden en la inmensidad del olvido, solía explicar con frecuencia. Los techos del cuartucho que habitaba parecían decorados de estuco amarillo, a juego con el palidecer de muchos de los volúmenes que lo rodeaban. Nunca lo oí hablar bien de ningún escritor, los consideraba seres vanidosos, petulantes y engreídos, solo absueltos por la calidad de su trabajo si la tuviera. Y era cuando enumeraba una sarta de anécdotas padecidas por su estirada clientela.

Me mostró una columna donde se amontonaban gruesos librotes para explicarme que todas ellas eran autobiografías y memorias. Una pérdida de tiempo porque como defendía Max Aub: las biografías hacen mucho daño. Vale la obra. Por ella se salva uno. Después me lanzó una publicación para contarme que el pobre sujeto autor del mamotreto concebió la ilustre idea de prologarse a sí mismo, por no acudir a algún premio Nobel que lo hiciera y eso provocara unas ventas exageradas de su biográfica parida.

Deudas, nada más que deudas, es lo que me decía tener después de tantos años dedicado a este negocio y sacaba del cajón de su mesa un paquete de tranquilizantes, consecuencia de no poder dormir por las preocupaciones para, a continuación, detallarme que no podría jubilarse y enterrar su pequeña editorial. Luego me contaba lo de su mujer cubana que cuidaba a su padre con demencia senil y a la que quería traerase a España junto a sus tres hijos.

Lo conocí cuatro décadas atrás a través de un amigo común y continuaba en la misma covacha libresca. Cada vez que lo visitaba me regalaba las publicaciones que consideraba más peculiares, a sabiendas de mi gusto por la literatura y mi invisible afición a la escritura.

En cierta ocasión me entregó la cubierta de un libro al que faltaba la tripa: ‘La luz de los confines’ de Galdeano Ortiz. Me descubrió que Ortiz llevaba cuarenta años escribiendo la misma novela, aunque no llegó a plasmar una palabra sobre el papel ni teclearla en el ordenador. Lo que no era óbice para que contara cómo iba la obra y hasta narrara la trama y el desarrollo de los personajes. Pensé que era una broma y entonces lo describió como un relator verbal.

Otro de sus personajes favoritos era Francisco Torrezno al que bautizaba como escritor virguero, porque tras escribir cada texto lo destruía en su propósito de pasar a la posteridad sin haber publicado una sola línea. Lo usaba para corregir los borradores de los escritos de neófitos y analfabetos que querían publicar, como una joven enfermera que tras crear su primer poemario y vender tres ejemplares, le aseguró que las líneas de su mano habían cambiado y le pronosticaban una exitosa carrera literaria. 

Me mencionó también a Álvaro Íñiguez, quien escribía mal adrede debido a su miedo a ser plagiado. Licenciado en Filología Hispánica, hombre de una extensa cultura e insaciable lector, jamás mostraba un texto bien escrito y guardaba, en una caja fuerte, varias narraciones por miedo a que le usurparan su originalidad.

Nuestra conversación la interrumpió una de las muchas llamadas que sonaban en su móvil y que no tuvo más remedio que atender. Era su madre, viuda desde hacía más de treinta años y que no pudo hacer de su hijo alguien de provecho que se dedicara a un trabajo digno y normal. Me dejó y se marchó a la farmacia a por las medicinas de mamá maldiciendo en hebreo.