—Buenos días señor Noel. ¿Va para la Boquería?
—Sí.
—Le acompaño y de camino le pregunto algunas cuestiones que tengo en interés.
—Usted dirá. Ya sabe que basta un poco de espíritu aventurero para estar siempre satisfechos, pues en esta vida, gracias a Dios, nada sucede como deseábamos, como suponíamos, ni como teníamos previsto.
—Tiene usted ideas muy propias.
—De muchas ideas nuestras no nos habríamos enterado jamás, si no hubiésemos sostenido largas conversaciones con los otros.
—Y a veces iluminadoras.
—Las grandes ideas son aquellas de las que lo único que nos sorprende es que no se nos hayan ocurrido antes.
—Además es usted generoso con ellas.
—Dar es el verbo más corto de la primera conjugación, y no dar es el más barato.
—Me gusta oírle hablar.
—No hablaríamos tanto en sociedad si nos diéramos cuenta del poco caso que hacemos de los otros cuando hablan.
—O al menos bajar la voz.
—El hombre se dedica a desear en voz alta aquello que jamás se esfuerza en alcanzar.
—Es un poco nuestro sino.
—Media humanidad se ríe de la otra media, pero unos tienen gracia y los otros no.
—Así nos va con tanto enfrentamiento
—Odiar es un despilfarro del corazón, y el corazón es nuestro mayor tesoro.
—Tengo que darle la razón en eso que ha dicho. Aunque algo tendrán que ver los que nos mandan.
—Un hombre de estado es el que pasa la mitad de su vida haciendo leyes, y la otra mitad ayudando a sus amigos a no cumplirlas.
—Y además sin conciencia.
—La conciencia es como un huésped pesado que grita siempre, pero con el que, salvo en algunos casos gravísimos, uno termina por entenderse.
—No para los escritores.
—La misión del escritor no consiste en decir lo que piensa, sino en decir lo que los otros creen que han pensado alguna vez
—Antes de despedirme, señor Clarasó i Serrat, tengo un duda: ¿no será usted el escritor León Daudí?
—Nadie puede cambiar su pasado, pero todo el mundo puede contarlo al revés.
Y me dejó con la duda de conocer su verdadera identidad.
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